Confío poco en que mis conciudadanos tengan claro lo que significa la frase que trato de expresar en el título de este escrito. Ni siquiera estoy seguro de que yo mismo sepa lo que ello implica y significa. Porque cuando pienso en nuestro sistema escolar, en nuestro país y en el futuro de nuestra nación y de la humanidad, lo que siento es un golpe de ideas convulsas, que no me permiten siquiera ponerme de acuerdo conmigo mismo acerca de lo que pienso y siento respecto a todo ello.
Soy persona de fe, un gran bendecido de Dios, pero próximo a los 80, siento una mezcla de pena y preocupación por los que se quedarán en este mundo.
Sobre todo, pienso en la escuela; sintiendo que mis conciudadanos no tienen, ni de cerca, una idea de su importancia, ni sobre los desafíos que enfrenta nuestro sistema escolar, especialmente la fase primaria, en donde está concentrado el mayor esfuerzo de la formación del “ser dominicano”.
Muchos estamos muy inquietos por el contenido de los textos escolares, especialmente los de historia dominicana. Y recientemente tuve una conversación con un exfuncionario de primer nivel del Ministerio, acerca de unos textos donde supuestamente había una seria distorsión respecto al correcto contenido curricular. Dicho experto me aseguró que eso ya se ha corregido.
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Pero entiendo que este asunto merece una averiguación institucional exhaustiva y un establecimiento de responsabilidades.
Pero mi preocupación por nuestra escuela se profundiza cuando en las redes se cuela un debate soterrado sobre la difusión de ideas contrarias a los intereses nacionales, y acerca de cómo se están manipulando prejuicios y estereotipos respecto a nuestros propios valores identitarios; y sobre cómo, supuesta o realmente, se han estado condicionando aviesamente las mentes de los ciudadanos vecinos, desde niños, acerca de las verdades históricas y de los respectivos proyectos nacionales.
Un tema que los académicos deben ventilar con todo rigor, cuidado, y urgencia. Porque tanto a dominicanos como a haitianos, lo menos que nos hace falta es fomentar prejuicios recíprocos, que sin duda en alguna medida subyacen, y de los cuales es primordialmente la escuela primaria la que debe librarnos; sin dejar de dar a nuestros niños y adolescentes la instrucción y las actitudes correctas. Tanto como dominicanos libres, con identidad vigorosa, y un saludable temor de Dios.
Siento que ni maestros, ni políticos, ni funcionarios tienen completo sentido de la responsabilidad que hay sobre sus hombros y sus respectivas consciencias. Y siento gran desconfianza en unos ciudadanos, a cualquier nivel de clase, que más parecen pendientes de adquirir y consumir; aturdidos por la modernidad, por los cambios de un mundo carente de rumbo; y jóvenes abobados frente al celular u otro aparato, que los mal conectan con una contemporaneidad anómica, que se resiste al esfuerzo disciplinado, y que más que ser sometida a un proceso de conversión en ciudadanos dominicanos responsables, parecen disolverse en una nada existencialmente nauseabunda; capaz de cualquier complicidad por displicencia, o de cualquier contubernio por pura sensualidad o diversión.