En el centro de la crítica de Gabriel Zaid está el poema

En el centro de la crítica de Gabriel Zaid está el poema

I
Cuando pensamos que el poema es como el ala de la mariposa que permite adivinar el jardín, cuando imaginamos a la obra artística como una urna funeraria en que se salvan las cenizas de la humanidad, cuando reflexionamos en que la crítica de la poesía, del arte y de la literatura es el laboratorio depurador que permite ir fijando y restituyendo a cada palabra y a cada poema —a cada mensaje— su sentido originario, entonces sólo puede crecer la figura de la persona que se ha entregado en cuerpo escrito, memoria crítica y alma sensitiva a las disciplinas y artes de la transmisión, la traducción, la depuración, la limpieza.

Ese poeta-crítico, ese fabulador de lo trascendente que ha sabido limpiar los ojos de varias generaciones y que, sin darse a sí mismo demasiada importancia, ha sabido transformar y ordenar nuestra manera de leer y de escribir se llama Gabriel Zaid. Su obra ceñida y breve —pero no menos abismal e inagotable— nos ha enseñado, entre otras muchas cosas, que una antología es quizá el género más audaz y ambicioso, que las obras completas pueden irse reduciendo y ganando en coherencia en lugar de irse ensanchando hasta la inanidad, que los fantasmas y destierros que rodean al libro no son menos inquietantes por ser de orden estadístico o comercial y, en fin, que hay muchas maneras de contar una historia, de comentar un libro o escribir un poema pero que no se debe perder de vista la idea de que en todo momento los cielos —y por supuesto: el infierno— nos están mirando.

 El rigor no le hace perder el buen humor y cierto sentido de la travesura, de modo que invariablemente a través de cada texto suyo el lector se siente atravesado por varias miradas.

Gabriel Zaid ha ido armando con los años un Arte de la Lectura. Imagino que se practica en un gimnasio o un taller imaginarios donde los cuerpos poéticos leídos se ven llevados a ejercitarse al límite a efecto de descubrir, llevados por su mano entrenadora, su mejor forma. No se lee impunemente, no se relee sin consecuencias; no se escribe sin pagar un precio ni se publica sin tener que asumir las consecuencias. La salud del sentido que ha buscado restablecer entre los cuerpos escritos de la literatura mexicana lo ha llevado espontáneamente hacia la reformulación de la idea  y de la práctica de la literatura. Tal reformulación se da como una vuelta a los orígenes del cómo y del porqué del para qué y para quiénes se lee, se escribe, se traduce, se edita. Gracias al poeta y al crítico literario llamado Gabriel Zaid las musas olvidadizas aprenden de nuevo a decir la experiencia medular.

II

En el centro de la vocación intelectual y literaria de Gabriel Zaid, está el poema, la idea del poema y de la obra como modelo y guía para vivir. Un amor exigente, práctico, por la palabra dicta La poesía en la práctica que a su vez desemboca en la palabra, en una ética del pensamiento y del sentimiento, al estilo de Antonio Machado. No en balde uno de los primeros libros de Gabriel Zaid se tituló La máquina de cantar. La idea del poema, la idea de la prosa a su vez llevan a suponer una idea de la convivencia de la ciudad y la comunidad. A Gabriel Zaid —lector de Ivan Illich— le interesa radicalmente la idea de la convivencia. Pero esta convivencia no es gratuita y, como la amistad y el amor, supone tremendos esfuerzos y riesgos, rigores que sabrá compensar con sus regalías convividas y experimentales el poema o el ensayo, el pensamiento ávido de exactitud, el recado polémico. Va Gabriel Zaid por el mundo limpiando de maleza verbosa las pirámides y los escoriales y restituyendo a las palabras de la tribu sus sentidos en vías de extinción.

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