Leer la novela haitiana es entrar en la configuración de un mundo maravilloso; en ellas podemos encontrar la ausencia y la presencia de la naturaleza, de los sueños y las utopías de un país que se ha construido en las deficiencias: de libertad, de derechos, de agua, de tierra. Un país donde lo que falta define al conjunto. No podemos definir a Haití por lo que tiene o lo que abunda, sino por sus carencias.
En “Mi compadre el general Sol”, Jacques Stephen Alexis parece al final construir esa utopía de un Haití imaginario al que hay que volver. En “Las semillas de la ira”, Lespès nos muestra un país distinto del que hay que salir. La tierra no sirve para el cultivo, parece creada como una tumba. Un espacio donde contener la amargura. Y un destino de desdichas.
Pero esas no son las ideas que podemos calibrar mientras releemos Los gobernadores del rocío de Jacques Roumain. El fundador de la Revista Indígena y luchador contra la intervención estadounidense en Haití era un etnólogo nacido en 1907 y fallecido en 1944. Fue uno de los más importantes narradores antillanos junto a Zobel, Tardon y Alexis. Su novela de la tierra, “Los gobernadores del rocío” (1944) como pudiera clasificarse en español es posterior a “Doña Bárbara” (1929) de Rómulo Gallegos; a “La llamarada” (1930), del puertorriqueño Enrique A. Laguerre; a “La Mañosa” (1936) de Juan Bosch, etc.
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La tierra y el agua son dos ejes centrales de esta novela que, desde mi punto de vista, es una hermosa obra de arte. Escrita por un narrador de grandes condiciones que quiso realizar una obra que funcionara en su cultura como un horizonte para la reflexión sobre problemas capitales. Por lo que hay que darle crédito en su prefiguración del texto, teniendo en cuenta que el autor pasa de la ciencia a la ficción y busca la literatura como terreno de exposición de un asunto intelectual.
La tierra es un problema atado al pasado colonial de Haití. En primer lugar, lastra el futuro del país la división de “carreaux”, en pequeños cuadros, que da origen al minifundio (Pierre-Charles,), también por la distribución de esa tierra frente a la densidad poblacional: muchos habitantes y pocas tierras. A esto se agrega la forma característica del efecto barlovento en las islas antillanas, que nos dan dos zonas: bosques húmedos al norte y bosque secos al sur, a lo que hay que agregar que la tradición del cultivo de roza, en que se quema la tierra para fertilizar la parte baja, ha destruido una parte de la capa vegetal.
En el caso del espacio novelado por Roumain, es el sur que, además de la ausencia marcada de agua, fue el centro de las disputas entre negros y mulatos, luego de la abolición de la esclavitud por Sonthonax (1793), y la llegada del poder negro luego de Bois Caimán (1791). El sur fue además el espacio de la república de Petion y la contraparte al norte de Henri Christophe, narrado por Carpentier en “El reino de este mundo” (1949).
En “Los gobernadores del rocío”, Roumain configura una utopía agraria basada en la tierra, el agua y el trabajo. Ese ideal podría cambiar la situación existencial del haitiano. Un destino desgraciado marcado por la condición colonial y acentuado por las divisiones sociales, raciales y políticas. Estas hacen de Haití un espacio propenso a las migraciones. Pero lo primero que hay que hacer es definir lo que es Haití como un país campesino, enraizado en sus tradiciones. País donde se hace difícil cambiar la situación de la tenencia de la tierra. Ya se cita el fracaso de los ‘’cacos”, de Charlemagne Péralte que trajeron la enemistad en la comunidad campesina, al proponerse una reforma agraria.
El mundo campesino en su miseria y tradiciones da como resultado una existencia difícil de llevar. Se cierra en sí mismo y la vida parece un infierno. De ahí que la novela apele desde el principio al existencialismo; un existencialismo que va de lo social a lo cristiano. Y, por otra parte, el sentido peligroso contra el Estado, de todos los movimientos que pudieran cambiar la dinámica de un pueblo que lo único que ha tenido para mal vivir es la tierra. Pienso que aquí se tensa la relación entre la tradición y la modernidad, en la que esta última se queda como una posibilidad de ruptura que pone en peligro el estatus social poscolonial.
Uno de los problemas nodales de la haitianidad es la visión que han tenido los modernizadores sobre el efecto vudú en la sociedad haitiana. Desde Toussaint Louverture la modernidad se encontró de frente con la tradición africana dominada por la práctica de la cultura de origen. El asunto se puso de manifiesto con las tres campañas contra la superstición (1896-1900, 1911-1912 y 1939-1942) que en el fondo eran contra el vudú.
Como etnólogo, y creo que esto es muy bien tratado en la ficción, el planteamiento que podemos colegir es que el vudú haitiano tiene un componente cristiano. Que los campesinos haitianos tenían en su diario vivir al Dios de los cristianos, a sus santos y que su principal devoción era la Virgen de la Altagracia. Ya en “Así habló el Tío” (1928), Price-Mars marcaba la presencia de la Virgen de la Altagracia en la religiosidad del haitiano. En suma, su religiosidad tenía un componente de llegada que la hace más sincrética y un poco más cercana a la santería cubana.
En la novela, el etnólogo nos muestra el vudú tal como se puede describir. Pero no vemos que entienda que es un problema. Solo un elemento religioso que define al haitiano. Teniendo en cuenta que tanto la religiosidad africana como la católica aparecen en momentos festivos, como el regreso y el entierro de Manuel.
Manuel, el protagonista, regresa de Cuba, donde trabajó quince años en la industria azucarera. Intenta cambiar la situación de su comunidad, iluminado por la modernidad socialista. Cree en el trabajo y más en la acción social de los trabajadores. En este caso micro su utopía debe cambiar la vida. Con lo que vemos en la obra una fuerte inclinación al vitalismo de los filósofos alemanes del siglo XVIII y un existencialismo repujado por la situación social que busca solución en la unión de los campesinos en una utopía de la tierra, el agua y el trabajo.
Para desarrollar estas ideas sociales, Roumain recurre a una figura tradicional del trabajo cooperativo campesino: el convite. Asociación que permite a los campesinos realizar labores sin la intermediación del trabajo asalariado. Por lo que se describe una sociedad de resistencia que niega las formas ya establecidas desde el mercantilismo. Un mercantilismo que angustia al campesino, lo que podemos observar al final cuando Bienaime, el padre de Manuel, regresa a la aldea sin poder vender la novilla. Entonces, trabajar para el mercado interno, no funciona.
Parece, en definitiva, que lo social no funciona tampoco. Los políticos son corruptos y temerosos (Hilarión) de que entre algo nuevo en la sociedad y que les arrebate el poder. Por lo tanto, solo resta cooperar para hacer producir la tierra. No queda claro el final, pero la idea de ficcionalización del sentido nos conduce a pensar el destino haitiano es una vuelta al círculo vicioso: mantener la economía de subsistencia, aferrarse a los carreaux de tierra, como la solución poscolonial, o emigrar. (continuará)