2020 fue un año angustioso y angustiante. Como una telaraña los rumores se adueñaron de la ciudad y ya no se trataba de las tradicionales banalidades de la vida cotidiana: las conversaciones sobre otra gente; los amores clandestinos de las domésticas; las inconsecuencias de los hijos; la hija que se muda con el novio; o el que ya no volverá al país: la última estafa de un pariente; o el corrupto que una vez más logró escapar de la acción de la justicia, etcétera, etcétera.
El tema era la vida o muerte de gente cercana y muy querida; el asalto mortal de un virus que, como el bíblico ángel de la muerte, podía entrar en nuestras casas y llevarse lo más preciado, la vida de quien amamos, o la propia.
En medio de ese pandemónium no tuve tiempo de celebrar el centenario de la más original y excéntrica escritora de la literatura brasilera: Clarice Lispector, quien nació un diez de diciembre de 1920 en Ucrania, y falleció en Río de Janeiro un 9 de diciembre de 1977, a los 56 años.
Escritora y periodista, en sus novelas cada capítulo termina con una oración que retoma en el siguiente, y era capaz de empezar una novela con puntos suspensivos y minúsculas (como si hubiera un texto anterior) o de terminar otra con dos puntos.
En sus novelas primaba la subjetividad de los personajes, desplazando la primacía de una trama narrativa articulada en torno a acontecimientos anteriores.
Elementos anteriores a una realidad social, o personal, que generalmente proporciona el tema y el instrumento verbal, en pos de la creación de una realidad propia, con su inteligibilidad específica, o la invención de un nuevo lenguaje. Un hecho señalado y reconocido por críticos como Antonio Cándido, en su ensayo “En el comienzo era de hecho el verbo”.
A los 23 años sorprende con su novela “Cerca del Corazón Salvaje”, que le gana el máximo galardón literario. Novela donde el tema pasaba a segundo plano y la escritura al primero, haciendo ver que la elaboración del texto era el elemento decisivo para que la ficción alcanzara su pleno efecto.
En 1973 publica Agua Viva, donde, según Florencia Garramuño, “abandona el molde tradicional de la novela en una escritura que conjuga los estados interiores de los personajes con la preocupación por una cierta exterioridad de la escritura que se concentra tanto en descripciones de cosas y objetos, como en la incorporación de fragmentos sobre animales, flores y hechos que no encuentran justificación evidente para su inclusión en la trama”. Y que, por lo demás, ya ha dejado de existir en tanto tal, esto es, en tanto articulación de una historia en torno a un planteamiento, nudo, desarrollo y fin.
Este método, definido como de red, o telaraña, por Virginia Woolf y muy propio de la ecléctica subjetividad femenina, continua implementándose en la novela La Ciudad Sitiada, porque “aunque este texto conserva aun la estructura de novela, la trama sobre su personaje central (Lucrecia) se debilita tanto que es la historia de su pequeña ciudad sobre la cual gravita el desarrollo de la intriga”.
Intriga, interrumpida por cuadros narrativos y descriptivos que, aun cuando mantienen alguna relación con la historia de la protagonista, resaltan claramente como cuadros independientes y muchas veces de absoluta insignificancia en relación con la historia principal.
A este modo de escribir los críticos lo bautizaron como “desarticulación de los núcleos narrativos”, o “historia intercalada”, donde muchos de los fragmentos parecen desengarzarse de la historia principal y brillar con luz propia.
Otros críticos bautizaron la técnica como “disquisiciones literarias”, no entendiendo que Clarice estaba más preocupada por la expansión de los núcleos narrativos que por la articulación de una trama.
Clarice lo explica así: “Yo quería crear una historia llena de todos los instantes, pero eso sofocaba al propio personaje. Creo que mi mal es querer abarcar todos los instantes”.
¿Su método de novelar? Escribir fragmentos sueltos que solo posteriormente conectaba (algo que intento en SIRENO), con esa (según Helene Cixcous): “Atención particularmente femenina a los objetos, a la capacidad de percibirlos y representarlos de modo nutricio, no dominador”.
¿Resultado?
Una narrativa que al desprender de la narración una diversidad de núcleos expande la posibilidad de la narración mas allá de la novela o cuento, y de su pertenencia a una única historia, desestimando toda organización jerárquica.
Carlos Mendes de Souza define esta forma de escribir como de “impersonalidad narrativa” y afirma que es su gran conquista.
Clarice tenía además el hábito de modificar constantemente el sentido de las palabras, su derecho como escritora frente a ese legado de los muertos que es el diccionario, pero aunque esto irritaba a algunos críticos todos le reconocían una riqueza de interpretación rara y un poder inventivo muy poco común en la literatura brasilera, y yo diría que universal.
Ignoro si la sutileza psicológica de las novelas de Clarice proviene de su origen como familia judía que escapa la persecución nazi emigrando al norte de Brasil, a Maceió, donde arribaron por barco en 1922, cuando apenas tenía un año.
Aunque su lengua materna fue el portugués, sus padres le hablaban en ruso y siempre el poder escuchar la lengua materna desde otra lengua aporta dimensiones generalmente desapercibidas para quienes solo conocen un idioma.
Víctima de una infancia muy pobre: “mi almuerzo era jugo aguado y un pedazo de pan”, la pobreza no fue motivo de infelicidad ya que su infancia estuvo poblada de amigos y animales: un mono, gallinas, y hasta un gato que no se moría nunca, tema de muchos de sus cuentos infantiles.
En esos cuentos infantiles Clarice siempre dejaba una puerta abierta para que otros prosiguieran con el relato, una técnica que luego emplea en sus novelas que concluía con una frase sin terminar, como en su libro Un Soplo de Vida.
Criticada porque sus novelas no encajaban con el realismo que predominaba en Brasil, Clarice era considerada con una “anti escritora”, una rareza de la literatura brasilera, universal, fuera de reglas y estructuras, o géneros literarios.
Por eso, cuando por fin fue famosa se sorprendía y afirmaba: “Todo esto me deja un poco perpleja. ¿Será que estoy de moda? Y ¿Por qué esas personas que se quejaban de no entenderme ahora parecen entender?”.
Bellísima, Clarice se casa con un diplomático asignado a Europa y trata de representar a la perfección su rol de esposa y madre, hasta que en 1959 se divorcia para regresar a su país y se muda en Leme, barrio carioca cerca del mar, su elemento.
Y es como divorciada y madre de dos niños cuando inicia su vida laboral como periodista, transformando el género de la Crónica (como García Márquez) en un ejercicio literario que le ganó fama. Crónicas que eran historias actuales o pasadas, o reflexiones como el de la palabra esperanza:
“La esperanza es este instante. Es necesario dar otro nombre a cierto tipo de esperanza porque esta palabra significa sobre todo espera. Y la espera es ya”.
Escritora, o anti escritora, hasta el final de sus días Clarice declaraba:
“Soy una mujer que escribe porque para mí escribir es como respirar”. “Grito, porque mi deber es revelar la vida”.