El Arte, aunque a la zaga de los grandes acontecimientos políticos que transforman la sociedad o al menos, la remueven y la hacen cambiar de rumbo, siempre ha sido elocuente narrador de estos y testigo justo de su significación. En mis horas de afanosa búsqueda de la belleza y la utilidad de la pintura, de esa utilidad práctica y consecuente al servicio del hombre y su felicidad material y espiritual, tres obras han satisfecho hasta la saciedad, mis preocupaciones estéticas y la de Ser social que admira el arte. No es una casualidad que éstas hayan nacido de la conciencia artística y social de tres artistas que vivieron cada cual, un momento histórico ubicado en tiempos distintos y de nacionalidad y grandeza diferentes. Digo que no es casualidad, porque los hechos generadores de estas no fueron hechos acaecidos al azar, por el contrario, fueron realidades dialécticas del proceso político y social de cada uno de sus pueblos. Lo que sí podríamos afirmar es que el profundo contenido social y político de estas están íntimamente vinculadas por un mismo cordón umbilical: la lucha de los pueblos por su liberación y mejoría. Aunque parezca exagerado de nuestra parte hacer acopio en conjunto de la obra de dos maestros universales y de un desconocido pintor nacional, tengo la certeza de que con sus fundamentales diferencias podemos enfocarlos con el mismo grado conceptual. Quiero referirme a la “Guernica” de Picasso, “La Trinchera” de Orozco y el “24 de Abril” de Ramón Oviedo.
“Guernica”obra realizada en 1937, representa el ápice y el clímax de la sensibilidad expresiva de Picasso. Es un símbolo de la guerra civil española, narración patética de caracteres expresionistas, donde la expresión de la muerte toma matices de desesperación.
Como diría el crítico de arte José Cannon Aznar “Este gran friso es una asamblea de aullidos”. Guernica es la esperanza muerta, criaturas con un dolor insuperable. La identificación del autor con la lucha, la expresa en manos y pies deformes y fornidos de hombres del pueblo, proletarios, en formas planas y simples, agitando al infinito una rebeldía iracunda con un solo norte: la muerte. Hay en este panel extraordinario y de patética hermosura, el más sublime equilibrio de disímiles figuras en blanco y negro, cercenadas por la trágica visión del castigo y el dolor. Manos, pies deformes, huesos, cabezas de toro y caballo, lámpara de luz pobre, ausencia de luz solar, pena, llanto, gemido, trágica realidad expresada en la más desconcertante e irreal ambientación. Picasso, genio encantado de la deformación figurativa y no figurativa, se expresa en Guernica en su más auténtico lenguaje: la anarquía formal llevada al más alto grado del ordenamiento matemático. Nada hace falta en Guernica, tampoco nada sobra, ni en su trazo supernumerario, ni en un gemido discordante. Guernica, la obra maestra del maestro, por lo tanto la obra maestra del arte moderno. Picasso inicia la monumentalidad pictórica de este siglo con sus Señoritas de Avignon y la concluye con su Guernica.
La Trinchera, fresco realizado por Orozco, lo inicia en el 1923 y culmina su gran obra en 1927. Cuatro años de doloroso y fecundo parto pigmentado en ocres, tierras, blancos, rojos y pardos obscuros. Obra monumental de la más hermosa plasticidad y poesía. Grito sereno de rebeldía y abnegación, entusiasmo sin límites de una raza, mejor decir, de una clase, que cae en el lugar preciso de la caída. Difícil encontrar tanta armonía y equilibrio pictórico como en las tres figuras principales de esta maravillosa obra maestra. Combatientes caídos en abrazo inmortal, figuras sólidas de poética plasticidad, engrandecidos, glorificados, en el fragor sublime de la lucha sin límites.
José Clemente Orozco, el más grande pintor de América, demuestra en la Trinchera que nadie más que él es capaz de narrar su vivencia con ausencia de anécdotas, no por el hecho inauténtico de narrar, sino por plasmar en el hecho creador, en la más extraordinaria síntesis, todo un tiempo histórico, medular, significativo, toda la experiencia social y política generada por la rebeldía de un pueblo escamoteado, humillado, vejado y privado de sus más elementales derechos. Una trinchera hermoseada, patética, colmada con los matices de la abnegación y el heroísmo. La armonía formal es un canto a la sensatez compositiva, todo el carácter circular del movimiento pictórico, está magistralmente detenido con el deliberado propósito de enfrentar una posible monotonía, por un haz negro, simbólico, ideológico, señalando al infinito una ruta ascendente que no se detendrá jamás: el viejo fusil guerrillero mil veces disparado.
Como en Guernica, aunque con una marcada distancia formal, y si es preciso con otras conclusiones filosóficas, José Clemente Orozco simboliza el precio de la guerra, y valoriza la actitud del hombre ante el compromiso que le dicta su conciencia. La Trinchera para orgullo de un pueblo, el mejicano, que luchó y seguirá luchando por el patrimonio de lo que le pertenece, es el más elocuente exponente cultural de su nacionalidad.
Después de haber hecho un breve repaso de las motivaciones, concepciones formales y algunas características de las dos obras más significativas de Picasso y Orozco; Guernica y La Trinchera, vamos a tratar por vez primera de ofrecer nuestro juicio crítico sobre algo que había tenido temor enfrentarme, a pesar de compartir durante 24 horas al día, en un lapso aproximado de 4 años con él, la intimidad hogareña. Temor a desconocerlo o conocerlo demasiado. Temor al juicio apasionado, temor afectivo, nunca vacilación a dudas de su inconmensurable valor artístico. Me refiero al cuadro panel de Ramón Oviedo “24 de Abril”.
La guerra de Abril sin lugar a dudas, ha sido el hecho político por su naturaleza convulsiva insurreccional, por sus caracteres ideológicos y por su viso popular, más importante que han vivido las últimas generaciones en nuestro país, y uno de los acontecimientos de suma importancia en nuestra accidentada historia socio política. En lo que respecta el esclarecimiento ideológico de nuestra juventud que determinó una nueva actitud de nuestro conglomerado social, sobre todo en las clases sociales que con más decisión participaron en la lucha; esa actitud fue determinada por una nueva visión conceptual en nuestras relaciones. Ese impacto no tan solo hizo blanco en nuestros hombres de estricta militancia política, por el contrario, influyó en los diversos sectores de nuestro medio; sectores profesionales, obreros, estudiantiles, campesinos, y desde luego, también en nuestros artistas. Poetas, escritores y pintores dieron un giro a su expresión artística y como un hecho natural, vivencial, preñaron sus creaciones de una marcada carga ideológica, consecuente del más cercano interés popular. Relatos, poesías y narraciones en loas al hecho formidable de Abril y a su significación y proyección futuras, aparecieron en todas las revistas y periódicos que así lo permitieron. Y como era de esperarse, nuestras galerías de arte hablaban del lenguaje de Línea y el color, de morteros, alambradas y de todo lo que significaba muerte y desolación guerrerista.
Hechos heroicos de la guerra fueron plasmados al lienzo por nuestros pintores.
De una de esas exposiciones, ganador de una bienal nacional, surgió el más auténtico y expresivo cuadro: “24 de Abril” de Ramón Oviedo.
Un simbólico fondo ocre y negro y blanco sucio, ambiental presagio de desolación y muerte, de color metal chamuscado y polvoriento, se escurre a espaldas de figuras y artefactos, de cosas propias de la guerra. Lúgubre telón, informe escenario del hombre y la actitud, del hombre y la caída. El lirismo está ausente, lo épico y lo trágico en lenguaje mordaz, hablan, cantan, vociferan, en ensordecedor rugido.
La narración no es cadenciosa, yo diría, sigue un montaje anárquico de hechos aislados, pero hechos de la gran historia.
Describir el espectáculo pictórico resultaría fácil, importante es valorizar en su más genuina intención, cada figura, cada trazo, cada mancha.
La figura prometeica central, ubicada a la izquierda física de la tela, es el formidable logro de la composición. Gigante musculoso, dinámico, combativo, resuelto a su destino, artillado con sus armas populares: convicción de triunfar o morir; y el madero amenazante en la diestra. Oviedo simboliza en esta formidable figura al pueblo en la lucha. Mano deforme agigantada, escudo y avalancha, cabeza regia, erguida, sin rasgos, síntesis de las razas, voluminoso tórax, regazo de entrañas nobles, piernas hercúleas y sólidas, bases inconmovibles, insocavables.
Oviedo demuestra poseer una plena conciencia de que la lucha de los pueblos es tenaz, sin vacilaciones, tea inextinguible que calcina a quien trate de oponérsele. El gran contenido ideológico del cuadro está sintetizado en la referida figura simbólica del pueblo; es la fe consciente y racionalizada en la decisión popular. Para ofrecer una correcta y clara visión de este concepto. Antepone aceradas bestias, infernales cañones, metrallas, bombas, metales, armas con tradición colonial, que no bastan, no son suficientes, estáticas e impotentes a pesar de su magnitud y escalofriante amenaza.
El resto de los elementos que contemplan pictóricamente la composición son hechos, escenas tristes y desoladas de la guerra. Homenaje el combatiente caído, figura caída, inerte, desnuda humanidad en blanco ceniza, arabesqueada por anchos y negros trazos, sosteniendo a pesar de la muerte su proyectil popular: la piedra.
Sacrificio sublime de la madre que llora, cobijada por yagüas con su niño que cuelga, ya sin vida, en sus brazos.
Dos lingotes de acero se proyectan desde lejos, escenario de héroes, predio de batallas, resistencia sin límites: es el Puente que dice como fue allí la guerra.
El cuadro “24 de Abril” de Oviedo es casi una realización perfecta en lo que se refiere al manejo y colocación de los elementos pictóricos, con muy ligeras excepciones. El tratamiento cromático está ajustado a cabalidad al tema tratado; no hay festinación efectista del color, y podríamos decir que posee la sobriedad necesaria que ubica el mensaje. Ocres, negros y blancos sucios son colores de guerra. Colores del espectáculo horrendo, de la tragedia, de la tristeza, y en este caso de la heroicidad.
Cuando en párrafos anteriores me refería que, guardando por supuesto distancias, podríamos hacer un acopio de Guernica de Picasso, La Trinchera de Orozco y 24 de Abril de Oviedo, creo que me abastecía la razón. Cada uno de estos artistas sintetizaron con sus diferentes criterios estéticos y formales, y con su particular y relativa grandeza, un hecho histórico y político: la guerra patria que les tocaron vivir.
Además hay una resultante común en los tres; el motivo generador similar les hizo crear sus mejores obras.
Ramón Oviedo consigue en su cuadro “24 de Abril”, sin lugar a dudas, su mejor realización pictórica y en franco respecto a los demás pintores y críticos de mi país, me arriesgo a opinar y ojalá el tiempo me de la razón, que es el cuadro mas importante que ha creado un pintor dominicano, por su magnífica concepción, por la acertada utilización de los elementos, por el gran trabajo artesanal, por la formidable concepción compositiva, por el consecuente mensaje popular y por su gran contenido ideológico.
Los pueblos de España y Méjico se sienten orgullosos de su Guernica y su Trinchera, vamos a empezar a conocer, admirar y enorgullecernos nosotros con nuestro “24 de Abril”, obra maestra de Ramón Oviedo.