Leerlo como una novela

Leerlo como una novela

Hay que leer el expediente de la Procuraduría General de la República contra Félix Bautista como una novela. De hecho, el reconocido abogado Francisco Álvarez Valdez hace unos días publicó un artículo titulado “Cuando la realidad supera la ficción”, describiendo las auténticas chapuzas que se tejieron para mover fortunas descomunales y obscenas. No solo es insólito el proceso de acumulación originaria que lleva a la constitución de una fortuna de dimensiones colosales, sino que la sociedad en su conjunto parece estar perdida para todas las causas; y el problema no es vencer a tal o cual poder, transformar tal o cual institución, sino acabar con la anomia de todo el Estado, que permite que ocurran hechos semejantes. ¿Cómo es posible que la proximidad a un “Gran Líder”, el uso de la influencia, se convierta en creador de riquezas inimaginables, en factor de producción, en un país con un PIB tan modesto?

¿Es que el poder se configuró de tal manera que esparció el terror silencioso al que nadie es ajeno? ¿Es que además de monopolizar el poder, el Estado leonelista monopolizó también la razón? ¿Es que todos los viejos militantes del antiguo PLD fueron despojados de cualquier subjetividad que los empujara a condenar el latrocinio que ocurría frente a sus ojos? ¿Y los poderes fácticos, los industriales, comerciantes, la iglesia, la sociedad civil; no tenían, por lo menos, una obligación moral de reaccionar, de fisgar en ese despliegue desproporcionado de la corrupción, la oportunidad para meditar las tareas transformadoras pospuestas desde la muerte de Trujillo? ¿No ha derrumbado este expediente de la Procuraduría todo optimismo histórico, toda esperanza de que la política pueda ser otra cosa? ¿No se respira un pesimismo político absoluto?

Cuando Leonel Fernández impuso su primera reelección, en un espectáculo propio de la ostentación de su estilo, subió al poder con 436 movimientos políticos y 12 partidos. Yo denominé entonces al conglomerado de gobierno como “El Estado parcela”. Todo el mundo exigió su “particelle”, y, descoyuntado, el Estado-Nación fue saqueado en beneficio de los administradores del “parcelle” que el Príncipe le designó. Quien quiera puede leer el libro de Participación Ciudadana sobre la corrupción durante este periodo, y podrá establecer la génesis de la desfachatez con que esto ocurrió, en la concepción particular del expresidente Fernández del Estado como parcela. Se distribuyó el Estado, la corrupción se generalizó, se configuró una estructura de poder (“Retícula” la llama Michel Foucault) en la que cada quien exprimía su parcela. El Estado dominicano es todavía hoy una suma de las múltiples “particellas” que lo integran, y cada una entraña, desgraciadamente, un proyecto individual. INESPRE mantiene un ventorrillo de partido en el que se pavonea un “general”. La Lotería es feudo de los Peña Guaba. Los de Wessin tienen Bienes Nacionales. Euclides Gutiérrez su Superintendencia de Seguros. En CORDE un reformista espanta moscas. Rosario su JCE. Relaciones exteriores era finca reformista. La Fuerza Nacional Progresista su Migración y otras boronas. Los del PTD de la ex izquierda andan con su macutico al hombro. Y un largo etcétera.

Es contra ese telón de fondo que hay que leer el expediente del Procurador General de la República contra Félix Bautista. Incluso construyendo un universo de sentidos que apela a la ficción novelesca. El Estado Dominicano quedó secuestrado, repartido. Y uno se asombra de que hayamos soportado ese despojo que describe el expediente, cual emanación de otra forma de servidumbre. Asombra verdaderamente esa visión tan aldeana del Estado que a la altura del siglo XXI se tiene, porque esa ideología conchoprimesca subsiste íntegramente, y los corruptos son tan recurrentes en la vida institucional del país, que el sentido común ha terminado por coexistir con ellos como algo natural. Por eso resulta muy afortunado que el abogado Francisco Álvarez Valdez haya titulado su artículo “Cuando la realidad supera la ficción”, porque nos parece increíble todo cuanto se narra en el texto del Procurador, como si no hubiera sociedad, como si todos no fuéramos más que una réplica del poder, como si nosotros mismos produjéramos nuestra propia sumisión, y remontáramos nuestra existencia desde la hez del mundo.

No importa lo que hagan los jueces con él, todos deberían leer ese expediente levantado contra el vacío de la impunidad. Es la novela de la desmesura, la clepsidra del horror de vivir sin un régimen de consecuencias.

 

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