En la primera lectura de este primer domingo de cuaresma en el ciclo A (Génesis 2, 7- 9 y 3, 1 – 7) encontramos una narración para comprender la ruta hacia el pecado y su fuerza de muerte.
Todo hombre (Adán) y toda mujer (Eva) están llamados a vivir haciendo el bien y rechazando el mal. Pero antes de que el hombre y la mujer decidan nada, son incitados a disponer del bien y del mal a su antojo.
En esta vida, hacemos el bien y rechazamos el mal, bajo la presión de esta mentira: “qué feliz serías si el bien fuera lo que a ti te convenga y el mal, lo que te cause pena”. Esa manera de vivir, en la cual yo meto mi mano sobre el bien y el mal, es “apetitosa, atrayente, deseable”. El mal me asedia desde afuera, pero en mí, también encuentra un cómplice para abrirle la puerta.
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Nuestro verdadero camino hacia la plenitud es caminar la ruta ardua de ser humanos haciendo el bien y rechazando el mal, sin atajos de muerte. Pero siempre estamos tentados de alargar la mano sobre el bien y sobre el mal, para disponer de ellos como quien estira la mano, para arrancar y comerse un mango. En lugar de aceptar que nos toca ser humanos, queremos vivir como “diosecitos”. ¡Cuánta muerte y llanto en nuestra sociedad por los diosecitos que no tienen que cumplir la ley, porque ellos determinan el bien y el mal antojadizamente!
Cuaresma, camino hacia la pascua de Jesús; oportunidad para retomar nuestra ruta humana sin aspiraciones mentirosas de “ser como dioses”. Jesús encontró a Dios en su humanidad, sin magias, ni manipulaciones, sin necesidad de ser un poder rival de Dios.
Caminando la cuaresma junto a Jesús, reencontraremos nuestra verdadera humanidad.