“En momentos como esos solo se dicen pequeñas cosas. Las grandes cosas permanecen dentro, sin decirse”, Arundhati Roy, El Dios de las pequeñas cosas
Me he dado cuenta, haciendo retrospectiva de mis soliloquios, de que siempre he sentido pasión por las cosas pequeñas, de que valoro infinitamente la grandeza de las pequeñas cosas de la vida.
Me serena el vuelo de las pequeñas golondrinas sobre el mar, me alegra la vida el incesante aleteo de los pequeños colibríes que vienen a libar flores detrás del ventanal, me enternece la rolita diminuta que se posa en la baranda de mi balcón.
Lo pequeño me regocija. La grandeza de un pequeño gesto de amabilidad en medio del caótico tránsito de la ciudad. Las calles pequeñas, adoquinadas y tranquilas, las pequeñas casitas a campo abierto, arropadas por florecillas de colores. Los hoteles y las tiendas boutique los prefiero siempre a los grandes centros comerciales.
Las grandilocuencias del ego me empequeñecen con frecuencia. Lo pequeño me sosiega. Quizás por eso me gusten los niños, con sus picardías, sus inocencias y sus vulnerabilidades. Disfruto la serenidad somnolienta de los recién nacidos, ese abrir y cerrar de ojos a juego con sonrisas rojas.
También la pequeñez del mar
Como buzo novato, la ansiedad y las expectativas ante la vastedad del mar abruman. El solo hecho de desaparecer de la superficie y adentrarme en lo desconocido era de por sí abrumador.
Con el tiempo llega la calma. Y aunque siempre será indescriptible la emoción de un encuentro cercano con un depredador de apariencia amenazante, con el tiempo, y solo con la serenidad que devuelve el tiempo, comienzo a valorar la grandeza que hay en las especies marinas pequeñas.
Los animales más grandes suelen ser los más fáciles de avistar. La presencia de un tiburón es obvia, su elegancia y magnificencia también. Y, aun así, para escudriñarlo hay que detenerse en los pequeños detalles.
Quedarme quieta, hacerme pequeña y aguantar la respiración para poder apreciar la belleza que hay en los ojos de un tiburón sedoso. Los ojos de los tiburones se ubican en posición lateral, por tanto, debo colocarme en perspectiva para enfocar mi mirada en su ojo y buscar su mirada, esa mirada viscosa y gatuna llena de enigmas. A tan pequeña distancia, es confesa mi atracción por los tiburones.
Branquia desnuda
Con la guía diestra de Sadat, nuestro divemaster en aguas de Raja Ampat, en Indonesia, aprendí a valorar la grandeza de las pequeñas criaturas del mar.
Sadat, experto buscando animalitos microscópicos, encontraba decenas depequeños caballitos de mar colgados entre los abanicos, camuflados entre las esponjas, esos corales blandos y vistosos que serpentean en las profundidades del mar. A veces me ayudaba con la lupa para descubrirlos en su intrincado escondrijo. Sadat veía los pigmyseahorse a simple vista, con su mirada de águila curtida en el ejercicio. Yo, aún con lupa, veía uno entre diez.
El tamaño de los caballitos de mar varía mucho entre las diferentes especies, 54 en todo el planeta según expertos. Los más pequeños, como el hippocampus minotaur, puede medir tan solo 18 milímetros, mientras que los más grandes, como el hippocampus ingens, alcanzan los 30 centímetros de longitud. Los míos eran caballitos de mar pigmeos apenas perceptibles, excepto para Sadat.
Juro que los animales que se arrastran me asquean. Las babosas, para ni siquiera dar vida en el papel a los demás, me resultan nauseabundas. Todos los animales rastreros, sin distinción, me repelen, aun cuando los fotógrafos naturalistas traten de convencerme de lo contrario.
Todos, hasta que conocí la diversidad de nudibranquios que habitan en el mar. Es más lindo si les sigo llamando nudibranquios y no “babosas de mar”, como popularmente son conocidos.
Salvo los pepinos de mar, los nudibranquios son dignos de ser abrazados, queridos y besados. Ninguna definición tan certera de los nudibranquios como la de Alberto Risquez en un artículo científico para el Instituto de Ecología de México: brillantes, extraños, de gran colorido y diseños inimaginables.
Nudibranquio, explica Risquez en su artículo, significa “branquia desnuda”, puesto que sus branquias se encuentran completamente expuestas y en contacto directo con el agua.
Me queda la experiencia de haber visto diseños inimaginables, la característica más asombrosa de los nudibranquios. En otros mares había apreciado una diversidad impresionante, pero la frecuencia con que pude avistarlos en una misma inmersión en Indonesia fue pasmosa.
Obcecada con los tiburones, las tortugas, las barracudas, los meros, las mantarrayas, en fin, con las grandes especies del mar, puedo llegar a distraerme y perderme de la vida marina pequeña, microscópica, imperceptible.
Erramos con frecuencia asignando insignificancia a las cosas pequeñas, obviando la belleza, la sutileza y la paz que transmiten los pequeños seres que habitan en el mar. También en la tierra.