Sombra

Sombra

Plaza, Giorgio de Chirico. 1913.

Hay más misterio en la sombra de un hombre caminando un día soleado, que en todas las religiones del mundo. Giorgio de Chirico

“La Capilla Sixtina del primer Renacimiento”, la capilla Brancacci de la Iglesia de Santa María del Carmine escondida en el vecindario florentino de Oltrarno, aloja en su interior obras consideradas imperecederas dentro de la pintura italiana de aquel importante período artístico. Entre ellas destaca el fresco San Pedro cura con su sombra completado por Masaccio en 1425 cuya escena, narrada en el libro V de los Hechos de los apóstoles del Nuevo Testamento, ilustra el poder curativo del primer obispo de Roma.

La milagrosa sanación de los lisiados tras apenas tocar la sombra del santo es plasmada en este transformador trabajo del Quattrocento temprano en el que perspectiva, anatomía y luz se unen abandonando el perfil gótico para retornar al clasicismo grecorromano y con ello, consolidar las bases del naturalismo. El realismo patente en aquel lienzo, similar a lo sucedido con las obras de Giotto, Brunelleschi y Donatello, maestros del primer Renacimiento florentino, va más allá de misticismos y divinidades. Masaccio lo logra asignando características terrenales a las representaciones humanas (al incluir en ellas las facciones de los propios allegados al autor), y, sobre todo, destacando lo que a nuestro juicio conforma el verdadero ente protagonista de su innovadora propuesta temática: el poder de la sombra.

Se trata de una curación per umbra representativa del prodigioso don de San Pedro más allá de las tradicionales habilidades apostólicas de curar per tactum manuum, o per verbum según establecía la doctrina cristiana. La obra plasma además el milagro transcurriendo activamente al mostrar, simultáneamente, lisiados de pie, ya curados, algún otro en proceso de incorporación, y un último desdichado que, tirado en el suelo, aguarda el toque mágico de la sombra.

Sombra es oscuridad incompleta, luminiscencia tímida y oculta; simulacro que proyecta un cuerpo opaco sobre una superficie al éste interceptar rayos luminosos dirigidos hacia él. Los eclipses son ejemplo de sombra en su más grandiosa dimensión: de nuestro satélite recibir la proyección de la Tierra, tendríamos un eclipse lunar; y si el planeta hiciese lo propio sobre el astro rey, ocurriría un eclipse solar. En ese diálogo entre la luminosidad y su ausencia somos testigos, pues, de una cautivante danza astral que, esparcida en la infinitud del firmamento, atrapó la curiosa mirada de los pobladores del globo terráqueo desde muchos siglos atrás.

Sobre siluetas y alma

En la tradición pictórica, las sombras otorgaron volumen a lo escenificado contraponiéndole a lo que es físico y material, y en ocasiones, distorsionando sus características lanzándoles al terreno del claroscuro. Pocos niegan que a través de la historia de este género artístico desempeñarán un papel estelar como instrumento evocador en el que la oscuridad aparecerá preñada de los más complejos y dispares simbolismos y significaciones. Tal será lo acontecido en el “segundo principio” de la pintura según consideraba Da Vinci; el máximo dramatismo de lo oscuro evidente en el Barroco tenebrista resaltando la presencia de lo sagrado en la cotidianidad; la intensa temporalidad que sombra y oscuridad sugerían en los lienzos de Rembrandt o Caravaggio; sus roles protagónicos en la estética del mal, la angustia y la muerte del Goya tardío; la luminosidad y el pigmento impresionista reflejado en las aguas de la Normandía de aquel Monet incomparable, hasta arribar a las casi veraces ensoñaciones surrealistas de Dalí en las que sombra, fue voz viva de las expresiones psíquicas patentes en el lienzo. Remontémonos, pues, a los orígenes de la pintura para otear la prehistoria de las sombras en el transcurrir de las artes.

Plinio el Viejo fue el responsable de documentar las antiguas consideraciones sobre el arte y el mundo natural en la única obra de su autoría que ha sobrevivido tras su publicación en Roma en el año 77 de nuestra era: Naturalis Historiae, un enciclopédico tratado de 37 libros dedicados al emperador Tito que contiene además apreciaciones sobre Astronomía, Biología, los minerales y un largo etcétera. El libro XXXV está enfocado, entre otras asignaturas, en la discusión sobre el arte de la pintura y sus orígenes en la Grecia clásica, asunto que Plinio narra de la siguiente manera:

“Los egipcios afirman que fueron ellos que la inventaron (la pintura) seis mil años atrás antes de pasar a Grecia, vana pretensión, es evidente. De los griegos, por otra parte, unos dicen que se descubrió en Sición, otros que, en Corinto, pero todos reconocen que el acto de pintar consistía en circunscribir con líneas el contorno de la sombra de un hombre”.

Luciría, según la fábula narrada por este brillante naturalista y militar, que el origen de la primitiva representación pictórica surge a partir de la captura de la sombra: Un alfarero de Corinto, sensibilizado ante el dolor de su hija por la ida del amado, tras esta proyectar la silueta de su cara sobre una pared bajo el reflejo de una vela, la atrapa aplicándole arcilla convirtiéndola de tal forma en una pieza en alto relieve. El nacimiento de la pintura figurativa no provendrá entonces de la pose de un modelo o de la imaginación del artista, sino de su recreación (transfigurada) en la sombra a decir de este pasaje.

El académico Mario Saiz, apoyado en el ensayo Breve historia de la sombra de Víctor Stoichita, conceptualiza la metáfora del relato de Plinio, a saber: La acción de la joven enamorada, al retener la silueta del amante crea una herramienta de sustitución, un “simulacro imaginal” que reduce su pareja a una apariencia sin cuerpo. A un sustituto que procura hacer presente lo ausente, cosa que la Filosofía traduciría como “la presencia de lo ausente es lo que la sombra del alma nos posibilita”; similar a lo expresado por Saiz cuando concluye que todo encuentro con la sombra genera la emergencia de nuestra psique, de su más antigua caracterización, como en el Ka egipcio.

Elogio de la sombra

La obra de Jun’ichirô Tanizaki aludida en el subtítulo y publicada en Occidente por primera vez en 1933, constituyó “un antes y un después” dentro de la estética y la crítica del pasado siglo. Ello así gracias al elocuente y hermoso reconocimiento del autor a la indisoluble conexión entre sombra y belleza contenida en ese texto, conceptos aún vírgenes en aquellos años testigos de las desafortunadas gestas bélicas mundiales.

Hipnotizada por la luminosidad artificial, la sociedad occidental ha existido ajena a las consecuencias del exceso de claridad, sean estas la imposibilidad de meditar ante una luna llena asomada en el firmamento de cualquier gran urbe, o los tropiezos en el ejercicio de nuestra obligación medioambiental de intentar reducir el consumo eléctrico. La sombra de la que nos hemos olvidado afirma Tanizaki, resulta del hábito de exponerlo todo; porque somos capaces de sentamos bajo un foco que nos hiere los ojos sin importarnos, contrario a la usanza oriental en la que la belleza tras las tinieblas es una de sus maravillosas formas de ver el mundo.

El japonés se aproxima al pensar filosófico cuando parte de la interdependencia-vínculo presente entre las ideas de oscuridad y luz en las que una no existe sin la otra, y ambas, se necesitan entre sí para definirse. Afirma en este contexto que la sombra es parte de la emergencia de la conciencia al ella manifestar (metafóricamente) las variantes posibles del existir, los rostros de la enigmática luminosidad, la oscuridad del Ser. Lamentando la pérdida del mundo de las sombras, se declara esperanzado en que logremos compensarla; ya sea en el estrictamente técnico territorio de la mecánica, o en el campo fértil de la imaginación literaria. Lo enuncia en insustituibles palabras:

“En la mansión que podríamos llamar de la literatura, colocaría profundos aleros y paredes en tonos aliados con la oscuridad, devolvería a las sombras todo cuanto brilla demasiado, y me desharía de toda decoración banal. No pido que sea así en todos los sitios, pero al menos tal vez tengamos derecho a mantener un lugar donde podamos apagar las luces y ver qué ocurre a partir de ese instante”.

Poética de la penumbra

Han sido muchas las firmas que dentro de la poesía han abrazado la sombra como temática conceptual y escritural: lo hicieron Lorca (La sombra manda a mi cuerpo/ reflejos de cosas quietas); Borges en Elogio de la sombra; Saramago en Ensayo sobre la ceguera, y otro inmortal, el argentino Juarroz, cuando dijo: La sombra es un fruto madurado a destiempo./ Si se lo aprieta, suele soltar el jugo de la luz,/ pero puede también manchar las manos para siempre. Aparece en este último verso la explícita admisión de una ausencia-presencia en la sombra que si bien expresa la concepción platónica que alude a su negatividad, también es referencia a las consideraciones del Jung que la posiciona en proximidad a la luz como instrumento cuasi redentor:

“Colocar a un hombre ante su sombra significa también mostrar su lado luminoso. Cuando uno se ha visto varias veces juzgando entre opuestos, se capta inevitablemente qué quiere decirse con el sí mismo. Quien percibe al tiempo, su sombra y su luz se ve desde muchos lados, y así se coloca en el medio”.

Aquella mancha posible a que se refería Juarroz ejemplifica también esa ausencia-presencia como expresión del vivir del presente; lo corrobora Saiz al recordarnos una vez más lo enunciado por la Filosofía: El mundo presentado ante nosotros en sus contextos generales o particulares, más allá de lo evidente, conforma simultáneamente lo desconocido, lo oculto, y la verdad de la luminosidad que develará el entendimiento para la eternidad. Saiz ha esbozado también pertinentes meditaciones sobre la espiritualidad versión siglo XXI en el contexto psicoanalítico a fin de (re)construir la cotidianidad renovadora y decididamente humana que han justificado estas lucubraciones. Lo hace a partir de ese Jung futurista capaz de alertarnos que nada puede traer tanta paz y plenitud como la elaboración de la sombra. Luz y sombra protagónicas, una vez más.

El recorrido de la sombra transcurrido a través de civilizaciones y diferentes etapas del arte pictórico, se inició con su concepción de mundo alegórico hogar del mal y todos sus misterios. Continuó con el acercamiento a las ciencias físicas medievales a través de los primeros estudios de la óptica; con el descubrimiento y desarrollo de la perspectiva durante el Renacimiento y la incursión de la religiosidad en el Barroco; hasta arribar a la premodernidad y modernidad tecnificadas en las que fotografía y cine le impregnarán definitiva y definitoriamente. En estos párrafos hemos intentado trazar una propuesta que fundamente la idea de que literatura, filosofía y pintura, configuran los binoculares que nos acercan a eso que la ausencia de luz felizmente esconde. Esto así porque solamente abrazando la penumbra y el claroscuro de nuestro acontecer lograremos vencer cegueras y oscuridades reales o imaginadas; acercarnos a una humanidad en la que maldad y mercado sean reemplazados por la luminosidad que nos hará mejores.

Jochy Herrera es cardiólogo y escritor, autor de Fiat lux. Sobre los universos del color (Huerga & Fierro, Madrid 2023).

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