Por naturaleza, los seres humanos viven continuamente aprendiendo nuevos conocimientos y habilidades, tras haber vivido u observado una cadena de experiencias, hechos y acontecimientos.
Los procesos de aprendizaje tienen muchas dimensiones. Por ejemplo, los efectos negativos de una pandemia, un fenómeno natural, una crisis económica, un descubrimiento histórico, un conflicto bélico entre varios países, así como pugnas políticas globales, estallidos sociales, entre otros.
Más allá de los evidentes beneficios que se desprenden de las distintas modalidades de aprendizaje, segmentos importantes de los seres humanos se resisten a aprender cosas nuevas, las cuales provocarán determinados cambios en sus respectivas formas de vivir, relacionarse, trabajar, divertirse, comunicarse, etcétera.
“Hay gente que se resiste a aprender, no le encuentra sentido al aprendizaje, porque ya están conformes consigo mismos o son muy problemáticos…” (Manuel de Jesús Moguel Liévano, 2020).
¿Por qué la gente se resiste a aprender y a poner en práctica nuevos estilos y formas para convivir actualmente en los ámbitos familiar, laboral, educativo y profesional?
¿Qué ha aprendido la gente desde marzo de 2020, fecha en la que la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoció la COVID-19 como una pandemia? ¿Es posible continuar viviendo como antes de la pandemia?
La respuesta más oportuna a estas interrogantes es la que ha dado la actriz y cantante española Ana Belén: “No tengo esperanza con que esto nos vaya a cambiar. Somos tan burros que no sé si saldremos mejores. La gente que era buena lo seguirá siendo y los imbéciles, hijos de puta e irresponsables, también». (Ana Belén, @el_pais, 2020).