«No es necesario empujar la vida, cuando
el esfuerzo es necesario, la fuerza aparece».
Nisargadatta
Todo lo que ocurrió antes, vive junto con nosotros. Si no somos conscientes del pasado, este suele tener mucho poder en nuestro inconsciente. La idea de una constelación familiar es muy ancestral, consiste en representar en personas lo inconsciente, que nos está moviendo en la vida cotidiana.
Las constelaciones familiares es una terapia sistémica fenomenológica que surgió como una novedosa propuesta de trabajo, en la década de los 80. Su creador. El alemán Bert Hellinger, teólogo, educador, filósofo y psicoterapeuta, investigó la relación tan especial de respeto y consideración mantenida entre los miembros de las familias zulúes, en Sudáfrica.
Sus estudios le llevaron a la convicción de que cada persona es parte de su sistema familiar, heredando de sus ancestros no sólo sus rasgos físicos, sino también el carácter, los gustos, los gestos, el comportamiento, y hasta el aprendizaje. Su propuesta explica muchos de los conflictos no resueltos que vivimos.
Adicionalmente, Hellinger mezcló conocimientos de diferentes corrientes y modelos psicológicos como son la programación neurolingüística, psicoanálisis, psicodrama, psicoterapia, análisis transaccional, terapia primal, terapia gestalt y las terapias sistémicas, y los amplió con la riqueza de las imágenes internas.
Todas las relaciones son circulares, algo empieza, algo termina. Cuando algo en el pasado no ha culminado, pasa a las generaciones siguientes buscando completarse. En las relaciones circulares hay un origen y un final que da paso a algo nuevo. Cuando esto no se logra, la resonancia repetirá la situación hasta que le resuene a alguien, que tenga el valor para sanarlo.
Por ejemplo, una muerte, una traición, una enfermedad o un destino trágico llega del pasado para ser visto, o va hacia el futuro buscando completarse. Si observamos una especie vegetal o animal, su vida está al servicio de su grupo. El ser humano es igual. Su meta no es la realización individual, sino la colectiva. Estamos al servicio de la vida a través de la propia vida, y eso engloba lo del pasado y lo del porvenir.
Rupert Sheldrake habla de campos de memoria que acompañan a todo lo que existe, a los que llamó campos morfogenéticos, que permiten que cada especie esté informada de todo el pasado para poder avanzar. Más allá de lo sistémico presente en las constelaciones, la biología demuestra que llevamos el bagaje de lo anterior con nosotros.
Dice un Proverbio chino: “Cuando el ojo no está bloqueado, el resultado es la visión. Cuando la mente no está bloqueada, el resultado es la sabiduría, y cuando el espíritu no está bloqueado, el resultado es el amor». Todo está habitado por lo más grande.
Cuando conectamos con el poder del amor que surge cuando somos capaces de mirar una relación o situación, entra la fuerza de sanación que nos da la comprensión. Entonces, en los campos de memoria llega una información que permite que la persona tenga una vida digna y plena.
Las constelaciones familiares son un hermoso camino para mirar e incluir lo que antes no podía ser incluido. Hasta que no logramos conocernos a nosotros mismos, el sufrimiento no desaparece. Cualquier otra vía es un paliativo de corta duración, igual que pretender curar una herida profunda y grave con agua caliente.
Mi propuesta es retornar al origen, a la causa original de la ignorancia de nosotros mismos, para poner orden en aquello que hemos estado utilizando para generarnos molestias y malestar. ¿Qué importancia puede tener hacia dónde vamos si no sabemos de dónde salimos? ¿Cómo podemos saber qué frutos comeremos cuando no conocemos el árbol ni sus raíces? ¿En base a qué construimos el camino que recorremos? Es necesario volver al amor primario, aquel que nos dio origen, para estar presentes y vivir plenamente.
¿Te animas a probar?