Desde la irrupción arrolladora de las redes sociales, que han cambiado el mundo en el que vivimos, sobre todo la manera como lo percibimos y lo interpretamos, todos es mediático y público, pues los conceptos de intimidad y privacidad se han relativizado a tal extremo que a veces parecieran no existir.
Por eso fue redundante, por parte de la dirigencia del PLD, culpar a la “presión mediática” de la decisión de la jueza Kenya Romero de enviar a prisión a los exministros José Ramón Peralta y Donald Guerrero. Como también lo es el alegato del destituido juez Juan Francisco Rodríguez Consoró de que la decisión del Consejo del Poder Judicial buscaba complacer “a un sector del Ministerio Público y la realidad del momento, en su propósito de seguir alimentando el circo, conseguir views y likes, que es casi parte del diario vivir”.
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El destutanado juez tiene razón cuando afirma que esa es la realidad del momento, con la que, agrego yo, tenemos que aprender a convivir, pues las redes sociales y todo lo que trajeron consigo llegaron para quedarse, aunque todavía no seamos conscientes, porque estamos en medio de un proceso de cambios cuyo horizonte es todavía borroso, de hasta dónde nos llevarán.
Y todos tendremos que aceptarlos nos gusten o no, simplemente porque no hay de otra, una realidad que me gustaría entendieran los que se quejan, a propósito de los casos de corrupción pública que se ventilan en los tribunales, de que las filtraciones de las acusaciones del Ministerio Público a los medios y que inundan las redes sociales destruyen la presunción de inocencia y convierten los procesos en circos mediáticos.
A lo mejor es verdad, pero yo prefiero, y mucha gente compartirá mi opinión, ese circo que me permite saber cómo se robaron el dinero de los contribuyentes, a la insultante impunidad que permitía a corruptos notorios y conocidos andar por ahí exhibiendo sus obscenas fortunas y la sonrisa de oreja a oreja del que nunca ha roto un plato.