Estoy seguro de que Yolanda Rodríguez, una mujer de 49 años que se suicidó luego de que un asaltante le arrebató su cartera con 74 mil pesos propiedad de la banca de lotería donde trabajaba, no califica para ser considerada una víctima de la delincuencia según los estándares de la Policía Nacional, ya que no la mataron al momento de ser asaltada a plena luz del día. Claro está, con eso no estarán nunca de acuerdo sus familiares, que aseguran que desde que fue atracada el pasado lunes en el sector de Buenos Aires, en la parte norte de Santiago, cayó en una profunda depresión, ahogada por la impotencia y la desesperación de no saber de qué manera iba a reponerle a su dueño el dinero que le robaron.
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Cierto es que no todo el que ha sido víctima de un asalto a mano armada, una experiencia que puede resultar traumática y difícil de asimilar tanto emocional como sicológicamente, se siente empujado a tomar una decisión tan drástica como privarse de la vida. Pero eso no significa nada para los desconsolados familiares de Yolanda, que el resto de sus días recordarán que la desgracia entró a su casa el infausto día que le arrebató la cartera un delincuente motorizado.
Que probablemente anda todavía por las calles de Santiago y sus barrios haciendo de las suyas, dejando una estela de víctimas a las que, en medio de su impotencia, solo les queda el consuelo de que un intercambio de disparos, tan de moda en estos días, los saque de circulación. Pero eso, hay repetirlo hasta que por fin lo entiendan nuestras autoridades, no acabará con la delincuencia y sus víctimas, y la mejor prueba es que estamos como estamos a pesar de que este año han muerto en intercambios de disparos 135 presuntos delincuentes, 25 entre octubre y noviembre y trece en lo que va de diciembre, según el informe sobre la Situación de los Derechos Humanos en la República Dominicana en el 2022 elaborado por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH-RD).