Por: George Latour Heinsen
Desde siempre la arquitectura ha jugado un rol fundamental en relación a la cultura de los pueblos y al turismo, sobre todo cuando se trata de obras fascinantes contemporáneas o pertenecientes a épocas del pasado, estimulada por los flujos turísticos y la atención y expectativas de los visitantes. Esta mutua relación existe desde los tiempos de la antigua Roma hasta nuestros días ha conseguido su máxima expresión de frente a un turismo globalizado siempre más importante y a la creatividad siempre más libre y sin escrúpulos de los arquitectos. Hay destinaciones que con su ambición futurística de la arquitectura han hecho su propia fortuna: pensemos a Dubái y a Los Emigrados Árabes, pero también capitales internacionales que se identifican por sus obras arquitectónicas modernas y contemporáneas: de Sídney a Londres; de Pekín a Barcelona, etc.
En los últimos años entran en escena los Archistar, grandes arquitectos, sin dudas, pero sobre todo grandes personalidades públicas, estrellas del firmamento internacional a la par de actores, de músicos y de artistas más aclamados.
Grandes arquitectos dotados de protagonismo y, casi siempre, de egocentrismo. De hecho, solo su nombre es capaz de captar desde los cuatro ángulos del mundo, turistas apasionados de las proezas futuristas de las cuales son capaces.
Lo mismo sucede con las obras de los grandes maestros de la arquitectura del Movimiento Moderno. Los turistas visitan en masa los lugares donde están ubicadas estas obras sin importar muchas veces las dificultades de la localización de estas. A muchos nos interesaría ir a Finlandia a conocer las obras de Alvar Aalto o a Marsella a conocer la Unite d’Habitation de Le Corbusier, etc.
¿Qué hubiera sucedido si el Concurso del Faro a Cristóbal Colón del 1929 lo hubiera ganado el arquitecto finlandés Alvar Aalto (1898-1976) o si la Basílica de Higüey (concurso 1949) hubiese sido un proyecto del arquitecto suizo-francés Le Corbusier (1887-1965)?.
Estoy convencido que la historia de la arquitectura dominicana tendría una dimensión internacional y la República Dominicana sería un destino de peregrinaje mundial para el estudio y la observación de esas obras (sobre todo porque son obras importantes de escala monumental). Incluso, las mismas facultades de Arquitectura dominicanas serían fuente de interés mundial.
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Alvar Aalto participó en el concurso del Faro a Colón, al contrario de Le Corbusier que no participó en el concurso de la Basílica de Higüey.
El proyecto ganador de la Basílica de Higüey de los arquitectos franceses André-Jacques Dunoyer de Segonzac, Pierre Dupré y Pierre Domino, refleja ciertamente una gran influencia del maestro suizo. Recordemos que los arquitectos ganadores eran marselleses, en esos mismos años Le Corbusier construía La Unité d´Habitation de Marsella (entre los años 1947 y 1952).
Concurso del Faro a Cristóbal Colón: en la revista L’Architecture d’aujord’hui, de la época aparecía la invitación a participar al concurso del Faro a Colón.
En un principio Le Corbusier expresó su interés en participar al igual que Marcel Breuer y los hermanos Perret.
El Faro a Colón de Aalto sería la única obra del arquitecto finlandés fuera de Finlandia, lo que despertaría una curiosidad muy especial (algunas obras de Aalto fueron construidas en Alemania e Italia). Aalto propuso una torre en espiral en hormigón armado, donde el hemisferio occidental fue abstraído a un pilar de progreso, futurismo y solidaridad.
Entre los participantes en el concurso del Faro otros nombres importantes, por ejemplo: Tony Garnier, de Lyon, Francia; Luis Moya Blanco, español y muchos otros más. Pero ninguno de los participantes tiene la trascendencia de Alva Aalto.
La propuesta de Aalto constituía una utopía futurística como la mayoría de los proyectos participantes, incluyendo el del proyecto ganador de Joseph Lea Gleave, (un estudiante británico de arquitectura), pero acaso no es futurístico el Guggenheim de Bilbao, y hoy muchos conocemos Bilbao por el Museo de Frank Gehry o Valencia por las obras de Santiago Calatrava, etc.