Un tema siempre recurrente entre los dominicanos es lo relativo a la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina, quien gobernó la República Dominicana con mano férrea, desde 1930 hasta el 30 de mayo de 1961.
Son muchas las historias que se cuentan con respecto al tirano, pero una de las más representativas acerca de la situación que vivía el país durante esos años, es una narrada por el documentalista René Fortunato. Durante una fiesta de alta sociedad, realizada fuera del país, algunos invitados preguntaron: ¿Quién es ese? Señalando a Ramfis Trujillo, hijo del dictador, y alguien le contestó: «Ese es el dueño de una finca con tres millones de habitantes».
Esta expresión podría ubicar, más o menos, un contexto justo para poder entender el nivel de control que tenía Trujillo Molina en el país. Sin embargo, más allá de esto sería interesante profundizar en las características de la personalidad de «El Jefe», para arrojar luz acerca de cómo puso a una nación de rodillas.
Su carácter pudo ser una herencia familiar. Según el historiador Antinoe Fiallo, la herencia familiar de Trujillo, tanto materna como paterna, influyó en su manera de ser.
Afirma que al final de tres décadas, el dictador no fue un simple dirigente político, sino que imprimió el sello indeleble de su personalidad en el gobierno que dirigió.
También dice que el dictador era una persona hábil con una serie de condiciones políticas y de liderazgo, lo que junto a una especie de «tigueraje» que desarrolló, según sus palabras, le permitió durar 30 años en el poder, gracias a las «redes» que gerenció en las fuerzas castrenses del país, en las que estuvo inmerso.
Fiallo, reconocido historiador dominicano, resalta que Trujillo pudo desarrollar estas características de su personalidad al ingresar a las filas de la Guardia Nacional, la Policía y luego en el Ejército, entidades donde hizo vida militar.
Con respecto a las «redes» que afirma Trujillo logró formar dentro de estas instituciones, explica que con el tiempo estas conexiones se transformaron en el Partido Dominicano, entidad política con la cual se «mantendría en el gobierno» por más de tres décadas ininterrumpidas.
Indica que el tirano tenía una mentalidad autoritaria, la cual se manifestó al «organizar una fuerza social y política a su llegada a las fuerzas armadas como oficial del Ejército.
«Trujillo no solamente era el candidato, sino el jefe con capacidad unipersonal de decisión», insiste.
Video cortesía del documentalista René Fortunato.
Personalidad marcada. Antinoe también narra cómo el tirano trató siempre de que todo girará a su alrededor y dice que para asegurarlo se granjeó un sin número de títulos de distinción, mientras gobernó la República Dominicana.
«El Jefe», «Benefactor de la Patria Nueva», «Líder Máximo», así como otros fueron solo algunas de las distinciones para elogiarlo.
Al respecto, Fiallo señala que todos estos títulos solo tributaban a a una cosa: El deseo de Trujillo de tener el control total del país.
En ese sentido, afirma que durante la dictadura era obligatorio tener una foto de Rafael Leónidas en cada hogar que decía: «Dios y Trujillo» o «En esta casa manda El Jefe».
Dice que la foto costaba unos 20 centavos y era comprada por los adeptos al régimen para halagar a Trujillo, pero aclara que también era comprada por los que estaban en contra del gobierno, por miedo a represalias.
Explica que la conclusión que se puede sacar de esta situación es que Trujillo era una persona a quien le gustaba concentrar el poder y ser «la cabeza de todo y de todos», además de ser respetado y aceptado, aunque afirma que el dictador «trataba de esconder su procedencia mulata, ya que todas las noches se ponía crema blanqueadora antes de dormir».
Ególatra hasta la muerte. Entre los hechos que desnudan la egolatría de Trujillo está que colocó su nombre a la capital de República Dominicana, que antes de 1936 se llamaba Santo Domingo de Guzmán. Además, había que ponerle «Trujillo», o los nombres de sus familiares más cercanos, a actos y construcciones importantes, avenidas, calles y parques. En estos últimos no era raro que se colocaran estatuas del propio dictador.
Otro elemento es que ni siquiera sus más cercanos colaboradores podían «hacerle sombra», los trasladaba si percibía que eran «alabados» por las masas. Así pasó con su hombre fuerte en San Cristóbal, José Pimentel Deschamps, quien fue vitoreado en un acto en el que el tirano también estaba presente: «¡Viva Trujillo! ¡Viva José Pimentel!». Al día siguiente fue trasladado.