Sería muy fácil para mí, vivir en la prefectura de un mundo particular ajeno a los sinsabores y abstraído de la realidad. Alquilar mi intelecto, mi trasero, mi dignidad y aceptar como bueno y valido el hombre líquido de Bauman; la sociedad teledirigida, las bocinas, las chapeadoras y todo el estercolero que gravita en la actualidad.
Sería muy fácil para mí, convertirme en un coprófago, en un Popy o un Wawawa y salir desnudo en las redes en busca de notoriedad, aferrarme a un cheque a Joaquín Sabina a Silvio Rodríguez y al sofisma de la libertad. Dejar al diablo que se lleve al demonio y convertirme en uno más.
Sería muy fácil para mí, encerrarme en las 4 paredes de un país imaginario en el que solo existan los libros, la filosofía, las nalgas venezolanas y el cardenal de Mendoza. Sin embargo, en este conglomerado aspirando a ser un Estado el Cambalache de Gardel es el pan de cada día. Cualquier crápula es una señora, una fortuna dudosa otorga prestigio y poder y un cleptómano de saco y corbata es un modelo a seguir. Sería muy fácil para mí, aferrarme al apotegma de que hay que comer y convertirme en un defensor de lo absurdo y execrable. Y, construirle una estatua a la inmundicia, la ignominia y la vanidad.
Sería muy fácil para mí, hacerme una introspección y dar al traste con una metamorfosis conceptual; circunscribirme a la docencia, al descorche de chambertin y al aroma de un habano que me traslade por el empíreo. Y, olvidarme del mundo, del país, del PLD, del PRM y de nimiedades a perpetuidad. Sería muy fácil para mí, pedir asilo en casa Teresa o refugiarme en mi biblioteca a perderme en los libros de Chomsky, Sartori, Naím, Estulin, y Robert Dahl. Sería muy placentero pasar los días viendo las series de Netflix, inmerso en los chismes de twitter o viviendo la novelesca distopía de Instagram. Pero, asumir que no pasa nada es un genocidio existencial.
Sería muy fácil para mí, imitar al pintoresco actor Seann William Scott y sentarme a reírme de los ridículos tintes de muchos funcionarios que se niegan abandonar la juventud, o de los senos y glúteos voluptuosos de muchas mujeres langostas que mañana cuando tengan Alzheimer tendrán nalgas siliconadas sin saber para que se usan. Empero, no se puede vivir sin el recurso de apelar a la conciencia y sin el sentimiento de gastritis por los desvaríos de aquellos que tienen el solemne compromiso de representarnos. No hay forma de ser una masa amorfa; una voz inerte ante la misantropía congénita en un país que clona a los facinerosos.
Sería muy fácil para mí, edulcorar mis emociones hipotecando mis profesiones bajo la lógica de sobrevivencia y empeñando las referencias que recibirán de mi persona mis descendientes. Que simple fuera ignorar mi rol de ciudadano y colocar mi condición de militante de un partido hasta por encima de lo perfectible; embriagarme de positivismo de peledeismo e irracionalidad y dejar por sentado que mientras yo esté bien el mundo entero debe estarlo. Interiorizar ese axioma es rememorar al gran escritor y poeta irlandés Oscar Wilde cuando sentenció, que “todos estamos en la cloaca, pero algunos estamos mirando a las estrellas”.