Cuatro décadas en RD. El arte dominicano, golpeado recientemente por varias pérdidas, está nuevamente de luto con la partida de Teté Marella. Fue durante años la favorita de coleccionistas privados y colecciones públicas. Todos querían un cuadro de Teté Marella
Teté Marella es parte de la historia del arte dominicano y de su transición hacia
la contemporaneidad. La noticia de su deceso en Buenos Aires agrega otra víctima y valiosa personalidad a una lista oscura.
Adoptada como dominicana por sus incontables seguidores antes de que se naturalizase formalmente, Teté Marella, argentina de origen, nació y estudió en Buenos Aires. Se estableció en Santo Domingo en 1973 y presentó su primera exposición individual en 1975, participando ya en colectivas. Ella nunca pasó desapercibida.
Dedicación dominicana. Fueron pues más de cuatro décadas de un oficio tesonero en la República Dominicana, y a los seis años de llegada e inicios, ella había ganado ya el Primer Premio de Dibujo de la XIV Bienal Nacional de Artes Plásticas.
Un dibujo refinado, preciso, impecable, la hizo destacarse desde su aparición en la escena artística. En su realismo mágico muy personal, el misterio era a la vez indescifrable, hermoso y accesible…
Ahora bien, ella evolucionó pronto del dibujo a la pintura, aunque siempre, hasta de manera subyacente, ella mantuvo la maestría de la línea y el dominio de la colocación compositiva. Su pintura provocaba una admiración, a veces apasionada, “poblada” y definida por personajes casi siempre femeninos, de corporeidad opulenta y ataviados de ropajes seculares.
La calificaron como seguidora de Fernando Botero, lo que para ella era una descalificación… y una “apropiación” falsa.
Sus exposiciones individuales sobrepasaron la treintena, tanto nacionales como internacionales de América del Norte y América Latina a Europa y Oriente.
Las colectivas son innumerables. Fue durante años la favorita de coleccionistas privados y colecciones públicas. Todos querían un cuadro de Teté Marella, que casi no podía responder a la demanda ¡Celebraban, cuando no envidiaban su éxito de ventas!
Para nosotros y fuera de otra idiosincrasia, ese fenómeno, esta acogida excepcional, provenían del bienestar y agrado cotidiano del contemplador feliz, al convivir con la solidez, la poesía, la lozanía de la pintura y su sinfonía cromática, a la cual se añaden sus ensayos en la gráfica y la obra tridimensional.
Sin embargo, Teté Marella era de naturaleza extremadamente sensible. Su triunfo artístico, al igual que sus numerosas amistades, no colmaban sus necesidades afectivas profundas y familiares, habiendo fallecido su esposo y teniendo sus hijos compromisos profesionales en el exterior. En el 2016, ella decidió “reencontrarse” en su Buenos Aires natal.
Que se presente una exposición de Teté Marella de nuevo en Santo Domingo, revelando su producción reciente, era un anhelo que muchos compartían. Pero la crueldad de la pandemia la arrancó a proyectos y esperanzas. Una exposición póstuma, bienvenida, no devolvería, sin embargo, aquella presencia risueña y amorosa de “la” Teté, luminosa de chispa e inteligencia.
Una visión crítica. Teté Marella se caracteriza por una iconografía, rica y ligera a la vez, donde el refinamiento de personajes ideales y el esplendor de los ropajes, se expresan en una expresión artística moderna, que sabe jugar al mismo tiempo con una intervención implícita de la geometría.
Teté Marella rivaliza de delicadeza, gracia y elegancia, pintando a doncellas y damas regordetas, y aun a algún que otro mozo travieso. Son figuras que alían la frescura de sus complexiones con el rigor de las pinceladas.
Que sugieran retratos imaginarios, plasmando a una, dos o más heroínas de su mundo, a una familia o a dos enamorados, la factura pictórica se autoexige firmeza y agilidad.
La paleta desarrolla una sucesión de tonos brillantes, un tratamiento minucioso de los matices, aunque la gama triunfante –el rojo domina- no se aplique por sí misma, sino en sintonía con el dibujo y los “modelos”.
Casi oímos las telas preciosas que crujen, recordando a la pintura clásica y romántica que evocaba a damas cortesanas, oriundas del Renacimiento o el Clasicismo. Simultáneamente, la contrapartida de este neobarroquismo de la figura es su aplomo en el espacio.
Teté Marella nos brinda siempre una lección “visual” de historia del arte-, resucitando a las modas y los maestros de antaño. Pintora culta y estudiosa, también conoce y maneja el legado histórico, guiñando el ojo a las meninas de Velázquez y a las odaliscas de Ingres, al igual que, en tiempos menos distantes a madre e hijos de la “bella época” del 1900. Las reminiscencias seculares, que no llegan a copiar ni a reinventar, identifican siempre una creación personal, inconfundible.
No quisiéramos concluir sin expresar que hay un “legado” artístico de Teté Marella, en la obra – por cierto muy diferente- de su hija, Valeria Lerner, una pintura abierta a la gráfica, al “comic”, a la ilustración, rebosante de poesía, de ternura y de humor.