Vive en Küschnat, Suiza. En un gran castillo junto a su marido, el alemán Erwin Bach. No quiere que la molesten. Hoy cumple 82 y ya hizo todo lo que tenía que hacer. Llegó, sufrió y, mucho tiempo después, triunfó. Ahora desea descansar. En los últimos años tuvo varios problemas severos de salud. Fue uno de los grandes fenómenos del pop y del rock de los ochenta. De esos, sin dudas, fue el más inesperado. Se convirtió en una artista de una enorme popularidad cerca de los 45 años. Cuando su carrera parecía sepultada por los maltratos, las decisiones erradas y los nuevos tiempos, ella logró rehacerse cuando ya nadie lo creía. Pero cuando le preguntan por su vida, ella no habla de los millones de discos, de los estadios llenos, ni de su fortuna. Ella recuerda el dolor. Su vida estuvo atravesada por el maltrato y la soledad.
Tina Turner sabe con exactitud el día que empezó a cambiar su vida. Estaba en un auto yendo hacia un hotel en Dallas. Su marido Ike Turner hizo lo que había hecho tantas veces. Le habló con desprecio, le pegó y luego le volvió a pegar. Ella respondió. Gritos, insultos, rasguños, ojos morados, sangre. Lo de siempre. Cuando llegaron al hotel, ella le hizo unos masajes en el cuello hasta que él se quedó dormido. A la noche tenían una función. Por primera vez a ella no le importó. Tomó su equipaje de mano y se fue. Como un zombie cruzó a pie la autopista sin escuchar las gruesas bocinas de los camiones que la esquivaban como podían. Se escondió en otro hotel y pidió ayuda. Un abogado amigo le consiguió un pasaje y una casa en la que esconderse en Los Ángeles para no ser encontrada por Ike y su furia. No iba a volver con él. Debía empezar de nuevo.
Cuando llegó el turno de hacer el divorcio, Ike exigió quedarse con todo. Aducía que ella había hecho abandono del hogar. Tina le dio lo que pretendía. Las casas, los autos y los derechos de autor. Sólo pidió conservar algo: su nombre.
Empezó a cantar dónde podía. No había escenario o audiencia pequeña para ella. Aparecía en cada programa de televisión que le ofrecían. De juegos, como cantante invitada, entrevistas. Cualquier cosa. Servía la plata de los bolos y también servía que la gente supiera que ella seguía existiendo, que todavía estaba activa. En Las Vegas cantaba con frecuencia completando cartelera de nombres más prominentes.
Sus shows se pusieron más rockeros. En vivo mantenía la energía habitual. Pero en ese momento, en el mundo de la música la diferencia la hacían los álbumes y los contratos discográficos. A ella nadie le ofrecía uno. ¿Qué discográfica se iba arriesgar a contratar a una mujer de más de cuarenta años con ningún éxito solista detrás? Había pasado más de una década de su último hit con Ike. No importaba el respeto de sus pares, su potencia en vivo, ni su voz prodigiosa.
De pronto dio dos pasos que cambiaron su vida para siempre. Contrató a Roger Davies como manager y dio una nota a la revista People en la que contaba su vida. Era fines de diciembre de 1981. Allí, por primera vez, contó los detalles de su matrimonio con Ike. Las vejaciones y abusos cotidianos, psicológicos y físicos. Contó que le provocó quemaduras lanzándole café caliente a la cara, que le rompió la mandíbula de una trompada, que abrió sus cejas, que la empujó escaleras abajo y hasta que la penetró con perchas metálicas. La mayoría de los ataques finalizaban con él encima de ella, forzándola, violándola. La nota estaba anunciada en una pequeña línea en una tapa que ocupaba Johnny Carson, la máxima personalidad de la TV y el anticipo ni siquiera hacía referencia a lo conyugal. Pero la revista tenía en ese entonces cerca de 30 millones de lectores. A partir de ese momento Tina fue mirada de una manera diferente. Se animó a hablar con el periodista empujada por su vidente, que le dijo que veía en su futuro multitudes pero que para eso debía soltar el pasado. “Viví 16 años con Ike. Viví con un hombre con el que sabía no podía ser feliz. Una tortura”, contó Tina. El periodista, rápido, repreguntó: “¿Lo llamaste tortura?”. “Sí, una auténtica tortura. La muerte en vida. Pero sobreviví”, dijo Tina.
Davies persistió hasta conseguirle un contrato con Capitol. Pero cuando estaban por entrar al estudio, la empresa cambió de directivos. Los recién llegados al ver la lista de sus artistas tacharon a Tina, les parecía un dispendio innecesario. Roger Davies peleó por su artista y consiguió que la dejaran entrar a grabar. Pero las condiciones fueron claras. Sólo quince días, el presupuesto mínimo y tras la salida del disco debían arreglarse ellos con la promoción. La discográfica no pensaba gastar ni un dólar de más en una artista que ya llevaba siete años de carrera solista y no había logrado destacar, alguien considerada “vieja” para las nuevas audiencias. Contrataron sesionistas sólidos y empezaron a desarrollar el repertorio. No era malo pero no se había nada que marcara la diferencia. Hasta que llegó Terry Britten con What´s Love Got To Do With It. Una canción que había grabado el grupo pop Buck Fizz y que había pasado merecidamente desapercibida. Era un tema insípido, algo bobalicón, al que le faltaba energía. Tina lo odio apenas lo escuchó. Tuvieron que convencerla para que lo intentara. Tras unas pequeñas modificaciones, Tina le puso su voz. Tras unas pocas tomas se dieron cuenta que tenía un potencial hit después de muchísimo tiempo. Pero de todas maneras, nadie podía imaginar la dimensión de lo que sucedería.
La apuesta era altamente improbable. Sin embargo, Tina Turner fue el gran batacazo de los ochenta. Ni siquiera se puede hablar de regreso.
Ella casi no había conocido la cima. Private Dancer, su álbum solista, vendió casi 20 millones de copias. What’s Love Got to Do It llegó al N° 1 y se llevó varios Grammys.