La desesperanza se puede vivir desde lo individual y lo colectivo. Desde la familia, las instituciones, la política y la empresa. Puede ser una actitud emocional sostenida por un sistema de creencias distorsionadas o limitantes que nos han enseñado a ser pesimistas, desconfiados, temerosos, impotentes e inseguros en nuestros decisiones. Para posicionarse en un proceso de desesperanza hay que vivir de forma sostenida en la frustración crónica, la exclusión, el rechazo, maltrato e indiferencia, donde la defensión haya puesto de rodillas a la fe, el espíritu, la autoestima, el pensamiento, la voluntad, el carácter y la creatividad. Las sociedades que han vivido las desigualdades, la inequidad, la falta de cohesión social y el desequilibrio en la distribución de la riqueza de forma recurrente y sostenida; entran en desesperanza: un proceso de desánimo, de agotamiento y negativismo, de dejar de creer en sus propias alternativas, o en sus capacidades para generar cambios. Esa desesperanza genera daños colaterales que estimulan el conformismo, el individualismo, el egocentrismo, la desconfianza, las rupturas del tejido social, crisis del pensamiento, el desenfoque, la deambulación sin propósitos, ausencias de metas y proyectos colectivos e individuales.
Los resultados más devastadores de la desesperanza son, cuando se activa de forma inconsciente o se práctica el escapismo social: las personas optan por buscar las salidas en “soluciones disfuncionales” abuso de alcohol o consumo de drogas, delincuencia, prostitución, mercado ilícito, tráfico de seres humanos, abandono o ruptura familiar, rompimiento de los vínculos y del sentido de pertenencia con los grupos primarios, inadaptación social, vagancia y comportamientos disfuncionales y poco asertivos. Pero en términos sociales los procesos desesperanza y de la desmoralización con desesperanza que planteaba Sulliman impactan al tejido social originando indicadores de una sociedad enferma, moral y éticamente, sin límites, sin consecuencias, con impunidad, sin justicia, sin normas y sin miedos sociales. Es de ahí que se van reproduciendo los procesos de corrupción, desmoralización, bandolerismo, delincuencia, falta de fe, de creencias en las instituciones, en el rompimiento de los procesos establecidos, y la crisis de la identidad generalizada y, peor aún, a la patología social. La violencia y el resentimiento social van generando frustraciones colectivas, indignación y transgresión a las normas desde lo más simples a los más complejos; o sea, cada quien se siente capaz de saltar, corromper, castigar, desconocer o violentar los derechos de los demás.Es de esa forma, y no de otra manera, que se reproducen los problemas de la falta de convivencia pacífica.
Es cierto que en el desarrollo social no todos tenemos las mismas oportunidades, ni afrontamos los cambios y procesos con las mismas fortalezas, asertividad, ni sabemos cómo gestionar las crisis, y mucho menos aprender a administrar los comportamientos para obtener mejores resultados. Pero es justo decir que la inequidad social, la pobreza, la exclusión no son elección de las personas, sino que son el resultado de la falta de políticas públicas, de justicia social, de distribución con equidad, con inversión sostenida en los más vulnerables, que son los que también viven la desesperanza. ¿Cómo ven el futuro las personas en desesperanza? o ¿cómo se sienten en el presente? ¿con qué cuentan para cambiar sus vidas? ¿cómo podrían cambiar las circunstancias en las que viven? No todas las personas tienen la autoconfianza, la autodeterminación y el empoderamiento de cambiar su vida de forma saludable y sostenida, y menos el que se encuentra anclado en la desesperanza. Es evidente que llegaremos a tener en nuestras vidas procesos de frustraciones, crisis, desajustes, conflictos, pérdida, etc. La percepción y las actitudes con que los confrontemos, la fortaleza emocional o la resiliencia social para gestionar la adversidad sería la diferencia.
Los remedios para la desesperanza son: desarrollar fortaleza emocional, sana autoestima, afrontar con actitud positiva, no culparse ni aislarse en las crisis y dificultades. Gestionar el riesgo y aprender a medir las consecuencias negativas. Aprender a sincerarse para aceptar las limitantes, las pérdidas, identificar las potencialidades, e identificar los espacios de factores protectores con los que se socializa: familia, pareja, hermanos, amigos, trabajo y espiritualidad. Se debe aprender a confrontar, insistir, persistir y resistir para fluir en la vida. Mantener las metas, sin perder los objetivos, la táctica y la estrategia de vida. No se conformes, no acepte que le derroten sus sueños y esperanzas. El mejor activo es usted mismo, no se canse, participe, luche, aprenda a tener paciencia y prudencia, pero nunca pierda el optimismo. Son remedios para la desesperanza aprendida.