Los propios dominicanos a menudo creemos que les estamos haciendo un enorme favor a los haitianos; que somos tan buenas personas que hasta olvidamos la dominación y las invasiones a nuestro territorio que padecimos por décadas. Premisas que debemos examinar, porque no es exactamente así, ya que su presencia masiva en nuestro territorio se debe fundamentalmente a nuestro gran déficit de mano de obra en el campo y en la industria de la construcción; y, desde luego, a otros huecos y deficiencias en nuestro sector informal; pues somos consumidores y usuarios de una gama amplia de productos y servicios, que siendo provistos por haitianos, es la única manera de que los pobres de este país puedan obtenerlos a bajos precios.
También padecemos la poca vergüenza de los que cuidan la frontera, acaso apoyados de manera disimulada por los altos mandos o las altas esferas que se benefician de dicho tráfico, y, entre una serie de otras razones, la de dar la cara al mundo de los buenas gentes que somos. Lo que también es cierto. Aunque esa no es la razón para que haya tantos haitianos aquí.
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Verdaderamente tenemos un gran sentimiento patrio que nos mueve a muchos a ser muy defensivos de nuestro territorio y cultura, y un orgullo que, con la ignorancia de la historia que padecemos, suele ser manipulado por cualquier mojiganga patrocinada por la poca vergüenza y falta de criterio de algunos oportunistas.
Pero, por otra parte, ese grupo de factores y otros no enumerados, son un potencial valioso para movernos a favor de tener un mejor país y un mejor vecino.
Podemos perfectamente establecer un diálogo con esos haitianos de clase media que poseen apartamentos, negocios y propiedades aquí; los que frecuentan centros turísticos (donde sus coterráneos les sirven en su propio idioma), y también con aquellos haitianos que compran una enorme cantidad de productos de nuestras industrias.
Esto no hay que explicarlo a nadie para que se entienda. Como dicen los estrategas de “marketing”, los dominicanos tenemos en los haitianos (en sus carencias) fuertes amenazas y tremendas oportunidades.
Y como ya algunos han propuesto, hay que ponerse de acuerdo, Gobierno, empresarios y todo el mundo, en insistir en un “Mini-Plan-Marshall”, pero mucho más ético y humano: convencer a las potencias y a todos los países de la región, pero con algo muy concreto en nuestras manos, y bajo cuidadosas premisas: servir de territorio base para esa gran operación. Obviamente, con consentimiento pleno de los haitianos y suma claridad respecto a nuestro rol.
Incluyendo, rigurosamente, el concepto de soberanía nacional que vamos a utilizar como base de nuestra acción cooperativa; incluidas todas las formas posibles en que nuestros ciudadanos, organismos criollos o extranjeros y asociaciones de vecinos, seamos capaces de actuar con plena cordura, sentido de realidad y sentido cristiano de amor al prójimo (que ciertamente tenemos), y que se manifestaría con mayor eficacia cuando no tengamos un insensato temor de los haitianos. Ni a equívocos patriotas que nos señalen como vende patria.