La Unesco ha proyectado que al menos unos 24 millones de estudiantes se encuentran en un potencial riesgo de no regresar a la escuela postpandemia. Más de 11 millones de ellas serán niñas y mujeres jóvenes. Un gran revés para la lucha que por décadas se ha mantenido por cerrar la brecha de género, por alejar a nuestras niñas del matrimonio infantil, del embarazo adolescente, de la desigualdad económica.
Aspirar a que nuestras chicas no sean parte de estas estadísticas es una quimera. Pero no hay que responsabilizar exclusivamente a la situación actual. Nuestro pasado reciente lleno de desigualdad y olvido solo viene a agudizarse.
El COVID ha mantenido a nuestras niñas lejos de las escuelas, pero también la violencia física y sexual, las responsabilidades y tareas del hogar que les son impuestas, la distancia o inexistencia de espacios escolares a los cuales acceder, el embarazo que las obliga a desertar y el fracaso escolar son solo algunos de los hechos que junto al COVID mantiene nuestras escuelas física e ideológicamente cerradas para ellas.
Y el costo moral de mantener las escuelas cerradas es incalculable.
Si las buenas prácticas internacionales nos dan pistas sobre la posibilidad de crear modelos híbridos donde se garantice un acceso a espacios presenciales controlados en esta nueva “covid-realidad” ¿Qué necesitamos hacer para que esto sea posible? ¿Qué podemos hacer para que las escuelas puedan reabrir sus puertas y retomar con alegría la labor de la enseñanza y la promoción de la salud?
¡Una planificación consciente! Para que nuestras escuelas reabran se hace imprescindible -como citamos en nuestro artículo anterior-, que los Gabinetes de Salud y Educación se sienten a la mesa y dialoguen con franqueza y con un objetivo único: trazar políticas claras para el abordaje comunitario del virus. Pero no pueden o deben hacerlo solos y desde el nivel central.
Deben entender que las Regionales de Salud y de Educación y sus órganos provinciales y distritales son vitales para desarrollar micro estrategias para el abordaje en sus demarcaciones. No olvidemos que la clave del éxito está en mirar las particularidades de cada zona y trabajar en función de ella. Respetar la idiosincrasia de cada comunidad los hará sentirse valorados y eso es garantía de integración.
Sin duda los centros educativos pueden desarrollar una metodología de abordaje hibrida, permitiendo que los estudiantes tengan días de trabajo en casa y otros en las aulas todo esto bajo el estricto apego los lineamientos nacionales y en estrecha articulación con las Unidades de Atención Primaria, los Centro Educativos y las Organizaciones de Base Comunitaria y basadas en la fe, existentes en cada localidad.
Buscar alternativas para reabrir y mantener a nuestras escuelas abiertas -en el amplio sentido de la palabra- es un camino viable. Los impactos negativos de no hacerlo son reales, sustanciales, de amplio alcance y con un costo económico alto.
Garantizarles un futuro digno y que potencie sus capacidades solo se puede alcanzar con una educación de calidad, y es por esto que las políticas estatales deben encaminarse hacia ello.