Séneca fue uno de los iniciadores de muchas de las inquietudes del mundo moderno. Podemos entrar en el libro de Alberto Monterroso (Séneca, la sabiduría del imperio) y extraer los grandes ejes en que se basa la reflexión sobre la política, la justicia, la vida, etc. Lo primero que llama la atención es la existencia en él de una correspondencia entre la reflexión filosófica y la vida. Séneca formuló para nosotros una filosofía práctica y, para su tiempo, una ideología que unía el pensamiento a la acción política.
Desde que regresó a Roma, luego de su estancia en Egipto, Séneca se dedicó a los estudios, pero inició su carrera política como cuestor, una especie de funcionario del aparato gubernamental dedicado a las finanzas. Este puesto lo llevó al Senado, donde desarrolló su liderazgo. Su apoyo a la familia de Germánico y al partido de los amantes de los valores de la República, lo acercaron a la corte. Las intrigas cortesanas lo llevaron al exilio en la isla de Córcega.
Desde ahí, puntualiza Monterroso, el filósofo se mantuvo como un intelectual exiliado. Usó la literatura para exponer sus ideas y para mantenerse presente en la vida cultural y política romana. Cuando se dio su tercera entrada a Roma, protegido por Agripina, esposa de Claudio y madre de Nerón, Séneca era, además de un escritor reconocido, un senador influyente. Estará a cargo de la educación de Nerón, el futuro emperador.
El filósofo cordobés va a unir la reflexión filosófica a la práctica política. El teatro le permite ir presentando los temas fundamentales de la vida del Gobierno y del interés de la gente. De tal manera que se convierte en lo que hoy llamamos una voz civil. Se va a construir como un maestro de conciencia que procura que el Gobierno esté basado en la clemencia, la moral y en el reconocimiento del otro y en sí mismo.
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Luego de la muerte de Claudio, Séneca, quien es la llave de Agripina para controlar el Senado, se posiciona como una de las figuras más influyentes en el imperio. Busca que las acciones políticas estén basadas en la razón y en fundamentos morales y éticos. Prefiere la paz a la guerra y mantiene un equilibrio entre el poder del emperador y el poder del Senado. Coloca a gente de confianza en puestos claves y, según subraya Monterroso, realiza en el primer lustro de Nerón uno de los mejores gobiernos del imperio.
Pero las acciones de Séneca se encontraban en el periodo augural. El partido del autoritarismo y la locura y el libertinaje afectan a la casa imperial con los emperadores posteriores a Octavio Augusto: Tiberio, Calígula y Nerón; en la que actuaron mujeres poderosas e intrigantes como Mesalina, primera esposa de Claudio; Agripina, su segunda esposa, y Popea, segunda esposa de Nerón. Tiempo en que los crímenes contra familiares, políticos y amigos muestran un largo periodo de terror, desembocaron en la tiranía. Y las posturas políticas a la que estaba adscrito Séneca quedaron por muchos años como planteamientos utópicos.
Este aspecto pone a prueba las enseñanzas del filósofo y abre un debate sobre la relación entre la política, la moral y la ética. Queda el balance positivo de la filosofía estoica y su interés en crear una teoría de la política y una práctica del buen gobierno, como se desprende de los escritos y la acción de Séneca. Queda una visión de la racionalidad como el eje o pilar del humanismo incipiente. Las acciones políticas deben ser centradas en los gobernados. Para esto hay que partir de una teoría que reconozca la humanidad del gobernante, su clemencia y también la dignidad del esclavo.
En muchas páginas de este libro extraordinario, el autor Alberto Monterroso (Córdoba, 1965), busca valorar la figura de Séneca como hombre político, como pensador, y contrastar las distintas críticas que se le hicieron sobre su participación en el liderazgo de Agripina y en el Gobierno de Nerón. Lo que podemos sacar es que Séneca jugó su vida para demostrar que la ética y la moral están por encima de los caprichos del gobernante.
De ahí que Séneca sea el continuador de Platón en la idea de dotar al Gobierno de un príncipe sabio; de llevar la racionalidad al Gobierno y de buscar el trato justo hacia los gobernados. En ese sentido, Séneca es un fundador de la política moderna y un digno ejemplo de la búsqueda de las acciones éticas en el Gobierno. Su ejemplo personal se pone hoy como un paradigma de pensador que muere para salvar sus ideas.
La condena a la que lo somete su discípulo Nerón no le hace variar lo que había predicado. Murió digno de haber escrito y actuado de forma ejemplar, como Sócrates. Una vez más la política y la ética se encuentran de forma problemática con la práctica. Séneca, hombre rico de nacimiento, entregó al emperador su riqueza con la idea de que lo excusara de participar en su Gobierno autoritario; marcado por la muerte de su hermano Británico, por la de su madre Agripina y por la de su esposa Popea. Un Gobierno, en fin, que abrió un período de guerras civiles en Roma.
La actualidad de Séneca es sin dudas uno de los temas que nos llegan a la mente cuando leemos esta importante biografía que es, además de historia de Roma, un fardo de enseñanzas sobre la filosofía estoica y el arte del buen gobierno. Séneca, como dice Monterroso, es el precursor de la idea del príncipe en “El cortesano” de Castiglione y en “El Príncipe” de Maquiavelo, es también el precursor del ensayo como género literario junto a Michel de Montaigne; y de la teoría del ‘souci de soi’ (el cuido de sí), de Michel Foucault.
Su visión del hombre, su razón universal lo colocan como un precursor del humanismo. Su relación con el cristianismo naciente es interesante. Y esto se echa de ver en el pensamiento de Nietzsche, quien no podría comulgar con Séneca, en este aspecto. Su platonismo lo hace un cristiano. Pero el filósofo alemán tiene como Séneca una centralización en la moral (como crítica) y en el individuo.
Séneca es un pensador de lo que llaman los franceses el ‘dedans”, la interioridad. Construye una teoría del yo que lucha contra el poder. La imagen de Séneca tomando la cicuta como Sócrates, o cortándose las venas en el baño mientras recuerda sus enseñanzas estoicas, son referentes de las tensiones entre sabiduría y poder; entre la relación de la teoría y la práctica. Séneca no solo habló para su tiempo, sigue hablando para el nuestro. En un tiempo en que el hombre presenta su desgarramiento existencial y debe buscar sus cuidados.
Séneca propuso un modelo de príncipe que solo encontró en otros emperadores como Marco Aurelio, el emperador filósofo; el filósofo estoico de “Las Confesiones”. La modernidad nos legó una imagen distinta del príncipe, las de Niccolò dei Machiavelli. Tal vez esa es la que ha ganado frente a la idea utópica del sabio, del filósofo gobernante que expusiera Platón en República y que Séneca justificó en sus libros y en su práctica intelectual y política. Se ha dicho mucho que el mejor libro de Séneca es “Cartas a Lucilio”. Ahí está la síntesis de sus ideas.
Recomiendo la lectura de “Séneca la sabiduría del imperio” (Almuzara, 2018) y también “Cartas a Lucilio”. Los lectores más interesados en la figura del filósofo y de su doctrina podrían leer también el libro de Paul Veyne “Séneca, una introducción” (2008) y el clásico de Tácito, “Anales”.