Transcurría el año 1999 y concluíamos nuestro magister en bioética en la universidad de Chile. Descubríamos académicamente lo que en el nivel práctico ya experimentamos en el país diez años antes con una Comisión Nacional de Bioética formada, pero sin un respaldo académico que la avalara y fundamentara las intervenciones que de muy buena fe venía desarrollando un grupo de abanderados.
Sin duda debemos mencionar en ese grupo de valientes al fenecido y siempre recordado doctor Andrés Peralta, quien con sus esfuerzos y autofinanciamiento venía desde Santiago de los Caballeros a colaborar y animar personas claves para esta empresa naciente.
Recuerdo que en medio de una clase, en uno de los días fríos de junio, en la docencia del magister nos explicaba el profesor Diego Gracia qué eran los comités de bioética asistencial, su vinculación con la deliberación moral y la dimensión ética de la práctica clínica y mientras nos deleitaba con las fundamentaciones, mi mente se escapaba a pensar cómo podríamos implementar estas experiencias en la República Dominicana.
Existían ya los celulares y los correos electrónicos, pero de forma muy incipiente, de manera que recurrí en mi libreta de apuntes de la clase para ir desarrollando un modelo ideal y lo asocie desde el inicio a la imagen de otro soñador, el doctor Frank Gómez, quien en ese momento estaba en el Hospital General Plaza de la Salud como asistente del director, que era conocido por mí, que fui su alumno en otras cátedras, y tenía plena confianza en que le gustaría abrir las puertas a la idea, pues él era de los conquistados por el doctor Peralta. Me refiero al doctor Delgado Billini, quien había sido parte de esos inicios tortuosos de la bioética en el país.
Al terminar la clase me dirigí a un centro comercial donde alquilaban el servicio de internet por horas, contrate el tiempo necesario y escribí a mi amigo Frank, quien al conversarlo con su superior me comunicó en breve plazo que a mi regreso sería recibido por ambos para conocer la propuesta y una preaprobación, pues coincidía lo propuesto con la naciente experiencia del HGPS.
En septiembre ya la reunión se había consumado, el plan había sido aprobado y se inició una experiencia de sensibilización a todo el personal, de presentación de esa nueva disciplina desconocida por todos y que levanta tantas inquietudes e interés.
No había concluido el mes y ya el Comité de Bioética era una realidad. Los talleres de capacitación eran frecuentes y dio inicio un plan operativo con ambiciosas intenciones, pues todo el personal debía pasar por una formación básica sobre ética. Hoy llamaríamos a esos “talleres de ética institucional”; nos adelantamos a la época.
Faltaría espacio si nos dedicáramos a mencionar por sus nombres a todos los actores que fueron directivos y/o miembros.