Pedro Henríquez Ureña y la construcción de redes de solidaridad

Pedro Henríquez Ureña y la construcción de redes de solidaridad

Pedro Henríquez Ureña

§ 2. En el discurso intelectual, el cual es el que dirige la mentalidad y las acciones de un pueblo, a contrapelo del discurso oficial que no es casi nunca creíble y siempre aparece como sospechoso de mentir, Marcelino Menéndez y Pelayo lanzó para el cuarto centenario del “descubrimiento” en 1892 la peregrina idea de que América hispánica era una provincia cultural de España.

Sobre esta idea, abonada por otros intelectuales españoles de los primeros años del siglo XX, quisieron los escritores e intelectuales y los políticos de España construir su relación con América hispánica.

Partiendo de Martí y su ensayo “Nuestra América”, solo dos intelectuales dominicanos (Manuel Matos Moquete y el suscrito) han situado los efectos ideológicos y políticos de este proyecto eurocéntrico y colonial que todavía en esta era del neoliberalismo y la cultura light en España encuentra defensores recalcitrantes.

§ 3. Este es mi texto de 1985 sobre el eurocentrismo de Menéndez y Pelayo y sus secuaces: «El etnocentrismo no es solamente la descripción de un discurso y una práctica orientada por la antropología metafísica del signo, sino que también implica semejante etnocentrismo esa misma noción de imperio en cuanto a la literatura y el arte (unidad lingüística y estatal a partir del centro imperial).

De ahí que todo pensamiento sobre el lenguaje, el signo, el Estado y la literatura sea político. El proyecto etnocéntrico tiene dos vías: el proveniente del imperio (metrópoli) y el aceptado por la provincia o región (colonia).

Manuel Matos Moquete analiza con un fin político y literario el proyecto de Menéndez Pelayo y Unamuno, tendente a rehacer la unidad partiendo de España como significado y de América Latina como significante.

Tal proyecto consistió y consiste hoy día en querer hacer libros de literatura general y latinoamericana donde las colonias aparezcan unidas a la metrópoli». (Lenguaje y poesía en Santo Domingo en el siglo XX. Santo Domingo: Editora de la UASD, 1985, p. 231).

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§ 4. En obra posterior, volví a hincarle el diente a la llaga del etnocentrismo de Menéndez Pelayo: «De ese mismo defecto adolece la Historia de la poesía hispanoamericana, pues la literatura de la América hispánica es estudiada como un apéndice o provincia de la literatura de España: ‘En América ha sido más leída, y no siempre rectamente juzgada.

Quien la examine con desapasionado criterio, reconocerá que fue escrito con celo de la verdad, con amor al arte, y sin ninguna preocupación contra los pueblos americanos, cuya prosperidad deseo casi tanto como la de mi patria, porque al fin son carne de nuestra carne y huesos de nuestros huesos». (“Al lector”, p. 4).

El problema del etnocentrismo es el ‘casi’ y el ‘carne de nuestra carne y huesos de nuestros huesos’ y esos ideologismos “con amor al arte”, “sin desapasionado criterio” y el problemático “con celo de la verdad”.

Es decir, España primero; y, después, los países hispanoamericanos, que vienen a ser miembros de un todo corporal que es España». (Política de la teoría del lenguaje y la poesía en España en el siglo XX. Santo Domingo: Editora de la UASD, 1999, p. 21).

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§ 5. A pesar de este formidable obstáculo etnocéntrico, combatido de raíz por Fernando Ortiz, Pedro Henríquez Ureña y sus amigos pudieron sortear con un poco más de práctica, pero sin transigir en la intimidad de sus convicciones, con las prácticas abiertas o disimuladas emanadas de la correspondencia de Ramón Menéndez Pidal, Américo Castro o Federico de Onís, quienes conscientes o inconscientemente respondían a la noción del Estado burocrático imperial representado por la autoridad superior al Centro de Estudios Históricos de Madrid y la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE o Junta), supeditadas al Ministerio de Instrucción Pública y al rey Alfonso XIII, cuya política de Estado en ese momento del derrumbe del colonialismo español se trazó como estrategia “consolidar las relaciones entre España y América Latina” (Naranjo Orovio, p. 38).

Pero como se advierte en los objetivos de ese proyecto, el séptimo punto del programa es «hacer en España alguna obra de propaganda y vulgarización». (P.39).

No escapa al juicio político que tanto la JAE como el Centro Histórico de Estudios son un proyecto oficial y que sus directivos, comenzando por Menéndez Pidal debían andarse con pie de plomo frente a una intelectualidad hispanoamericana que no obraba en nombre de ningún Gobierno latinoamericano, sino que se presentaba como una juventud abierta, independientemente, a veces atea o agnóstica y que acababa de ser desplazada por el proyecto capitalista que impulsó el imperialismo estadounidense con sus ocupaciones militares en el arco de las Antillas, Centroamérica y parte de América del Sur.

Menéndez Pidal traza su distancia en 1905: «en un escrito redactado a bordo del barco que le conducía al Cono Sur, en el que propone comenzar la colaboración con una revista internacional hispanoamericana de periodicidad semanal.

Reservando a España el papel de rector del movimiento, sus ideas sin duda chocaron con las defendidas por la intelectualidad americana que, aun reconociendo a España, miraban a América y desde ella pensaban». (Naranjo Orovio, 51).

Igual superioridad de los intelectuales españoles trataron de implantar Américo Castro en Buenos Aires y Federico de Onís desde su poltrona de Columbia University, pero luego hubieron de bajar la guardia y ser más prudentes, lo que no quiso decir que la red cultural trasatlántica no tuviera éxito relativo hasta que estalló la guerra civil, ese otro capítulo amargo que atrapó a los escritores jóvenes entre 1910, pero ya envejecientes para el final de la contienda y muchos se habían integrado a las dictaduras arielistas que pulularon a partir de 1930 en el Caribe, Centro América y el Cono Sur.

§ 6. El primero que cuestiónó de raíz el etnocentrismo español fue Fernando Ortiz, porque estaban vivas aún las heridas de la guerra de independencia de Cuba y el rol que jugó España para que los Estados Unidos se quedaran con la isla y le impusieron la enmienda Platt y la usurpación de la base de Guantánamo: Naranjo Orovio deja plasmada la diferencia radical que marcó el discurso etnocéntrico español con respecto al libertario de los intelectuales hispanoamericanos y las ideologías literarias y políticas que distinguían aquellos discursos que, sin embargo, estaban arropados por la misma ideología literaria del signo y la estilística y que desconocían alcance revolucionario del Curso de lingüística general Saussure publicado en 1916 y en teoría política todavía estaban empantanados en el ideal bolivariano de la magna patria latinoamericana, una ideología del proyecto liberal romántico de las independencias oligárquicas del siglo XIX destruido por la política imperial de los Estados Unidos: «Mi interés no está tanto la definición o la reflexión estética y filosófica que ellos tenían de la cultura, una idea que, por otra parte, fue cambiando a lo largo de su vida.

Tampoco la noción de hispanoamericanismo que a menudo se confunde con el panhispanismo por sus límites, que, a veces pueden resultar difusos al compartir algunos elementos como la defensa de la lengua y la cultura española e hispana». (Naranjo Orovio, 43).

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