La Vida (Madre Teresa de Calcuta)
La vida es una oportunidad, aprovéchala, la vida es belleza, admírala, la vida es beatitud, saboréala, la vida es un sueño, hazlo realidad. La vida es un reto, afróntalo; la vida es un juego, juégalo, la vida es preciosa, cuídala; la vida es riqueza, consérvala; la vida es un misterio, descúbrelo. La vida es una promesa, cúmplela; la vida es amor, gózalo; la vida es tristeza, supérala; la vida es un himno, cántalo; la vida es una tragedia, domínala. La vida es aventura, vívela; la vida es felicidad, merécela; la vida es vida, defiéndela.
En la tranquilidad de un domingo en la mañana, escribo estas palabras. Pensaba hacer unas reflexiones sobre la vida, pero después de haber compartido unos maravillosos breves minutos con doña Milagros, decidí cambiar mi enfoque.
Tenía una reunión en el “Huacal”, el nombre popular del edificio de oficinas gubernamentales, y aprovechamos el pequeño grupo de la reunión para ir a visitar a la directora de la Dirección General de Ética e Integridad, y, como todos sabemos, exvicepresidenta de la República. Nos aparecimos sin avisar a su oficina. Nos recibió como pensábamos: con alegría y cariño. Cuando la vi me sorprendió, una vez más, su energía y su elegancia. Vestía una falda verde estrecha con dos aberturas laterales, una blusa con lazada de un tono más oscuro usaba unos aretes de perlas preciosos y sus zapatos “nude” con tacones que yo ya no puedo utilizar. Al sentarnos le planteamos nuestro objetivo de la sorpresiva visita. La conversación fluyó, llegamos a acuerdos rápidamente.
Al regresar a mi casa, aproveché los largos e incómodos tapones para pensar en la joven eterna doña Milagros Ortiz Bosch. Cuando la conocí yo tenía todavía el pelo negrísimo, color que tuve que mantener ayudado por los eufemismos técnicos de los salones de belleza. Ella tenía el pelo blanco, no recuerdo haberla visto con otro color. Durante la duración del Proyecto para el Apoyo a las Iniciativas Democráticas (PID/PUCMM/USAID) hicimos muchos vínculos y desarrollamos juntas varias acciones. En su posición como senadora, la más votada de esas elecciones, apoyé públicamente sus iniciativas legislativas, especialmente la Ley 24-97 en contra de la Violencia Intra Familiar. Al ser electa vicepresidenta de la República y ser designada en la cartera de Educación, trabajamos intensamente en la formación cívica durante sus cuatro fructíferos años de gestión. Al salir del Gobierno participé en varias ocasiones en su programa radial, analizando juntas la realidad y proponiendo alternativas a la violencia que permea esta sociedad.
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Hace muchos años decidí ser activa en la sociedad civil en todos los espacios posibles. Mi posición de libre pensadora no me permite militar en ningún partido político. Soy incapaz de someterme “a una línea” por mandato, me sentiría prisionera. Ella lo sabe, y a pesar de esta decisión mía y de su eterna militancia política, aceptamos esas diferentes y válidas opciones, siempre hemos colaborado en diferentes iniciativas.
Cuando la vi el pasado viernes ratifiqué mi convicción de que ella es una de mis inspiraciones vitales. Ya tengo el pelo tan blanco como el suyo. Me encanta su vitalidad, su energía contagiosa, su capacidad de reinventarse, de aprender cada día, de estar al tanto de las nuevas teorías. Es una mujer práctica y persistente, capaz de hacer equipo hasta con sus enemigos políticos. Esa visión de sumar voluntades la he admirado desde que la conocí.
Milagros Ortiz Bosch es una joven mujer de 86 años, que se alimenta de esperanzas. Solo tuvo un hijo, Juan Basanta, pero en el curso de su vida, su corazón ha parido miles de hijos e hijas. Yo me siento una de ellas. Esta es una confesión que hago pública. Entre nosotras hay 20 años de distancia, y cada vez que me encuentro con ella, recargo mi alma, olvido las frustraciones y me lleno de ilusiones. ¡Dios te bendiga! ¡Gracias por existir querida Milagros!.
De caerme al caminar, de levantarme muchas veces, de permitir opiniones ajenas, me cansé de vivir enojado.
Por esto, decidí vivir mi vida mi manera. Vivir lo que nadie vivirá por mí, no renunciar a ser como quiero; ¡Libre! sin traumas, sin ataduras, sin remordimientos ni resignación.
¡Ya que en la hora final
nadie morirá por mí! (anónimo)