Pese a saber que leer a Henry Kissinger conlleva anatema desde que el escritor Christopher Hitchens explicó en su libro The Trial of Henry Kissinger algunas de las razones por las que había que procesar al Premio Nobel de la Paz 1973 como criminal de guerra -como la organización del bombardeo masivo y secreto de las poblaciones civiles de Camboya y Laos durante la Guerra de Vietnam, sin olvidar su promoción del golpe de Estado al Gobierno de Salvador Allende en Chile- buscando orientación en un mundo sumido en la crisis pospandemia, la guerra de Ucrania y el ascenso global de líderes nacionalpopulistas, no pude resistir la tentación de leer su última obra, Leadership, Six Studies in World Strategy.
Confieso que este libro es realmente inspirador en la hora que vivimos de un déficit mundial de liderazgos, con las honrosas excepciones, que confirman la regla, de Biden y Macron. Kissinger repasa los casos de Konrad Adenauer, Charles de Gaulle, Richard Nixon, Anwar Sadat, Lee Kuan Yew y Margaret Thatcher, seis estadistas que, a pesar de sus falencias, impactaron positivamente sus naciones y el mundo, construyendo un liderazgo construido alrededor del análisis, la estrategia, el coraje y el carácter.
Tras recorrer y comparar las historias de estos líderes, Kissinger concluye que todos se caracterizaban por un rasgo común: “Todos fueron conocidos por su franqueza y por decir a menudo las verdades duras. Ellos no confiaron el destino de sus países a la retórica probada en encuestas y grupos focales”.
Como ejemplo, cita a Adenauer quien, frente a la critica de los parlamentarios a los términos impuestos por los aliados, les espetaba a estos: “¿Quién piensan ustedes que perdió la guerra?”.
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Que un líder diga la verdad pura, cruda y dura constituye una locura en el mundo que vivimos. Ahora la obsesión es, en palabras de Mibelis Acevedo, “no ser impopular, no desdecir los deseos de la multitud, no llevar la contraria a las corrientes de opinión en tiempos en que estas operan como guillotinas”. Vivimos “la era de la vedetización del líder, del vaciamiento de contenidos para dar prioridad a la forma, al aplauso irreflexivo o a la ‘boutade´sin trascendencia”. Estamos “más pendientes de cosechar retuits o posicionar slogans en redes”. Los líderes hoy son especies de Frankenstein: “Embullados como estamos por los ‘milagros’ del marketing político, hasta podría pensarse que seleccionar el envoltorio, coser sus partes en un bulto mal armado y luego animarlo, dotarlo de palabras y sublimes contenidos, es algo admisible”.
Lo que Kissinger vio en los seis líderes por él estudiados es lo que Euribíades Concepción Reynoso nos dijo hace mucho tiempo.
Necesitamos buenos pitcher taponeros, líderes que, contrario a Dale Carnegie y Roberto Carlos, no quieran “tener un millón de amigos” para “así más fuerte poder cantar”.
Líderes convencidos “de la provisionalidad de su misión, de su señalamiento ad hoc, de su papel transitoriamente especializado como guía en la travesía del desierto hacia la institucionalización.
Liderazgo históricamente justificado por la crisis, conceptualmente definido en términos de negación de la perennidad personal, de la burocratización del carisma. Liderazgo suicida, kamikaze, en cuanto, contrariamente a las pretensiones espontáneas convoca no al culto, no a los botafumeiros de la personalidad, sino a la glorificación funcional de las instituciones”.