En Espejo del pasado (Cfr., E. O. Garrido Puello, Obras completas, I, Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 2023, 504pp.), la descripción de los hábitos y costumbres, así como de la vida cotidiana y el clima de San Juan de la Maguana son de mejor factura que en sus Narraciones y tradiciones (Cfr., Garrido Puello I, op. cit., pp.37-143), lo que muestra, sin que esta observación la desmerite, un escritor maduro y más experimentado: “En los períodos de sequía”, escribe a propósito del clima durante su juventud, “el polvo ahogaba y en alas de la brisa se colaba por los intersticios de las casas volcando sobre los objetos suciedad y moho. En los lluviosos se convertían en pantanos cuyo vadeo constituía un violento ejercicio de equilibrio y saturaban la atmósfera de fuertes emanaciones que cosquilleaban en la nariz como agujas” (211). Al caer la noche, resalta Garrido Puello, “cuando las tinieblas las envolvían con su tupido velo sugeridor de fantasmas, el ganado sabanero paseaba tranquilamente por ellas, rumiando su atraso de siglos. Transitarlas a altas horas de la noche era posiblemente la oportunidad de un peligroso tropezón, cayendo de bruces sobre alguna vaca dormilona o mojar sus lustrosos zapatos en las flores con que el ganado tapizaba el suelo” (ibíd.).
Describe las calles de la aldea que era entonces su ciudad natal como bien trazadas, amplias y llanas: “Si llovía las calles se convertían en ríos de lodo. Mientras San Juan de la Maguana fue sabana y ganado, el paseo favorito de su juventud consistía en excursiones a la caída de la tarde, deambulando sobre su verde esmeralda, sumido en la contemplación de sus bellos horizontes azules y la maravillosa imponencia de sus montañas. Se sentía una alegría salvaje que se transformaba en poesía o inspiraba a los enamorados, dándoles valor y decisión para declarar sus recónditos sentimientos. Cuando los paseos eran pedestres, algunas veces se prolongaban hasta la residencia de la familia Mesa, a dos o tres kilómetros de la población. Allí doña Josefa y sus hijas derrochaban atenciones. Si a caballo se recorrían hermosos campos: Mogollón, Juan de Herrera, Hato del Padre, Chalona, Suárez” (223). El comercio con aparadores fue obra de los inmigrantes italianos y más tarde de los inmigrantes libaneses. El comercio de fruto lo inició el español Felipe Collado Martín.
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Los sanjuaneros, aunque poco amantes del pescado, apreciaban peces como la guabina y el morón que han desaparecido de la fauna del San Juan y del Yaque, las más importantes corrientes de agua de la región.
No puede precisar, sin embargo, si el primer vehículo de motor llegó a San Juan en 1917 o 1918, pero asegura que fue un espectáculo; detalla cómo se viajaba entonces: “Sobre la silla de montar el pellón, las valijas y los furoles [sic]. El pellón, que algunas veces era lujoso, defendía ciertas sufridas partes del cuerpo; las valijas, la más débil: el estómago; pero también servía para llevar una muda, si se trataba de un corto viaje. Dentro de los furoles [sic] se colocaban los efectos que se deseaba llevar a mano. El equipo lo completaban unas flamantes espuelas de plata, si el jinete era persona acomodada, o de hierro, en caso contrario. Los viajeros de posición holgada se movían con un peón a su servicio, en cuya montura iban equipaje y alforjas” (230).
Evoca la recogida del ganado, el estampado de los animales, los hábitos del ordeño y la época de mayor actividad en los hatos de las llanuras del valle de San Juan: “A la terminación del verano y comienzo del otoño se iniciaba el período de la recogida del ganado sabanero. Era la época del ordeño en grande escala, de estampar la vacada mostrenca y de gran actividad en los hatos. Los vaqueros iban y venían con el lazo sobre la silla, mostrando sus habilidades profesionales, duchos en enlazar un toro o tumbar una res. Yo pasaba las vacaciones en Punta Caña, gran centro ganadero, en la morada de mi tío Rosendo Prevost, donde aprendí muchos entretenimientos útiles: enlazar, tejer sogas, limpiar cabuya y otras cosillas más” (pp.210-211).
Con aires de arqueólogo, Garrido Puello describe cómo era la plaza taína conocida como El corral de los indios y que, a su entender, el ocupante norteamericano desnaturalizó al tratar de restaurarlo: “Como a 5 kilómetros de la ciudad de San Juan de la Maguana, hacia el Norte, existe un redondel de piedras sueltas conocido con el nombre de Corral de los Indios. Este redondel tiene alrededor de 2,270 pies de circunferencia y en medio del círculo una piedra como de dos metros de largo. Es un bloque pulimentado que parece representar una figura humana. Borrosas por la acción inclemente del tiempo se le pueden apreciar ojos y boca visibles sin mucho esfuerzo. El Corral está ubicado en la Sabana de Juan de Herrera y vecino a un importante caserío. Es un lugar precioso, con horizontes llenos de luz y poesía” (271). Antes había dicho que la “plaza la forma una circunferencia de dos estrechos anillos concéntricos construidos de piedras y relleno el interior del mismo material. Hacia el Sur, aledaño al círculo, hay un saliente cuadrado construido del mismo material y en la misma forma. Del Oeste sale una calzada de piedra orientada hacia el río. Esta calzada está casi destruida y de ella solo quedan vestigios. Alrededor del origen y construcción de este corral se ha fantaseado de lo lindo. Sobre el tema repito las voces de la tradición y lo que han escrito algunos autores” (269).
En Espejo del pasado, Garrido Puello logra con su amena, fina y elegante prosa ampliar de manera magistral sus Narraciones y tradiciones que, junto a Espejo del pasado, nos cuenta la vida cotidiana, los hábitos y costumbres del San Juan de la Maguana de los albores del siglo XX.
*[en E. O. Garrido Puello, Obras completas, I, Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 2023, 504pp.]