El formidable político inglés de la primera mitad del siglo XX, Sir Winston Churchill, expresó la mejor sentencia para definir a los políticos al decir que: “a los políticos como los pañales hay que desecharlos diariamente por la misma razón”, sabia sentencia que retrata de cuerpo entero el sentir universal acerca de la calidad de los políticos que pululan en todos los países interrumpiendo la vida en armonía de los conglomerados humanos que ven menguar sus esperanzas de mejoría por esas actividades tan reñidas con la honestidad.
El asalto al erario de los políticos dominicanos arrancó en el mismo año que nació la Patria y ahora con mayor desenfado, menos vergüenza y más impunidad, generando una riqueza despiadada de sectores que su suerte ha sido estar en el lugar correcto y en el partido correcto para disfrutar de los beneficios derivados del ejercicio democrático del poder instaurado en el país desde 1962.
La desfachatez de los políticos dominicanos se inauguró con fuerzas y se asentó en la vida política a partir de la Restauración, cuando la nueva clase política que surgió en ese entonces entendía que el Estado debía compensarle sus sacrificios para lograr la salida de los españoles para volver a las andadas de las montoneras con los gobiernos que no duraban mucho tiempo, ya que eran desplazados rápidamente por el próximo aventurero que tuviera más agallas que hasta algunos prefirieron ser regionales y reinar en sus comarcas y hasta se quedaban en sus pueblos marítimos para servirse generosamente de los ingresos aduanales.
Para inicios del siglo XX, los norteamericanos iban conformando su política de dominio mundial y con la construcción del canal de Panamá en 1914, con una región caribeña casi toda controlada por ellos o sus aliados ingleses o franceses, en los albores de la Primera Guerra Mundial y ante la intranquilidad dominicana que se desató después del asesinato de Ramón Cáceres en 1911 con el desorden de gobiernos efímeros y de generales de la montonera y de sus regiones, como el caso de Desiderio Arias en la Línea Noroeste con sus exigencias de dinero público y otros que se creyeran generales con dos o tres seguidores que eran sus tropas para exigirle prebendas a los endebles gobiernos que no duraban mucho, por lo que, después de que Haití fuera ocupado por los Estados Unidos, era cosa de tiempo su llegada al país ya que dominaban tanto a Cuba como a Puerto Rico quedando tan solo en 1916, y en plena Primera Guerra Mundial, su ocupación de la República Dominicana.
Los pasados 55 años han sido de antología por los actos de corrupción que se han cometido en la forma de cómo se han dilapidado los recursos y propiedades públicas con las maniobras más diversas, desde desmantelar la industria azucarera estatal hasta distribuir entre empresarios y políticos todo el sistema de producción de energía eléctrica, desmembrando el sistema oficial desde 1996 para convertirlo en una serie de entelequias que solo han servido para encarecer el servicio, con una empleomanía excesiva para hacerlo más inestable con supuestos circuitos “24 horas” y escaso suministro, enriqueciendo a unos burócratas que disfrutan del privilegio de estar cerca de los poderosos sectores del gobierno de la ocasión.
En pleno siglo XXI, la corrupción es parte de la cultura y el accionar de los dominicanos que van atrás de un cargo público. Ahora el gobierno concede las más diversas prebendas con el dinero del presupuesto, arrancando los recursos del patrimonio y de los ingresos de las recaudaciones normales y hasta de los préstamos para darle de comer a la boa política que ha llevado a conformar un Estado patriarcal. Los militares, ahora sin nombres sonoros como aquellos del siglo pasado y durante las administraciones del doctor Balaguer, que infundían temor como herencia de lo que había sido durante la dictadura de Trujillo, se han convertido en una logia mucho más reservada y de bajo perfil, pero siempre obteniendo ventajas a cuenta del sacrifico por la Patria.