La política es un arte y una ciencia que requiere de estudio, dedicación, vocación, inteligencia y carácter.
En la política se valora el riesgo, definido como la capacidad para prevenir el daño, o disminuir los indicadores de vulnerabilidad y las consecuencias negativas, producto de malas decisiones, o de acciones emotivas o de conductas desproporcionadas que, impliquen dañar la imagen, los valores, principios y referencia de buenas prácticas sociales.
El político que no se autocritica, no se autoanaliza, no mide las consecuencias de su comportamiento y de las decisiones que toma, se expone a muchos errores, a la incoherencia, las confusiones, la perdida de la identidad y de la capacidad política para conectar y tener empatía emocional y social con los simpatizantes y la población.
Los políticos deben cuidar sus palabras, su imagen, su discurso, su referencia y su conducta social y partidaria; en pocas palabras, credibilidad, modelo de referencia y consonancia entre lo que se dice, lo que se hace y cómo lo hace; aún más, en estos tiempos del relativismo ético, del pragmatismo, de la crisis de la palabra, de los valores y de la pérdida de la identidad político-partidaria.
En los indicadores de la normalidad política, se valoran una buena relación consigo mismo, con los demás, con el buen manejo de las circunstancias, la adaptación psicosocial, la inteligencia emocional y un buen juicio crítico, además, de las habilidades para re conectar en los diferentes espacios y grupos, donde se originan las diferencias, el disenso y la diversidad de criterios.
En política hay que tener salud mental: fortaleza emocional, capacidad de adaptación social, actitud asertiva y empatía emocional.
Pero también manejar el carácter, desarrollar las habilidades y destrezas en saber qué decir, cuándo decirlo, para qué decirlo y cómo decirlo.
Un político con inteligencia emocional reconoce sus emociones y aprende a lidiar con las emociones de las demás personas.
Desarrolla el tacto, el olfato político y la capacidad de asociación de ideas para escuchar a los demás, ponerse en lugar del otro, sintonizar y reconectar con el discurso y las necesidades de grupos sociales.
La trampa en la política, son las actitudes emocionales negativas: ira, rabia, enojo crónico, resentimiento, remordimiento, odio, venganza y miedo.
El político no puede personalizar los conflictos, formar grupos, estimular y apoyar solo los que están de su lado o se muestran como incondicionales.
Un verdadero líder crea y estimula oportunidades para todos; permite el crecimiento, acepta la diferencia y facilita que cada quien ponga en prácticas sus habilidades y liderazgo.
La salud mental implica tener control con hábitos tóxicos, con la conducta y el comportamiento, no dañar a las personas y aprender a no dañarse así mismo.
Los errores, los conflictos y las adversidades mal manejadas, dejan consecuencias negativas que, en política no se olvidan, pero si se cobran.
En las sociedades informadas, conectadas y de mucha movilidad, los ciudadanos aprenden, valoran y discriminan el discurso y el accionar de sus políticos.
Los debates, la construcción de la identidad, las ideas, el conocimiento y la capacidad para comunicar; junto a la credibilidad y la referencia moral y ética, son constructos sociales que los ciudadanos esperan de su clase política.
Políticamente hablando, no es posible ser buen político sin tener una buena salud mental.