Una reciente encuesta de las consultoras inmobiliarias Horizon Research e Ifeng.com halló que en las principales ciudades chinas los hombres figuraban en un 80% de los títulos de la propiedad matrimonial mientras que las mujeres, en su mayoría como copropietarias, sólo aparecen en un 30% de los registros.
En 2011 la Corte Suprema China dictaminó que, en caso de divorcio, la propiedad queda enteramente en manos del que figura como titular.
Según la socióloga Leta Hong Fincher, autora de «Leftover Women: The Resurgence of Gender Inequality in China» (Las mujeres de sobra: el resurgimiento de la desigualdad de género en China), este dictamen reafirma una discriminación ancestral contra la mujer.
«Las familias tradicionalmente dan preeminencia a los hombres: el dinero familiar fluye en esta dirección. Si hay una hija, prefieren dar dinero al sobrino varón para que se compre una casa. De manera que las mujeres comienzan en desventaja aún antes de casarse. El dictamen de la justicia empeora aún más la situación», indicó a BBC Mundo Leta Hong Fincher.
Un caso particular.- El caso de Zhang Yuan, citado por Leta Hong Fincher en su libro, es un claro ejemplo de esta nueva vulnerabilidad económico-legal.
En 2005 Zhang Yuan y su marido adquirieron un departamento en Pekín por US$30.000. El departamento hoy vale US$317.000 –más de diez veces su precio original– pero lejos de alegrarse por esta rápida valorización de su hogar Zhang se siente amenazada porque en el título de propiedad sólo aparece el nombre del marido.
En su momento Zhang, una profesional independiente, aceptó la norma cultural por la cual el marido registraba la propiedad a su nombre a pesar de que ella contribuía en partes iguales en los pagos de la hipoteca.
Con el nacimiento de un hijo y los dos años de licencia que tomó para cuidarlo, su situación se tornó más precaria y dependiente.
«Este caso es el de muchas mujeres profesionales que, por una razón u otra, no tienen su nombre en el título de propiedad. Incluso mujeres que quieren que su nombre figure, terminan cediendo a la presión social», señala Leta Hong Fincher.
Perder el tren.- La resolución de la Corte Suprema no sólo crea una creciente vulnerabilidad socioeconómica para las mujeres sino que les hace perder el tren del gran auge inmobiliario chino.
«Es la máxima acumulación de riqueza inmobiliaria de la historia. Se calcula que equivale a un 3,3% de todo el Producto Interno Bruto chino, unos US$27billones. Y las mujeres están básicamente excluidas», indicó a BBC Mundo Leta Hong Fincher.
La privatización de la vivienda pública de 1998 contribuyó a esta creciente vulnerabilidad al quitarle a las mujeres el «techo protector» del estado.
Shang Wen, citada en el libro de Leta Hong Fincher, fue más afortunada.
Sus padres, profesionales de ideas «avanzadas», le compraron un departamento en Pekín en 2004 y lo pusieron a su nombre.
El casamiento posterior, seguido de un divorcio por violencia doméstica, no la dejó desprotegida y hoy, a los 32 años, con un hijo, tiene trabajo y el respaldo de una propiedad que vale unos US$150.000, cinco veces más que lo que pagaron sus padres.
El caso es sintomático por otra razón. Según ella misma admite, se casó a los 28 años ante el temor de no encontrar marido.
«A los 30 se considera que una mujer no puede casarse. Hay mucha presión. Sé que es estúpido, pero una lo siente», comenta Shang.
«Shengnu» o la normalidad femenina.- El término para las mujeres que no hallan marido a determinada edad es «shengnu», literalmente, de sobra (sheng), mujer (nu).
Esta idea de vida obsoleta o inútil si no hay matrimonio tuvo una sanción oficial en 2007 cuando la Federación de la Mujer en China, organismo oficial creado en 1949, aconsejó a las mujeres que tuvieran en cuenta que después de los 27 serían consideradas «shengnu» y hallarían muy difícil casarse y tener una vida plena.
Desde entonces la Federación ha publicado artículos en su página web como «Las ocho cosas que puede hacer para salir de la trampa del ‘Shengnu'» o «¿Tenemos que simpatizar realmente con las ‘Shengnu’?», que apuntan a generar ansiedad y prisa entre las mujeres de determinada edad.
Editorialmente hay un particular ensañamiento con las profesionales. «Las chicas bonitas no necesitan educarse para casarse con una familia rica y poderosa, pero las que tienen un aspecto común y corriente tendrán muchas dificultades. Estas chicas se profesionalizan más para incrementar su valor. La tragedia es que no se dan cuenta que, a medida que las mujeres se hacen mayores, valen menos, de manera que para cuando obtienen su doctorado, son como viejas y amarillentas perlas», señala un artículo.
Según Leta Hong Fincher, hay una clara sincronía entre estos artículos y la política oficial del Consejo del Estado respecto a un problema crucial para un país con casi 1.400 millones de personas: la planificación familiar.
«Poco antes de la definición oficial del ‘Shengnu’, el consejo lanzó una reforma del programa de planificación familiar para ‘mejorar la calidad de la población’, una idea basada en la promoción de una calidad genética superior. El Consejo nombró a la Federación como uno de los más importantes ejecutores de esta política», señala Leta Hong Fincher.
El moralismo de esta campaña es notable y apunta al sector más pasible de suministrar ese material genético superior.
En un artículo denosta a las profesionales que «se creen muy avanzadas porque van a clubes nocturnos para tener una relación de una noche y terminan de amantes de un funcionario o un rico, olvidadas cuando son mayores».
Sostener la mitad del cielo.- La Federación de Mujeres de China fue creada con el triunfo de la revolución comunista bajo la consigna popularizada por Mao Zedong de que las «mujeres sostienen la mitad del cielo».
En su momento el maoísmo representó un gran salto respecto a una sociedad para la que las mujeres eran ciudadanas de cuarta categoría.
Una de las costumbres más conocidas del premaoísmo –la de vendar muy ajustadamente los pies de las niñas para que no crecieran y fueran más atractivas al hombre– reflejaba este sometimiento económico-social a nivel corporal y subjetivo.
Uno de los objetivos del libro de Leta Hong Fincher es «terminar con el mito» de que a las mujeres les había ido muy bien en la China promercado y postsocialista.
«La reivindicación femenina fue un objetivo explícito del Partido Comunista a comienzos de la revolución. Esto se ve claramente en la propaganda oficial que mostraba a mujeres médicas, ingenieras, astronautas, siempre a la par del hombre. Pero la realidad es que hoy las mujeres no están protegidas contra la violencia doméstica y tienen menos acceso a las redes empresarias y menos apoyo financiero de sus familias», señala Fincher.
Ni la política del hijo único implementada en los ochenta logró desbarrancar esta ancestral prerrogativa masculina.
El progreso económico y el ascenso de una nueva clase media que buscaba lo mejor para su única hija contribuyeron a que las mujeres avanzaran mucho a nivel universitario, pero generaron claras desigualdades en el reparto de la bonanza.
El impacto queda muy claro en la voz de Zhang Yuan, una de las entrevistadas por Fincher:
«Estoy muy preocupada por el futuro. La ley es terriblemente injusta en China».