Shakespeare, a través de “Hamlet” y los terribles sucesos que vive, nos permite ser testigos del estado dionisiaco que experimenta el príncipe y de la aniquilación de los limites habituales de la existencia. Nos ofrece la oportunidad de penetrar miedos ancestrales, como el de la muerte y sus misterios.
Esta obra trágica promete y cumple con el más trascendente propósito de toda buena literatura: permitir que nos conozcamos a nosotros mismos, penetrando a través de sus personajes el alma humana desde las alturas iluminadas, hasta la oscuridad más siniestra.
“Ser o no ser, ésa es la pregunta
¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darles fin con atrevida resistencia?
Morir es dormir. ¿No más?” (Shakespeare, p. 103)
Este primer verso manifiesta el cuestionamiento esencial de una experiencia humana atormentada por las tensiones que se producen entre las fuerzas de la voluntad y la realidad; de tal manera, que la vida y la muerte se convierten en opciones a considerar.
Para Hamlet, la muerte parece un sueño; la vida una pesadilla.
Tenemos dos opciones interpretativas: primero, considerar que el “ser” del primer verso, se refiere al ser ontológico que busca manifestar a plenitud la vida, luchando con todo lo que se le opone a la autorrealización, para llegar a “ser” o quizás lo opuesto; dejarse llevar y que simplemente la vida lo arrastre y haga de él lo que quiera, convirtiéndose en objeto del destino y, de ese modo, “no ser” (no realizarse), sino, sencillamente ser objeto manipulado por la fortuna.
En las obras de Shakespeare el destino juega un papel importante: es un poder imperioso e inexorable; resultado de la acción divina; una voluntad ciega; un encadenamiento de hechos en el transcurso del tiempo.
Visto por otros como la ley de causa y efecto o karma que forma el destino de cada quien, sin limitación de su libre albedrío, por lo cual puede modificar, alterar o desviar el curso de los acontecimientos que deberían desarrollarse, dentro de un cierto margen, debido al efecto de las causas anteriores puestas en movimiento.
La segunda opción, interpretativa, atiende a los mundos extremos y opuestos: vivir o no vivir, existir o no existir como si la dualidad existiera. No se trata de una pregunta retórica, sino, en un cuestionamiento existencial surgido de una mente reflexiva e inquisidora.
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Una auto interpelación que Hamlet necesita responder. Es entonces cuando se pregunta qué es lo más digno, sufrir la injusta vida que le ha tocado o resistir… Y en el proceso enfrentarla de una vez por todas para terminar con las calamidades que lo aquejan.
Pero surge la aseveración “Morir es dormir”. Hamlet piensa en la muerte. Morir se refiere a desaparecer a través de la cesación de todos los procesos vitales del organismo; pero Hamlet no habla de cualquier tipo de muerte, habla de una que resulta igual a dormir.
Dormir es un estado fisiológico caracterizado por la ausencia de respuestas conscientes adecuadas a los estímulos.
Estado de inhibición cortical a menudo favorable a las manifestaciones de origen paranormal que aparecen entonces en los sueños.
Shakespeare, conocedor del mundo esotérico, pone en boca de su protagonista una pregunta que busca aclarar la relación entre la muerte y el sueño. “La muerte es dormir, ¿no más?” (Shakespeare, p. 103).
Quiere saber qué hay más allá de la muerte y más allá del sueño. Hamlet quiere estar seguro de que no haya sorpresas después de la muerte.
Quiere estar seguro de que sea como un sueño, pues el soñar es algo que ya ha sido experimentado por él y sabe que, aunque está lleno de misterios, siempre se vuelve del sueño de cada día. El sueño, acaso visto como un atisbo de lo que sería la muerte.
Durante la noche, los estragos producidos sobre el cuerpo por los impulsos, sentimientos y pensamientos, se restauran durante el sueño. En este estado, el fluido vital cesa de circular por los nervios en la cantidad necesaria, el cuerpo se aletarga, se posiciona en un estado basal.
Entonces, el cuerpo vital empieza a especializar la energía solar de nuevo, reconstruyendo al cuerpo denso por medio de un proceso restaurativo que permite de nuevo que la actividad se despliegue al despertar.
En este transcurso del sueño tienen lugar procesos psíquicos realizados mientras se duerme, en los cuales la actividad instintiva y espontánea del espíritu queda sustraída al control de la razón y la voluntad.
Por otro lado, Shakespeare hace uso de la mitología griega en muchas de sus obras y ésta no es la excepción. Nicte era la diosa de la noche, quien en el parto virginal dio a luz gemelos: Tánatos (Dios de la muerte) e Hipnos (Dios del sueño).
Parecería que Shakespeare utilizó este conocimiento para generar las reflexiones del monólogo. De ahí su gran parecido: muerte y sueño provenientes de una misma madre y, además, gemelos.
Sin duda, parecidos.
Hamlet quiere desvelar el misterio de la muerte y el sueño y actuar en consecuencia. Para él es una necesidad imperiosa penetrar esos arcanos después de la desaparición de su padre y la aparición de su fantasma. El príncipe piensa en sus opciones y en cómo terminar con la gran pesadumbre que lo aqueja.
Anda indagando las diferencias entre muerte y sueño, porque contempla la posibilidad de “no ser”; de acabar de una vez por todas con el sufrimiento.
Hamlet se pregunta qué hay después de la muerte. Todos tenemos la certeza de vamos a morir, pero nadie conoce si existe algo después de la muerte, cada religión da su propia explicación.
Algunas personas creen que les espera un juicio, tras el cual se definirá si irán al cielo o al infierno; para otros, les espera la reencarnación que dependerá del karma (ley de causa y efecto).
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Pero, en definitiva, en la mayoría de las religiones y creencias, la conducta del ser durante el curso de su vida juega un papel fundamental. ¿Qué tanto bien o mal ha realizado?
Según la respuesta cada persona recibirá lo merecido según sus acciones. Para otros, no existe el más allá y al morir, sencillamente nos convertimos en polvo.
Pero, lo cierto es que es un gran misterio, el mismo que el gran Nakitecas insistió en develar sin lograrlo. Y, es que existen múltiples explicaciones, según los mitos, religiones y tradiciones de las que se trate.
El fantasma del rey Hamlet le ha revelado a su hijo que sufre porque se encuentra de día sufriendo las llamas del infierno y de noche vagando. Le cuenta que fue asesinado por Claudio, su propio hermano.
Shakespeare nos muestra, a través de estas simples frases, que el rey cometió actos indebidos, su padre era rey y se encuentra envuelto en llamas.
¿Qué acciones tan detestables habría cometido para encontrarse en tal estado? ¿Será cierto, entonces, que el poder corrompe? Todo esto es como para volver loco a cualquier hijo.
Su padre le ha pedido venganza. Esta detestable solicitud es muy común tanto en la vida misma como en la literatura.
El padre, como actuante, sigue cometiendo errores. No le importa exponer a su hijo a la muerte o al destierro con tal de lograr su venganza.
Hamlet sigue divagando y sigue pensando que “morir es dormir, tal vez soñar”; razona que, si de esa forma puede acabar con todos los sufrimientos, entonces debe solicitar con ansias irse a dormir a través de la muerte. Pero hay algo importantísimo que plantea… Afirma que todos los dolores y aflicciones, “todo es patrimonio de nuestra débil naturaleza”.
Hamlet cree, de hecho, que es el mismo hombre el que se provoca el sufrimiento. La naturaleza humana vista como algo fijo tal como lo pensó Sócrates desde su punto de vista racional.
Es decir, si tuviéramos una naturaleza fuerte no sufriríamos. ¿Pero, qué es una naturaleza débil? Se trata de aquella que las filosofías orientales, como el budismo, refieren que tienen su origen en las pasiones y los deseos.
El ser humano sufre por las ataduras, por los gustos y disgustos. Por la incapacidad de dejar ir, por su incapacidad de liberarse. Hamlet es presentado como una persona reflexiva, con características y disposiciones, formas de sentir y actuar puramente racionales. Divaga, sí, pero siempre dentro de la lógica propia del mundo del raciocinio.
El príncipe sufre, pero no por ambición, no ha deseado ser rey; no sufre por una pasión amorosa, él sabe que Ofelia lo ama. Sufre por estar atado a la promesa de venganza que el fantasma de su padre le ha impuesto; incluso, se cuestiona si es un cobarde por no actuar en consecuencia.
Esta visión quimérica del fenecido rey Hamlet, esta apariencia semivisible del espíritu desencarnado en el plano esotérico, este desdoblamiento de su fenecido padre va transformando al príncipe al punto que los miembros de la corte piensan que nuestro protagonista enloquece.
Pero, en realidad, el príncipe de Dinamarca finge locura para poder indagar lo que ha ocurrido sin poner en guardia al sospechoso, su padrastro.
“Sí, y ved aquí el grande obstáculo, porque el considerar que sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, es razón harto poderosa para detenernos. Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga.” (Shakespeare, p. 103)
Luego de múltiples divagaciones, se arrepiente de terminar con su vida. Y es que existe la posibilidad de que ya muerto podría haber algo más, es decir, seguir sufriendo.
Entonces, no tiene sentido, no se justifica terminar con el mundo físico para pasar a una vida postmortem de sufrimiento. Este punto de vista puede provenir de las creencias de que el acto de quitarse la vida violenta y voluntariamente (suicidio), origina al causante el más lastimoso estado.
Un inexpresable y angustioso sentimiento de vacuidad y el poder de observar a aquellos a quienes ha lastimado con su muerte violenta (familia, amigos…). Según el esoterismo, podrá ver lo que les ocurre a sus seres queridos, pero no podrá actuar para ayudarlos. Se mantendrá en ese estado hasta que llegue el momento donde debió haber muerto por causa natural.
Dado todo lo anterior, piensa que es mejor detenerse y esperar que llegue la muerte natural, y por ello la infelicidad que brinda la vida se alargará.
Describe su larga lista de insatisfacciones debido a los injustos sucesos de la vida ordinaria: la lentitud de los tribunales que hace que los justos duren un tiempo encarcelados; el maltrato de los clientes frente a los empleados insolentes; el reconocimiento de hombres indignos y corruptos; la vejez y sus efectos; el abuso de los tiranos; los soberbios que se creen superiores y desprecian a los demás.
Entonces, asegura que de no ser por la posibilidad de que no haya paz después de la muerte, acabaría todo con un solo puñal. El príncipe acabaría con la opresión y el terrible peso de una vida, si no fuera por el desconocimiento de lo que hay más allá de la muerte.
Prefiere sufrir en un mundo conocido antes que entrar al mundo misterioso, desde el que se comunica la sombra de su padre.
Hamlet asevera que el miedo a lo desconocido nos hace cobardes, no hay valor cuando la prudencia prima. No hay empresa que se realice cuando se trata de decidir sobre vivir o morir y nos enfrentemos al raciocinio sobre sus efectos finales. Hamlet no se separa de Ofelia por desamor. Lo hace para evitarle el gran sufrimiento de convivir con el asesino de Polonio, su padre.
Fue su príncipe amado quien acabó con la vida del padre de Ofelia. No importa si fue de manera accidental o no; él causó su muerte, lo ultimó.
Solo ante la prueba irrefutable de que su tío asesinó a su padre, Hamlet accionará. No se trata de un cobarde que no quiere ejecutar el deseo de su padre. Se trata de un problema de conciencia y de dignidad.
Lo que se le pide es acabar con la vida de un hombre y él, como un ser humano justo, se cuestiona si no sería mejor morir antes de matar.
El monólogo termina con una conciencia que justifica las acciones humanas no realizadas por miedo a lo que existe más allá de la muerte. Hamlet se siente un cobarde y ve como única salida digna: morir antes que matar.
Finalmente, el padre de Hamlet es vengado por las causalidades de la vida. El espíritu vengador hizo que su hijo lo perdiera todo: su amada, carrera, amigos y familia. Hamlet no tuvo que tomar la decisión entre ser o no ser.
Claudio (su tío y padrastro), puso en movimiento al sembrar la semilla de la muerte y maldad una cadena de causas y efectos que terminó con la catástrofe final que cierra la tragedia.
Como bien dice Charles de Moeller (2018), filósofo, teólogo, profesor de la universidad de Lovaina y defensor de las humanidades: “La identidad y la existencia se debaten, buscan reconfigurarse, redefinirse, encontrar el sentido al curso de los hechos.” Hamlet pertenece a una generación sustentada por nuevos valores.
Nietzsche comprendió en toda su profundidad a este personaje que ha pasado a la posteridad.
Concluyamos con las palabras que Friedrich Nietzsche (1992, original 1872), dedicó a Hamlet en “El origen de la tragedia”:
“Un hombre expuesto al mal y encaminado al bien, no como el hombre que piensa demasiado, sino más bien como el hombre que piensa demasiado bien: pues el rapto del estado dionisiaco con su aniquilamiento de los límites ordinarios de la existencia contiene, mientras dura, un elemento letárgico, en el que todas las experiencias personales del pasado quedan sumergidas.
Este abismo de olvido separa los mundos de la realidad cotidiana y de la realidad dionisiaca. Pero, tan pronto como esta realidad cotidiana vuelve a entrar en la conciencia, es experimentada como tal, con náusea: un ánimo ascético, negador de la voluntad, es el fruto de estos estados.
En este sentido, el hombre dionisiaco se parece a Hamlet: ambos han mirado una vez verdaderamente la esencia de las cosas, han ganado el conocimiento, y la náusea inhibe la acción; pues su acción no podría cambiar nada en la naturaleza eterna de las cosas; sientes que es ridículo o humillante que se les pida que enderecen un mundo que está desquiciado.
El conocimiento mata la acción; la acción requiere los velos de la ilusión: esa es la doctrina de Hamlet, no esa sabiduría barata de Jack el soñador, que reflexiona demasiado y, como quien dice, por exceso de posibilidades no se decide a la acción.
No la reflexión, no: el verdadero conocimiento, una visión de la horrible verdad, pesa más que todo motivo para la acción, tanto en Hamlet como en el hombre dionisiaco.” (p. 60)
La autora es profesora de la Pontificia Universidad Madre y Maestra y nos recuerda que, el poder corrompe.