Inaceptable argumento es invocar como derecho humano el libre ingreso a multitudes sin vacunarse contra el virus SARS-CoV-5. Insólita negación a garantizar al prójimo, con una conducta personal y responsable, la adquisición, en nombre del bien común, de una capacidad de superar el letal germen.
En cambio, en nombre de un individualismo hostil a la sociedad, una minoría está optando por privarse de la protección biológica abriéndose a la posibilidad de convertirse en vector del mal en amenaza a la vida y la salud de los demás.
Tozudez contra una política sanitaria cuyas disensiones, aun pocas, interfieren los esfuerzos nacionales por sacar de circulación el mortal contagio.
Posiciones egoístas que no deben hacer retroceder a las autoridades llamadas a impedir la presencia sin vacunación de personas en lugares concurridos. Exceptuados de la inmunización solo deberían quedar, además de los niños de menos de doce años de edad, los adultos que presenten riesgosa hipersensibilidad a las fórmulas empleadas para enfrentar la pandemia.
La positividad del virus está de nuevo en ascenso a pesar de ser ya mayor la asistencia a los puestos de la inoculación que acercaría el país a la inmunidad de rebaño que salva colectivamente de casos graves y mortales.
Ante la posibilidad de que emerja otro gran rebrote, sigue siendo prioritario condicionar persuasivamente el acceso a sitios públicos. Vacunarse es blindarse con un traje de dignidad.
El derecho a convertirse en un peligro para los demás no existe
A falta de vacuna se debe certificar a cada paso que no se porta el virus
Muy demostrado que los inoculados se preservan de gravedad y muerte