El 25 de febrero del año pasado, en un acto celebrado en el Palacio Nacional, el Presidente, con manifiesta algarabía, valoró la firma del Pacto Nacional para la Reforma del Sector Eléctrico.
Acompañado de ministros, representantes de los partidos políticos, del CES, de las distintas organizaciones que agrupan empresarios, industriales, el mandatario dijo que la firma es “un acto de responsabilidad”.
“El pueblo dominicano tiene que saber que el sector eléctrico hoy es deficitario y el responsable del 50 por ciento de la deuda del sector público”. Aquello produjo titulares, comentarios, regocijo por doquier. Otro acierto del Cambio.
La firma, tan esperada como aplaudida, prevé el desmonte de los subsidios sin ocasionar gran pesadumbre a los usuarios. Los voceros de la buena nueva explicaban cuan insignificante sería la variación en la factura. Las cabriolas con la aritmética convencían, se difundían sumas con el 0.1 de diferencia.
La Superintendencia de Electricidad emitió las Resoluciones correspondientes y el aumento del precio para igual consumo esparció las chispas que auguraban incendio.
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Se sucedían las protestas contra las EDE y las furiosas amenazas en las redes. Entonces ocurrió la declaración salvífica del Presidente de la República: “Soy de la teoría de preferir no seguir subiéndole cargas al pueblo y que el esfuerzo y el sacrificio lo haga el Gobierno en este momento”.
El presidencialismo tiene sus inconvenientes, convierte al jefe de Gobierno y de Estado en un paterfamilia todopoderoso. Quita y da como en la Antigua Roma. Pactos, leyes, resoluciones, códigos, pueden ignorarse en nombre del bienestar colectivo y debido al ejercicio omnímodo del poder.
El 19 de julio por orden presidencial, las bondades y pertinencia del Pacto Eléctrico fueron suspendidas y los aumentos detenidos. Renuente a las escamaruzas, protector de su aceptación que augura camino franco hacia su segundo PERIODO, el Presidente sofocó el fuego.
El mandato fue “refacturar a los usuarios del servicio público de distribución de electricidad las facturas emitidas en el mes de julio del presente año”. De nuevo los aplausos y la tranquilidad que la ilusión de bienestar y ahorro provocan.
La gracia del Presidente, con el propósito de evitar sufrimientos a la población, restableció las visitas a las oficinas de las distribuidoras para solicitar reembolsos o indagar cómo se producen.
La presencia en los locales, práctica que era esporádica debido a la digitalización de la factura y a las restricciones de la pandemia, permite percibir las expectativas que tienen los usuarios con la compensación. Es palmaria la incomprensión del proceso y la reacción airada debido al desgano del personal, hastiado de atender tantas demandas.
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Las complacencias coyunturales apaciguan, pero postergan lo inevitable. Las transformaciones necesitan sacrificios, consentir siempre es arriesgado.
La administración sabe aplacar la gritería virtual, pero elude y minimiza los disgustos reales. El equipo encargado de la comunicación estratégica del Presidente debe enfrentar con información el descontento y enseñar a consumir kilovatios. No sería inútil una vueltecita por las oficinas de EDESUR, ubicadas en el sector proclive al Cambio. Encubrir la inconformidad con la euforia triunfalista, es un engaño. Mejor es escuchar.