Nada es real hasta que se hace local”. Existe un mundo real al tiempo que habitamos continuamente en el imaginario de la fantasía cotidiana que nos mantiene enajenados y singularizados. Cuesta esfuerzo aceptar luego de una forzada digestión conceptual de un hecho concreto: ¡Ya no es posible sobrevivir en soledad! Esta verdad de Perogrullo es una constante siempre presente en la existencia misma de los virus, bacterias, demás procariotas y las formas vitales eucarióticas dentro de las cuales nos encontramos como Homo sapiens. Lo que somos incluido lo que fuimos y probablemente lo que seremos dependerá de si logramos asimilar y por ende actuar conscientes de que el solipsismo es sinónimo de suicidio social en el siglo XXI.
Pensar que el aislamiento social es otra modalidad viable a largo plazo es un gran error garrafal individual y colectivamente. Mucha gente despierta y se duerme bajo la ilusoria creencia de que una mudez y encierro grupal nos salva del resto de la humanidad. La reciente pandemia dejó una lección insoslayable. No podemos mantenernos separados al réquiem eterno. Una planta artificialmente separada de su entorno le resulta casi imposible continuar siendo la misma. La soledad es motivo de depresión siendo capaz de matar a una persona, así como de enfermar a todo un conglomerado de personas.
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El aislamiento y el confinamiento individual y colectivo genera daños incalculables en todos los órdenes. Las sociedades que por tal o cual razón han mantenido un continuo estado de separación del resto de la humanidad han pagado demasiado caro tal comportamiento.
No tiene sentido racional que vivamos en la desintegración. “Nada humano me es ajeno” dijo Terencio muchos siglos atrás. esa reflexión no siempre vive en el pensamiento de mucha gente. En tanto ignoremos al vecino carecemos de su oportuna intervención salvadora ante una urgencia inesperada. Pocos se han detenido a pensar el sinnúmero de vidas potencialmente salvables si contáramos con un ejército sanitario universal compuesto por ocho mil millones de miembros capaces de asistirse mutuamente ante una emergencia biológica, física o social. Encerrarnos privatizando nuestro pensamiento y comportamiento es una actitud poco inteligente desde cualquier punto de vista que se le estudie. Al fin y al cabo, valemos por lo que hacemos y eso que realizamos cobra significado cuando tiene relevancia social. Producción y consumo son una mutual inseparable para la humanidad. El conjunto sin la unidad está incompleto y la singularidad vale poco desintegrada. La salud colectiva contiene y mantiene a la familia, así como a cada uno de sus miembros. La educación nos permite aprender y luego comportarnos como seres integrados. De ahí la enorme importancia de un sistema educativo que abarque a toda la membresía territorial. Solamente cuando seamos capaces de sentir e interpretar el valor de los bienes y servicios que juntos producimos e intercambiamos podremos mejorar el bienestar y la seguridad de todos y cada uno de los miembros de la comunidad nacional, regional, continental y global.
Demos menos cabida a la egolatría en nuestra mente y dediquemos más espacio y tiempo a las obras y acciones de alcance colectivo. Optemos por vernos como parte de un enjambre y juntos elaboremos la miel que nos nutre y mantiene viables como colmena.