¿Qué propósitos debe asumir un presidente, un político, un joven, un religioso, un adulto mayor, un ciudadano de pie, una mujer o un hombre en cualquier etapa de la vida?
Los propósitos son personales, son actitudes mentales que se convierten en objetivos y metas de vida, en logros y resultados que nos llevan al éxito, a la auto-realización, a la satisfacción y a la felicidad.
Recordando la diferencia entre el objetivo y la meta; el objetivo es lo deseado en la vida, la meta tiene fecha de inicio y de caducidad para empezar y concluir lo que se desee alcanzar.
Pero los propósitos se asumen en el presente, se debe mirar al pasado, pero asumir la vida siempre hacia el presente: “en el aquí y el ahora”. No es lo mismo los propósitos del adolescente, que el del adulto temprano o del adulto productivo, o los propósitos del adulto mayor que, debe organizar la jubilación, vaciar la mochila, el baúl y limpiar el closet de su vida emocional.
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Vivir la vida sin propósitos es, vivir sin norte, sin significado de vida, sin brújula, sin puerto a donde anclar y sin refugios emocionales positivos que oxigenen la vida y la nutran existencialmente.
A los propósitos de la vida hay que ponerle nombre y apellido, para ser resonante emocionalmente; ¿Para qué vives? ¿Siente satisfacción en la vida? ¿Eres Feliz con tu vida? ¿Siente la pasión en lo que hace? ¿Haz construidos resultados de vida? Y, por último ¿Tus propósitos han marcado o son digno de imitar o son referente para las demás personas?
La trampa social es, cuando los propósitos se validan y se gerencian hacia lo tangible: dinero, inversiones, confort, estatus, vehículo, poder, éxito social, entre otros. Los propósitos más significativos desde el punto de vista existencial, son los intangibles: valores, coherencia, altruismo, compasión, merecimiento, reciprocidad, empatía, etc.
Literalmente, a los propósitos hay que definirlos con las tres E: equidad, equilibrio y eficacia. La pasión, la disciplina, la motivación y el talento, puesto en los propósitos de vida asumido, apuntan a resultados positivos, al éxito y a la conquista personal.
Sin embargo, las personas inseguras, dependientes, indisciplinadas, desorganizadas o desfocalizada de las prioridades de la vida, no suelen lograr propósitos visibles ni sustentable en el tiempo.
Las limitaciones y obstáculos para la construcción de los propósitos los crea la sociedad de la inmediatez, de la prisa y del autoengaño; aquella que refuerza el consumo, la vanidad y la auto-gratificación en validar el presente. Pero también, las personas que se han dejado seducir y gratificar por las distracciones cortoplacista.
La agonía postmoderna es vivir los propósitos del mercado, de la ideología dominante, de la vida de los actores que inciden en los sistemas de creencia de las personas que han perdido su identidad.
Al propósito hay que definirlos, asumirlos, gerenciarlos de forma asertiva; es decir, con resultados, logros y símbolos que nos levanten la autoestima, la dignidad y la coherencia en la vida.
Cada etapa debe tener sus propósitos, de cada adversidad y de cada circunstancia hay que levantarse con propósitos; sin importar los requisitos de la sociedad y de los grupos.
Recordando, los propósitos hay que gerenciarlos, pero siempre que sean personales y que sean perdurables en el tiempo.