Reflexión profunda sobre la depredación ambiental: El caso del «Varón» y la montaña del Duey

Reflexión profunda sobre la depredación ambiental: El caso del «Varón» y la montaña del Duey

Por José Suero

En un mundo donde el avance tecnológico y el progreso social deberían ser sinónimo de mejora colectiva, nos encontramos lamentablemente retrocediendo en aspectos fundamentales como la protección del medio ambiente. La ignorancia, la falta de sentido común y la indiferencia hacia los recursos naturales crecen de manera alarmante, dejando un rastro de destrucción que, de no ser abordado, podría ser irreversible.

Esta reflexión surge a partir de un recorrido realizado en el distrito municipal de Juan Adrián, perteneciente al municipio de Piedra Blanca, en la provincia Monseñor Nouel, como parte de un trabajo práctico en un diplomado sobre medio ambiente. Durante esta expedición, se observó el deterioro crítico de la montaña del Duey, localizada en el municipio de Villa Altagracia. Este espacio, con un inmenso potencial para el ecoturismo y el senderismo, alberga diversas fuentes de agua y una rica biodiversidad, pero está siendo devastado por actividades humanas como la tala y quema de árboles.

El «Varón»: No un Mito, sino una Realidad Desoladora

En este contexto surge la figura de un individuo conocido como el «Varón», cuya historia es tan impactante que podría parecer extraída de una leyenda o un cuento de abuelos. Sin embargo, el «Varón» no es un personaje ficticio; es una persona real que reside en la comunidad de Guananito, en el distrito municipal de San José del Puerto, Villa Altagracia. Según los residentes de la zona, este hombre, quien alguna vez practicó el cristianismo evangélico y fue pastor, ahora se dedica a talar y quemar árboles indiscriminadamente, construir estructuras de madera, cercar terrenos y venderlos ilegalmente.

A pesar de tener una presunta orden de arresto por estos delitos ambientales, el «Varón» continúa operando con total impunidad. Su accionar no solo pone en riesgo la biodiversidad y las fuentes de agua de la montaña del Duey, sino que también genera un impacto ecológico palpable. Al cruzar de la montaña La Humeadora, un área protegida y parque nacional, hacia el Duey, el cambio climático es evidente: el calor es más intenso y la vegetación significativamente reducida. Este contraste subraya la importancia de preservar nuestras áreas verdes y combatir las actividades que las destruyen.

El daño causado por individuos como el «Varón» no es aislado ni menor. Las montañas como el Duey no solo albergan biodiversidad; también son cruciales para regular el clima, conservar el agua y prevenir desastres naturales. La tala y quema de árboles no solo afectan el microclima local, sino que contribuyen al cambio climático global, un fenómeno que ya está generando consecuencias devastadoras en todo el mundo.

Por otro lado, estas prácticas también evidencian fallas en el sistema judicial y gubernamental. La falta de acción frente a estas actividades ilegales refuerza un círculo vicioso de corrupción y tráfico de influencias, donde poderosos empresarios y funcionarios públicos explotan los recursos naturales sin temor a represalias. Esto deja a las comunidades en un estado de indefensión y fomenta la normalización de crímenes ambientales que impactan no solo a nivel local, sino global.

Llegó el momento de que las comunidades se levanten contra esta ola de destrucción ambiental. Es necesario romper el «síndrome de la normalización», donde lo anómalo se percibe como cotidiano. El medio ambiente no es una cuestión secundaria; su protección es esencial para nuestra supervivencia y calidad de vida.

La Constitución de la República Dominicana ofrece herramientas jurídicas que pueden ser utilizadas para enfrentar esta situación. El artículo 66 establece el derecho a un medio ambiente sano y equilibrado, y otorga a los ciudadanos la capacidad de iniciar procesos legales para proteger estos derechos. Además, la utilización de los derechos colectivos y difusos permite a las comunidades actuar de manera colectiva para exigir justicia y cambios estructurales.

Para combatir la crisis ambiental, es fundamental educar a la población sobre la importancia de los recursos naturales y fomentar una cultura de respeto y cuidado hacia el medio ambiente. La educación ambiental no debe limitarse a las aulas; debe ser una tarea comunitaria y un compromiso nacional.

Sin embargo, es crucial entender que la cultura no es solo folklore, carnaval o música. La cultura también implica valores, actitudes y acciones que reflejan nuestro compromiso con el bienestar colectivo. Es un «hacer» constante que requiere la participación de todos los sectores de la sociedad.

La situación en la montaña del Duey y el caso del «Varón» son un recordatorio urgente de la necesidad de acción inmediata. No podemos seguir permitiendo que individuos y grupos poderosos destruyan nuestras riquezas naturales mientras las autoridades miran hacia otro lado. La justicia debe ser imparcial y actuar con rigor contra los crímenes ambientales, independientemente de quién los cometa.

Es hora de que las comunidades utilicen las herramientas legales disponibles para proteger su entorno y exigir un cambio en la gestión de los recursos naturales. La participación organizada de la sociedad civil es clave para garantizar un futuro sostenible y justo para todos.

El medio ambiente es un legado que debemos proteger no solo para nosotros, sino para las generaciones futuras. Actuar ahora no es solo una opción; es una obligación moral y un imperativo para la supervivencia de nuestro planeta.

Seguir leyendo:

Mucha gente quiere ver sangre (la de otros)

La desinformación en tiempos de incertidumbre

Más leídas