Sin lugar a duda, el siglo XXI es la era de la comunicación. En pocas palabras, es como han dicho María F. Sánchez Hernández y Carlos Oliva Marañón: “La revolución tecnológica, las nuevas formas globales de comunicación y de intercambios comerciales y el paso del modelo analógico al digital introducen cambios sustanciales en la forma de vivir, de comunicarse, de relacionarse e, incluso, de pensar”.
El siglo XXI se caracteriza por el avance y expansión de la digitalización y el control de la información a nivel global. También a esta época se le conoce como la era de la información (quien la controla y quien accede a ella tendrá las mejores oportunidades). (Wikipedia, mayo 2023, 17:12). En términos generales, las Tecnologías de la Información y la Comunicación (Tics), son herramientas innovadoras que han incidido directamente en todas las actividades humanas.
En la era actual, es inconcebible pensar en la posibilidad de vivir y relacionarse al margen de la comunicación. Como consecuencia del continuo auge del Internet de las cosas y de las redes sociales, hoy todo se sabe, se comenta y se enjuicia. Es decir, cada vez son menos los hechos, acontecimientos y eventos que acontecen y permanecen en el anonimato. Es como si la privacidad no existiera. La realidad es que la comunicación, sin importar su modalidad, se presenta y asume como eje transversal de alta incidencia en las relaciones humanas, sociales, laborales, productivas, comerciales, entre otras.
En la nueva realidad, caracterizada por los desafíos derivados de la cuarta revolución industrial, el empoderamiento ciudadano alrededor de los recursos naturales no renovables, la exigencia continua de las comunidades de consumidores para que sus marcas sean éticas y transparentes, el reclamo que hace la sociedad civil a los gobernantes para que no incurran en actos de corrupción e impunidad, los múltiples efectos provocados por la pandemia COVID-19, entre otras tendencias, la comunicación social, institucional, comercial, política, gubernamental y corporativa, se visualiza como un medio imprescindible para garantizar la armonía, la convivencia, la cooperación y la sostenibilidad, en cada uno de estos ecosistemas.
En el siglo XXI, la brecha entre lo público y lo privado es cada vez más estrecha. Esto se debe, entre otros factores, a la evidente democratización de la información y la comunicación, gracias al Internet de las cosas y al desarrollo vertiginoso de las redes sociales. Las plataformas mediáticas nacionales, regionales y globales, no permiten que ningún hecho, acontecimiento o evento relevante se quede en el anonimato. Como expresa Manuel González Lozano (2023), hoy en día, en plena época de cambios tecnológicos e innovación, los medios de comunicación constituyen un pilar fundamental para nuestra sociedad.
El peor enemigo que tienen hoy los países, los gobiernos, las empresas, las marcas, las organizaciones políticas, los gremios patronales y laborales, así como entidades de la sociedad civil, que deciden y actúan al margen de la ética y transparencia, es la facilidad con la que los ciudadanos, sin importar su estatus socioeconómico, pueden disponer de distintos y poderosos medios de comunicación masiva, mediante los cuales las audiencias asumen el rol de perceptores activos, los que casi siempre terminan siendo emisores, que expresan sus opiniones, puntos de vista, emociones y sentimientos.
Nunca como ahora, gracias a las plataformas mediáticas existentes y disponibles, a los perceptores se les había hecho tan fácil asumir el papel de emisores en el proceso de comunicación. En el siglo actual, la comunicación unilateral está en descenso. Sin importar los ámbitos, la comunicación es más participativa, democrática y activa. Hoy, existe más y mejor equidad y equilibrio entre los elementos esenciales del proceso de comunicación: emisor, perceptor, mensaje, código, medio o canal, contexto y retroalimentación.
No todo ha sido color de rosa, la democratización de los medios de comunicación y la participación activa de los ciudadanos, también han traído consigo prácticas individuales y colectivas inadecuadas. En este sentido, es indudable que la calidad y falta de ética de muchos de los contenidos que se comparten en las plataformas digitales, así como el afán desmedido e irracional por la visibilidad, han puesto en jaque la reputación, la credibilidad, la confianza y la imagen pública de no pocos gobiernos, empresas, agencias públicas, marcas, organizaciones sin fines de lucro y personas públicas, etcétera.
El vertiginoso desarrollo tecnológico ha transformado la forma, los medios y los contenidos tradicionales de la comunicación. Los nuevos factores y condiciones que rodean los procesos de comunicación social, institucional, comercial y corporativa, suelen ponen en riesgo permanente los activos intangibles de las organizaciones y de las marcas. Dicha realidad está obligando a los DIRCOM a buscar alternativas creíbles, que permitan blindar la reputación, credibilidad, confianza y la imagen pública de las empresas, instituciones y marcas.
En la realidad actual de la comunicación, cualquier influencer, líder de opinión u opinador público dispone de los medios necesarios para dañar los intangibles de las organizaciones y marcas. Dicho en otras palabras, la democratización de los medios y la participación sin límites de individuos sin valores y principios éticos, han provocado que la reputación, la credibilidad y la imagen pública sean cada vez más vulnerables. Frente a la situación descrita, el DIRCOM de hoy tiene que ser más estratega que mediático.
Miguel Antezana Corriere (2014), refiere que: “Las nuevas condiciones tienen que enfrentarse con nuevas herramientas, por lo que no tiene ningún sentido pensar en un DIRCOM que realice las mismas actividades que las organizaciones han venido ejecutando a través de sus oficinas de prensa o áreas de marketing. El hacer comunicación implica la realización de procesos de diagnósticos, de planificación, de hacer estrategias, de poseer habilidades para ejecutarlas y de medir resultados. De hecho, la tarea central del dircom es actuar como un estratega y no limitarse a ser un coordinador de labores repetidas de comunicación externa, con y para los medios de comunicación”.