Al filósofo judío Theodore Adorno (1903-1969), uno de los máximos representantes de la Escuela de Frankfurt, le tocó nacer en Alemania en un siglo sangriento, maldito por las guerras mundiales que marcaron la primera mitad de este siglo: la Primera Guerra Mundial de 1914 a 1919, y la Segunda Guerra Mundial de 1939 a 1945. Fue filósofo, sociólogo, sicólogo, docente universitario, escritor, músico y compositor. Estudió composición bajo la tutela de Arnold Schonberg, uno de los primeros compositores en adentrarse en la composición atonal, líder de la segunda Escuela de Viena, además, a lo largo de su vida escribió de manera extensa sobre música, su gran pasión. Estudió e impartió clases en la Universidad de Frankfurt. Y es adecuado hacer notar que fue hijo de un acaudalado empresario, hijo de una madre cantante clásica y sobrino de una tía pianista, la música corría por sus venas.
Perteneció a la Escuela de Frankfurt, cuya corriente filosófica surgió en torno al “Instituto para la Investigación Social de la Universidad de Frankfurt” (1924) bajo la dirección de Carl Grünberg hasta 1931, año en el que Max Horkheimerlo empezó a dirigir. El instituto estaba constituido por un grupo de investigadores e intelectuales, críticos de las políticas socioeconómicas del capitalismo, el fascismo y el comunismo en su variante marxista-leninista.
Entre sus otros miembros podemos mencionar a Herbert Marcuse, Friedrich Pollock, Erich Fromm, Walter Benjamin, Leo Löwenthal, Franz Leopold Neumann y George Rusche.
Con la ascensión del nazismo, Adorno se vio obligado a emigrar, primero a París, después a Oxford (Inglaterra) y, finalmente a Estados Unidos (New York, Princeton, Berkeley y Los Ángeles). Colaboró con Frenkel-Brunswik, Levinson y Sanford en una investigación fundamental sobre la psicología del antisemitismo: “La personalidad autoritaria” (1950). Luego, empieza sus observaciones e investigaciones sobre la sociedad capitalista en plena manifestación. Y es así como ofrece una radiografía de la moderna sociedad de masas obtenida de la sociedad estadounidense de la inmediata posguerra. Diseña el horizonte del hombre contemporáneo envilecido por la «industria cultural», con sus falaces libertades, y por el mito de la racionalidad científica que, desde sus remotos orígenes en la Ilustración dieciochesca, se entrelaza con el dominio, y cuya función liberadora resulta sofocada por un totalitarismo más o menos explícito. Continuó su amistad con Siegfried Krakauer, Walter Benjamin y Max Horkheimer. Este último era afín a sus intereses intelectuales y entre ellos se produjo una larga y fructífera colaboración.
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Por otro lado, tuvo gran importancia su relación con la vanguardia musical vienesa, entre ellos: Arnold Schönberg, Eduard Steuermann y Alban Berg, de quien fue alumno. Su obra teórico socio-musical está constituida por: “Filosofía de la nueva música” (1949), “Ensayo sobre Wagner” (1952), “Disonancias”, “Música de un mundo administrado” (1956), “Malherí” (1960) y “El infiel repetido” (1963). En el aspecto filosófico, junto a Max Horkheimer atacó las premisas filosóficas de la tradición de la ilustración y caminó por los senderos de la teoría marxista. Creía que el capitalismo había convertido la cultura en fetichismo y en un instrumento de represión, pero contrario a Marx, su visión del curso de la historia a largo plazo era pesimista. En vez de progreso hacia la libertad, plenitud y realización de todos los individuos, vio una creciente esclavitud cultural y política en el sistema económico capitalista, ayudado por la tecnología y la razón instrumental (forma de razonar que da prioridad al uso de objetos o instrumentos como medios para alcanzar fines u objetivos determinados). Llamó a este proceso la «dialéctica de la Ilustración». Adorno estaba obsesionado por la pregunta de cómo los intelectuales podían desempeñar un papel social crítico sin ser cooptados por las mismas fuerzas que buscaban criticar, pero le preocupaba que la crítica social pudiera convertirse en parte del problema y no aparte de la solución.
Se mantiene en constante disputa con el pensamiento instrumental, con el culto a la exactitud y con cualquier forma de historicismo progresista. Estos temas se desarrollan, además de en la suma filosófica que constituye la “Dialéctica de la Ilustración”, en los siguientes libros: el fascinante libro de aforismos titulado “Mínima moralia” (1951), en el ensayo sociológico “La personalidad autoritaria” (1950), en su monumental “Dialéctica negativa” (1966) y en “Palabras clave modelos críticos” (1969) y en “Tres estudios sobre Hegel” (1963). Repudia la fenomenología, en el discutido ensayo sobre Edmund Husserl titulado “Sobre la metacrítica de la epistemología” (1968), acusa de abstracción y distanciamiento de las contradicciones histórico-sociales.
Finalmente, Theodore Adorno apoya la necesidad de una crítica a la cultura y sus intervenciones al respecto están recogidas en sus libros “Prismas”, “Crítica cultural y social” (1955) y en los cuatro volúmenes de “Notas de literatura” (1958 y 1974). Poco antes de morir, terminó su obra “Teoría estética” (publicada póstumamente en 1970, en la que reafirmó una vez más la urgencia, para el arte mismo, del nexo entre crítica y utopía. Según Adorno (2020) el arte sólo puede justificarse como recuerdo de los sufrimientos que se han acumulado en el transcurso de la historia, los cuales exigen un rescate de la vida «ofendida» y un acto de reparación respecto a ella, en virtud de un futuro cualitativamente diferente. El objetivo de Adorno en todas sus investigaciones es poner de manifiesto la irracionalidad de un mundo opresor, de una sociedad que paulatinamente ha devenido en lo contrario de su propósito inicial, a saber, el progreso y la emancipación por medio de la razón.