Valió la pena conocerte…

Valió la pena conocerte…

«No recibo órdenes de nadie y escribo en un rincón de mi casa (…) no me considero historiador oficial, porque mi convenio excluye por naturaleza toda idea de subordinación y debe ser cumplido exclusivamente bajo los dictados de mi conciencia». Américo Lugo: Carta a Rafael Leónidas Trujillo, 1936.

Graciela Azcárate

Valió la pena conocerte,/Valió la pena enamorarte /Mentir sin tregua ni medida, /Valió la pena hasta en engañarte /… porque contigo vibro

«Valió la pena conocerte» cantada por Rocío Jurado y Julián Bisbal.

Tuve un jefe en el periódico El Siglo, allá por 1993, que les decía a mis empleados cuando quería saber de mí: ¿Por dónde anda la del 28?

Con eso quería decir que era una loca, una demente interna en el kilómetro 28 de Pedro Brand donde está el Hospital Psiquiátrico Padre Billini. Me faltaba el respeto y terminó echándome como corresponde a mi curriculum de vida de hace veinte años.

No sé si por tarada, ingenua o boba a mí no me importó el tono peyorativo del administrador, me quedé de lo más contenta con las cosas que tenía entre manos en aquella gloriosa época de El Siglo, con la rotativa sueca de doce cuerpos y la impresión del Nacho. Yo me sentía, en realidad como ese tango «Yo sé que estoy piantao».

¿Por qué inicio esta semana mi historia de vida con este dislate?

Porque la semana pasada me pasaron esas cosas que me pasan a mí, que me las tomo como esa loca de la canción, como eso que hace que me bauticen como «la loca del 28», pero que me asegura, hoy estoy convencida, de que me voy a morir muy vieja, muy feliz, rodeada de los que quiero, haciendo y escribiendo de lo que me gusta, segura de que el pasaporte de longeva dichosa solo se obtiene siendo fiel a sí misma.

Durante la semana me pasaron muchas cosas, hice muchas diligencias, me responsabilicé de mi entorno, me di cuenta que la gente no cambia pero que yo sí podía cambiar y en vez de hacer lo que hacía en otras épocas de arremeter y pelear me dediqué con serenidad a cambiar.

Loca y «piantada» escribí un nuevo libreto para la semana. Un libreto nuevo para la historia de vida, para mis amigos, mis empleados domésticos, mis lectores virtuales, saludé a mi hijo Juanito que cumplió 29 años (6-9-2011) y entre tanto me quedé pensando en Andrés L. Mateo y eso que dijo de un: «país de mierda» por tener a un funcionario en el Gobierno entre esos otros tránsfugas de los muchos que tenemos en el país.

Pero no es «un país de mierda» mientras haya gente como esta que les voy a narrar.

Como en una sincronía me llegó una carta escrita por don Américo Lugo en febrero de 1936 a Trujillo. Alguno de mis lectores me envió una extraordinaria carta de alguien a quien conocí cuando hice la historia de familia de los Nouel.

En 1998, Luis José Prieto Nouel me contó la historia del esposo de una de sus tías maternas. Ese era el digno don Américo. Así es la vida.

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Imprimí la carta y la dejé en mi mesa de trabajo.

Victoria Kent en una reunión política.

¿Al inicio de la semana me pregunté qué iba a escribir?

En mi mesa de trabajo y entre los libros rondó esa carta que me robó el corazón.

Lo escribí manuscrito en mi cuaderno de notas y salí a la calle a hacer mis diligencias.

En uno de esos días en una página del HOY alguien evocó a Hilma Contreras. Esa persona, en 1993, me pidió ayuda para celebrar los ochenta años de doña Hilma. Recordé.

Fui a una caja donde guardo los archivos de las exposiciones con sus catálogos y carteles y encontré un bello afiche de Hilma, con una foto de ella de 1930, en París, vestida de hombre. Me reí porque aquel afiche produjo espanto y fue descolgado de la calle de El Conde porque para los libreros de la zona era una afrenta la anciana escritora vestida de hombre.

La frase del afiche dice: «Siempre he relacionado la soledad con la libertad. Por tanto, primero instintivamente y luego conscientemente escogí la soledad y creo que valió la pena».

Tercer Festival de Mujeres Escritoras. Del 10 al 12 de diciembre de 1993. Biblioteca Nacional. Santo Domingo.
Pensé en Andrés, en don Américo Lugo, en Hilma Contreras, en la feminista con la que hice después la vida de Abigaíl Mejía Soliere, en 1995 y con la que terminé enemistada.

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Y como la frase de Hilma pensé que había valido la pena todo. El escándalo de una anciana vestida de hombre y la pelea con la supuesta feminista.

Pero lo que en realidad le dio rumbo a mi historia de vida fueron dos comentarios interactivos a la historia de vida «Los negros son los otros».

El primer lector me escribió que mi texto era interesante pero escabroso y recuerda a Victoria Kent por lo negativo contraponiéndola a Clara Campoamor.

La otra lectora elocuente y cariñosa me dice algo que me dio mucha risa: «no tengo ni puta idea de quién es Victoria Kent pero me fascinan tus historias».

Le juro que yo tampoco tenía «ni puta idea» hasta que descubrí ese libro precioso que cité la semana pasada y salí a caminar al mediodía para limpiarme de la historia escabrosa de unos marinos uruguayos violando a un chiquillo haitiano. Eso es lo escabroso.

La lectura de la vida de una mujer que se muere entera, sana y lúcida a los 95 años me pareció un baño de luz, de salud y coherencia.

La vida de Victoria Kent, su exilio, primero en París, después en México, donde ese país la honra y quiere, y le da carta de ciudadanía mejicana, para que ella, que es un apátrida por orden de Franco pueda trabajar como embajadora en las Naciones Unidas, precisamente para trabajar la reforma carcelaria en el mundo.

Es una mujer que elige la soledad, la austeridad, el laborioso trabajo en la revista «Ibérica», para ella valió la pena su largo exilio en Estados Unidos y su elección de vida es toda una lección de coraje.

La vida de una mujer, austera, serena, culta, laboriosa hasta la extenuación, inteligente y sobre todo fiel a sí misma.

Es verdad que en 1931, entre Clara Campoamor y ella existió la contradicción de que no apoyó el voto femenino por creer que las mujeres aun no estaban maduras e iban a votar de acuerdo a lo que dijera el cura. Por eso la lapidaron y dejaron en la sombra, aunque un año después el Gobierno de la República la nombró directora general de Prisiones.

Durante un año y unos pocos meses, Victoria Kent fue la sucesora de Concepción Arenal, aquella gallega recia que escribió y legisló para proteger a todos los presos de España: «Tratándose de prisiones, el pasado no puede inspirar simpatía más que en sus verdugos».

Ella fue como un vendaval, como si supiera que era por poco tiempo y que la misoginia y los prejuicios de los hombres la harían dimitir. Azaña dio de ella y su trabajo en las cárceles opiniones paternalistas y misóginas.

Ella afirmó: «Todas las reformas no aportaran nada eficaz si el cuerpo de prisiones sigue formado por un grupo de hombres sin dirección y sin doctrina reformadora y educativa. Será letra muerta, las prisiones continuarán con su sistema de torturas y malos tratos». La propuesta de reforma asustó a los funcionarios de la República y ella renunció.

¿Por qué cuento esta historia de vida? ¿Porqué evito las citas, las largas reproducciones de entrevistas, o los temas escabrosos del mundo que no son escabrosos sino que son la vida misma?

Denis Diderot escribió que la insensibilidad engendra monstruos y a mí me da la impresión que aquí en la isla sobra gente con sensibilidad, con sentimientos, con empatía, que es muy bueno, como dice Goethe, recordar a los ancestros por su vida limpia, honorable y cariñosa,

No, Andrés, no. No es «un país de mierda» «ese país en el mundo» como diría Pedro Mir que tiene un escritor que no le importa perder la casa porque no recibe órdenes de nadie y escribe en un rincón de su casa…, un país que tiene una anciana escritora que eligió la soledad y cree que valió la pena, un país que da albergue, cariño y cobijo a muchos extranjeros, que pueden estar muy locos y muy dementes pero a los que se los deja cantar, vibrar al ritmo de la Jurado y el Bisbal y escribir «escabrosos dislates» desde el nido de un gorrión.

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