Las estadísticas son muy traicioneras, tanto que cuando se reducen a la unidad hay problemas, los números, generalmente en ese nivel, no dan. Y no pueden dar porque al dividir la cifra global entre el total de la población, los resultados son tan difíciles de aceptar como cuando te dicen que cada dominicano, por ejemplo, se come, al año, la cantidad de dos libras de carne por cabeza.
En ese momento piensas en cuántas personas forman parte del grupo de aquellos de cuya parte, de cuya porción de las estadísticas, es consumida por ti,
Por esa razón siempre cuestiono las estadísticas globales desde que en 1971 calculé las unidades de alimentos que consumió el pueblo dominicano, durante el tiempo en que le aplicaron lo que entonces el Banco Central tituló como la Hoja de Balance de Alimentos etc.,
Ello significa que las estadísticas son un buen método de aproximación a la realidad, a una realidad, puesto que, para estos fines, también la realidad tiene nadie sabe cuántas aristas.
La realidad que se salva con las estadísticas es la que demuestra que, ciertamente, se consumieron 500 millones de huevos, por ejemplo, en todo el año X, que esos alimentos contribuyeron a saciar el hambre de una población de 15 millones de habitantes que había 10 años atrás, cuando se aplicó el último Censo Nacional de Población, en el cual no se incluyó la población de viajeros y visitantes que transitó y consumió, no solo el día del Censo. Mientras se procesan los datos obtenidos por los empadronadores, el país sigue su paso normal, lo que significa que cuando se concluyen los trabajos finales ya los totales han cambiado significativamente. La eterna preocupación por la educación parece menos preocupación cuando se mezclan las aspiraciones de sueldos más altos, menor número de horas de clases, baja o ninguna evaluación de los resultados profesorales y de parte de los alumnos.
Aún, a estas alturas del juego, se desconoce hacia dónde se debe dirigir la educación nacional, se ignora si debemos seguir produciendo “bachilleres” que desconocen las cuatro reglas de las matemáticas, que tienen pésimas notas en ciencias y artes, a quienes nunca les dijeron que la música es un arte tan exacto como las matemáticas, pues sus símbolos sobre el pentagrama tienen valor universal.
Mientras corren los años, los “teóricos!” de la educación nacional mantienen la absurda ilusión de que alguna vez fuimos “la Atenas del nuevo mundo” la cual el Maestro Pedro Henríquez Ureña sentenció con esta frase “Una Atenas conventual y militar”. La cojera de la educación nacional comienza porque no sabemos qué queremos, ni mucho menos para dónde vamos.