En los “países en vías de desarrollo” hay una obsesión con el crecimiento económico, a tal punto que llega a fetiche.
El Nobel alternativo de Economía, Manfred Max Neef, advierte que el crecimiento económico no lo resuelve todo, sino que hace falta equidad, porque a mayor crecimiento sin políticas de equidad, más desigualdad, pobreza y concentración del poder económico y político.
Esto es observable en Latinoamérica y el Caribe, región que ha crecido económicamente y sigue siendo la más desigual del mundo y el lugar donde más aumentó, en el último año, el número de ricos que acumulan más de mil millones de dólares.
En esta región hay una alta concentración de las riquezas. Los beneficios derivados del trabajo de muchos se están quedando en manos de pocos. Para muestra un botón: el economista dominicano Luis Vargas señala que en República Dominicana ha ido disminuyendo el beneficio de los trabajadores en el marco de la productividad de las empresas.
Indica que mientras la productividad ha aumentado casi 100 por ciento, pues pasó de 100 en el 2000 a 198 en el 2013, los ingresos promedio mensuales de los trabajadores se redujeron de RD$4,793 en el 2000 a 3,625 pesos en 2013, es decir, el ingreso real de la población ha caído 24 por ciento.
A esto se suma que la mayoría de la población es víctima de sistemas fiscales injustos y regresivos y no tiene garantizados sus derechos fundamentales ni el acceso a servicios básicos.
Ante este panorama vale preguntarse: ¿Crecimiento económico para qué? En República Dominicana la respuesta es obvia: para la acumulación, enriquecimiento y garantía de poder de las cúpulas empresariales y políticas partidarias.
Producto de esta acumulación y concentración de riquezas, muchas veces bajo esquemas ilegítimos, inmorales e inhumanos, la pobreza se mantiene en las mayorías.
El informe de Oxfam “Iguales. Acabemos con la desigualdad extrema” afirma que esto no es accidental, sino fruto de decisiones políticas deliberadas que sirven a un grupo reducido de la sociedad, en vez de garantizar el bienestar común.
Además, poderes políticos y económicos están en contubernio, propiciando una forma de secuestro democrático por élites que diseñan las reglas en su beneficio y en detrimento de la colectividad.
El crecimiento económico es importante pero no puede ser el único parámetro de desarrollo. Ambos deben tener como eje el bienestar humano, no desde la óptica del consumo, sino de derechos. Para esto los gobiernos deben asumir políticas de distribución de la riqueza de manera equitativa y el empresariado regirse por una economía más solidaria.