Como quien da un salto al vacío, hace dos años la sociedad dominicana decidió confiar. Apostó a la buena voluntad, hastiada de lo que estaba, y decidió creer en que todo iba a cambiar.
Las cosas no han sido fáciles. La pandemia, que no se acaba de marchar, ha hecho de las finanzas un desastre, a lo que se ha unido la crisis internacional. Rusia y Ucrania, aunque estén tan lejos, nos han demostrado lo bello que puede ser un mundo globalizado: lo que pasa allá se siente acá y ya no ha manera de evitarlo.
Conscientes de que el mundo está boca abajo muchos hemos sido comprensivos con el Gobierno porque, al fin y al cabo, las intenciones parecen buenas. Hoy, sin embargo, ya no sabemos qué pensar: entre las fullerías y la imprudencia de algunos funcionarios hay demasiado ruido alrededor del presidente Luis Abinader.
Entre los líos del Instituto Nacional de Bienestar Estudiantil (Inabie) con los suplidores, los escándalos del Ministerio de Educación (Contrataciones Públicas le acaba de suspender una licitación), los aumentos salariales de organismos estatales (legales pero muy imprudentes), los desaciertos del sector eléctrico y el pintao del Propeep hay mucha tela para cortar. De seguir así, entre tanto desacierto, la tijera acabará en la banda presidencial.