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El primer libro del autor fue La impronta indeleble de Tomás Bobadilla… uno de los fundadores de la patria (Santo Domingo: Búho, 2011), rito iniciático de una novela familiar y regional de la historiografía criolla.
Pérez [y] Pérez es, en puridad de verdad, un aficionado a la historia, pero por el contenido de sus dos obras, sin método ni conceptos, sin teoría de la historia, este tipo de historiador permite que se instale en sus obras una «filosofía espontánea del científico», según Gérard Mairet.
De aquí la pretensión del título de ambas obras, sobre todo de la última, que roza la hipérbole, al atribuir a Bobadilla el estatuto de “creador y organizador del Estado dominicano”.
Pérez [y] Pérez tiene todo el derecho a reivindicar, en virtud de la ideología del regionalismo, a un neibero como Bobadilla, al igual que quienes escriben siguiendo las pautas de la historiografía tradicional, la obra por encargo y la novela familiar. Pero es posible que detrás de este intento de reivindicación de Bobadilla, a los patrocinadores de esa aventura se les haya ido de la mano la verdadera significación de los hechos históricos.
Publiqué en Areíto y Acento.com una reseña de la obra en dos tomos de Leonardo Conde, La historia de la nación dominicana y quedó claro el rol jugado por Bobadilla el 27 de febrero de 1844 y, posteriormente, cómo el gran gerifalte apoyó hasta antes de la Guerra de la Restauración el viejo plan Levasseur, orquestado con el cónsul francés en Puerto Príncipe, Levasseur, junto a los comisionados dominicanos residentes en 1843 en Puerto Príncipe, Buenaventura Báez y Manuel Joaquín del Monte, amén de las persecuciones a que Bobadilla sometió, en su calidad de funcionario del Gobierno haitiano, a los trinitarios.
Según la pretensión de Pérez [y] Pérez, Santana no pinta nada en el desplazamiento de la Junta Central Gubernativa presidida por Sánchez el 16 de julio de 1844, lo que significa que el autor neibero lee la historia al revés: el poderoso Ejército del Sur compuesto por más de 2.000 fanáticos santanistas era, al parecer, comandado y controlado por Bobadilla.
Resumo, a continuación, en apretada síntesis analítica, el rol de Bobadilla en los acontecimientos del 27 de febrero de 1844, contenido en Ramón Lugo Lovatón y su libro Sánchez, t. I, (Ciudad Trujillo: Montalvo, 1947), Rufino Martínez y su estudio de Bobadilla en su Diccionario histórico-biográfico dominicano (SD: De Colores, 1997 [1971], el estudio sobre el Ministro Universal hecho por Joaquín Balaguer en Los próceres escritores (Buenos Aires: Gráfica Guadalupe, 1971 [1947]; y, finalmente, lo descriptivo a secas escrito por Bernardo Pichardo en su Resumen de historia patria (SD: Colección Pensamiento Dominicano, 1974 [1922], y prescindo de lo afirmado por inercia intelectual por Alcides García Lluberes, Vetilio Alfau Durán y Emilio Rodríguez Demorizi, quienes atribuyen a Bobadilla la redacción de la Manifestación del 16 de enero de 1844 y la gesta del Baluarte y le elevan a una categoría por encima de Duarte, Sánchez y Mella. Esta inercia es la que repite la obra de Pérez [y] Pérez.
Es Mella quien introduce a su amigo Tomás Bobadilla en el seno de la conspiración de los trinitarios cuando el neibero le facilita la información de que Buenaventura Báez, Del Monte Torralba y quienes les secundaban en la ejecución del plan original Levasseur se adelantarían a dar el golpe a los haitianos y crear así la independencia de la parte Este de la isla, en el entendido de que los franceses apoyarían y reconocerían esa independencia a cambio de la cesión de la península de Samaná y la designación de un gobernador con poderes ejecutivos durante un período de diez años. De ahí deriva el mote de afrancesados.
Pero Pérez [y] Pérez y quienes patrocinan esta distorsión de los hechos históricos saben que Bobadilla fue un segundón de Santana, el verdadero creador del Estado autoritario centralizado administrativamente, clientelista y patrimonialista con exclusión del pueblo y regido por las patas de los caballos del Ejército organizado a imagen y semejanza del futuro Marqués de las Carreras, quien demostró tener pujos aristocráticos, al igual que Bobadilla, quien los disimulaba, aunque su matrimonio con una noble arruinada es una prueba palmaria. (Casado el 12 de mayo de 1832 con Marie-Virginie Desmierd’Olbreuse, cuya genealogía principesca se remonta a la Edad Media, según un acucioso investigador).
Los que participaron en la separación de la parte Este y quebraron la unión con la República de Haití obraron como vicarios del pensamiento de Juan Pablo Duarte, creador de la idea de la separación como forma de continuidad de la verdadera independencia de José Núñez de Cáceres. Por eso la declaratoria del 16 de enero de 1844 habla de separación. El concepto de independencia lo teorizará Duarte después, cuando vea los aprestos proteccionistas de conservadores y trinitarios, fruto de cuya lucha es la famosa frase: La República Dominicana ha de ser libre de toda potencia extranjera o se hunde la isla. Grito de guerra y eslogan romántico, como fue la época que a Duarte le tocó vivir.
Si Duarte no estuvo la noche del 27 de febrero en El Conde fue porque Charles Hérad-Rivière le persiguió a muerte, pues conspiradores de la Reforma de Praslins, todos se conocían y Rivière sabía, por la amistad de Duarte con los seudoliberales haitianos, que este aspiraba a separar la parte Este. Dichosos los que concurrieron a las 11 de la noche al Baluarte y no sufrieron exilio y privaciones en Curazao y pudieron dormir tranquilamente en medio de la dominación haitiana. Sánchez no pudo asistir al Balauarte, porque estaba escondido en casa de los Concha y en frente de la residencia de estos tenía al capitán Santillana, hombre de confianza de los haitianos.
Esto explica que llegara pasadas las 12 al Baluarte; que presidiera la segunda Junta provisional esa noche. Mella presidió la primera. Cuando Sánchez, en tal calidad, envió a Monte Grande a Bobadilla y Manuel Jimenes a pactar con Santiago Basora, porque los negros no aceptaban apoyar la separación si no se les garantizaba que la esclavitud no sería restablecida, hay que fingir el tonto para creer que si Bobadilla hubiese sido el verdadero poder, hubiese aceptado órdenes de Sánchez. Basora conocía a Bobadilla y por eso le enviaran a Monte Grande. Pero al regreso, la mayoría de los miembros eligieron a Bobadilla en lo que se convirtió en Junta Central Gubernativa definitiva. Los negros de Monte Grande habían vivido en libertad durante los 22 años de unión con Haití y solo hay que estudiar las 22 medidas del Gobierno de Boyer que favorecieron, según Emilio Cordero Michel, a los campesinos, a las mujeres como sujetos de ciertos derechos como testar, vender o comprar sin autorización del marido, y a los que fueron esclavos hasta el último dominio francés y español terminado por Juan Sánchez Ramírez y Núñez de Cáceres.