Suspense y misterio en «Con el Caribe al fondo» de Guillermo Piña-Contreras

Suspense y misterio en «Con el Caribe al fondo» de Guillermo Piña-Contreras

Guillermo Piña-Contreras

El título, Con el Caribe al fondo (Santo Domingo, Memoria Viva editorial, 2022, 340pp.), trae a la memoria vagamente el poema de Franklin Mieses Burgos, “Paisaje con un merengue al fondo”. Al igual que el poema rememorado, la novela trasunta, tras bastidores, otra historia distinta a la que representa

Por: Manuel Núñez
En sus novelas anteriores, particularmente en las dos primeras: Fantasma de una lejana fantasía (París, 1995) y La casa de Leonor (2005), de Guillermo Piña-Contreras prevalecen los recursos empleados por el Nouveau Roman: prolijas descripciones de un mundo donde sobresale el objeto; se rechaza el tiempo cronológico; irrumpen textos cíclicos; la intriga se vuelve minimalista y, a veces, el personaje incluso desaparece. Es un mundo que escapa a nuestra comprensión. Sin embargo, en La reina de Santomé (2018), el autor vuelve al placer de contar, empleando múltiples historias y valiéndose de varios narradores.

En esta ocasión, Piña-Contreras nos hace una propuesta narrativa rotundamente nueva. Por vez primera, un autor dominicano escribe una novela policíaca. Alguien podría enmendarme la plana proclamando que la primacía le corresponde a la novela Morir en Bruselas, de Pablo Gómez Borbón. Entre ambos textos hay semejanzas: los dos se fundamentan en las menudencias de estructuras policiales; Piña-Contreras, inventa la suya; Gómez Borbón, la toma ya construida por la policía de Bruselas; ambos examinan las autopsias, las escenas del crimen, organizan los interrogatorios, las custodias de los imputados y las deposiciones de los testigos; pero tienen propósitos distintos. Piña-Contreras mantiene viva la estructura del género de la novela policial; Gómez Borbón la abandona, y nos produce la sensación de novela inacabada; Piña-Contreras organiza hasta el último capítulo para entregarnos el desenlace, la revelación; Gómez Borbón hace tiempo se ha desligado de la ficción para rematar el libro como historiógrafo. Bien vistas las cosas, no creo que nuestra declaración pueda ser considerada extravagante.

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Como ya es una exigencia del género, la novela se organiza en torno a un acontecimiento. El suceso tiene la estructura del relato. Tres investigadores se emplearán a fondo para desentrañar las menudencias del hecho: el periodista Emilio Vargas, de Diario Libre, el ayudante del fiscal Luis Perpiñán y el teniente del Dicrim, César Guzmán Herasme. Todos los personajes y las tramas urdidas por el narrador tienen un solo propósito, desentrañar las incógnitas planteadas por el suceso. He aquí plasmada en un escueto esquema la estructura que le ha servido de apoyatura.

La novela policíaca se desarrolla en estructuras cerradas. Crimen, culpable, móvil, instrumento, víctima, circunstancia. A esta tramoya esencial se añaden otros elementos: los aliados del antihéroe (posición social, poder), los opositores (fiscales, jueces, detectives, testigos etc.) a su acción y, desde luego, los beneficiarios.

 Con el Caribe al fondo parte de un acontecimiento central: el asesinato del arquitecto Freddy Rojas, en su apartamento de la calle Roma, 1, en el sector La Julia de Santo Domingo. A partir de entonces comienza a desarrollarse la novela. Inmediatamente se examina la cantera de información contenida en la escena del crimen; las deducciones realizadas in situ por el médico legista y finalmente los datos de la autopsia. Luego siguen los interrogatorios de todas las personas relacionadas con el occiso: vecinos, personas que lo vieron la víspera, familiares. Posteriormente los investigadores, tras ordenar las primeras conclusiones se establecen las pistas; elaboran las hipótesis y deducciones. El proceso de reconstrucción debe, necesariamente, conducirnos al cierre: la confesión o el descubrimiento del culpable. El placer de leer novelas policiacas se halla directamente asociado a la revelación, al hallazgo. El primer testigo, es el propio cadáver: “la causa de la muerte pues la única huella de violencia evidente, un hueco de aproximadamente cuatro centímetros en el parietal derecho parecía ser el lugar por donde, rauda, la muerte se lo apoderó” (p.18).

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Los diálogos del teniente Herasme, del Dicrim y del ayudante fiscal, Luis Perpiñán muestran ya en los primeros capítulos las revelaciones de la investigación en su punto de arranque:

1)      La causa de la muerte fue un golpe con un objeto contundente.

2)      En vista de que, al parecer, la víctima le abrió la puerta a su asesino, se descarta que el crimen haya sido perpetrado por un desconocido.

3)      Se excluye el robo como móvil del crimen. El asesino no espulgó en las gavetas ni tomó la cartera del occiso ni se llevó piezas de valor.

4)      Con todos los datos de la autopsia, se abandona la conjetura de que el crimen pudiera ser provocado por alguna relación homosexual, en vista de que Freddy Rojas era, al momento de su fallecimiento, un hombre soltero. Las malas lenguas siempre insertan maledicencias personales.

Se sabe todo eso. Pero el enigma se mantiene en pie. La incógnita no ha sido despejada. Las declaraciones de los testigos nublan y esclarecen, señalan y eclipsan. Desde los primeros capítulos se revela el dato escondido. Herasme le pregunta a la doméstica si había un martillo en el apartamento que presumiblemente ha sido el arma del crimen. Josefina, la doméstica, dice que sí; pero el martillo marca Stanley no aparece.

Las primeras pesquisas se centran en la personalidad de la víctima.  Herasme lo ha proclamado: Freddy Rojas conocía a su asesino.  Como un símbolo temible aparece, de tiempo en tiempo, el recuerdo del martillo.

El asesinato de Freddy Rojas se produjo, al parecer, entre la 1 y 2 de la mañana, a consecuencia de la rotura del cráneo. Horas antes, el interfecto había estado cenando en casa de los esposos Lora Félix, y se sabía, por las menudencias de la autopsia, lo que había comido y bebido. La investigación sobre su personalidad nos revela su perfil profesional, sus estudios, sus aficiones, su agenda telefónica, sus amigos. El perfil de la víctima.

El enigma se mantiene en el candelero. No se tiene certidumbre de cuál podría ser el móvil. Las líneas de investigación se centran en Antonio Abreu, alias el Osito y en su cómplice, Alfonso Luna, cuyo mote es Fonsito, la Araña, dos timadores que viven de la venta de cuadros. Las relaciones entre Freddy y El Osito rayan en la picaresca. Pero, en la hipótesis del ayudante fiscal, Luis Perpiñán, establecía que estos individuos actuando en comandita tenían un móvil suficiente para atentar contra la vida de Freddy. El portero del edificio fue testigo de una discusión entre la víctima y El Osito. Ninguno de los dos tenían coartadas que los salvaran. El apartamento de El Osito y el de la Araña fueron allanados y Perpiñán los detuvo y los imputó. A pesar de las declaraciones del portero y de la doméstica, el abogado Orlando Herrera logró la libertad de El Osito, y otro tanto ocurrió con Fonsito, la Araña. Cuando todo parecía esclarecerse, de nuevo, vuelven las nieblas.

Entonces, Emilio Vargas, el periodista se entrevista con Rosa Elena Gómez, la exnovia de Freddy Rojas.  La hipótesis sugiere que Sergio Castillo, doctor veterinario, asesinaría por celos a Freddy Rojas. Pero Castillo había estado en las horas del crimen asistiendo al parto de una yegua en la finca de Edmond Elías. Tiene una coartada de concreto armado.

La investigación naufraga pues en un punto muerto.

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