Por el arancel de 10% que pagamos desde el pasado sábado no perdemos competitividad externa, lo postula la teoría y práctica económica, perdemos si nuestra productividad laboral creciera menos y/o los precios y salarios más que el de los países con que los que competimos, pero nada de eso ha sucedido.
En concreto, en empresas de zonas francas y fuera de ellas, no perdemos competitividad, porque el arancel de 10% no altera el costo laboral real por unidad producida (deflactado por los precios del PIB) que tiene cuenta la evolución del salario nominal y la productividad laboral.
Es cierto, aumenta el precio final de nuestros productos exportados (precio de venta más arancel 10%)para los consumidores estadounidenses, pero lo hace en la misma proporción que lo hace el de los países centroamericanos con los que competimos, fueron castigados con el arancel de 10%,incluso nuestro precio final puede ser menor y Republica Dominicana ganar cuota frente a Nicaragua y Costa Rica que pagan un arancel superior, y en productos específicos como textiles, confección, dispositivos médicos elaborados en China, Bangladesh, Vietnam e India, que pagan aranceles entre 60% y 70%.
Tomando en cuenta lo anterior, para evitar perder competitividad lo prudente es que cualquier aumento nominal de salario en las empresas de zonas francas y fuera de ellas, debe estar precedido de fuerte aumento de la productividad laboral, con la condición de que sea comprobable y permanente. Este nuevo requerimiento debe estar en vigencia hasta que se sepa si los aranceles de Trump son moneda de cambio o ideológicos, si es lo primero, el requerimiento puede cambiar, los efectos negativos de los aranceles son reversibles, por ejemplo, el desplome acumulado de casi 10% de Wall Street el pasado jueves y viernes, con pérdida de riqueza estimado en US$6 billones, más de 5 años el déficit comercial (US$1.2 billones) de Estados Unidos del pasado año. Las pérdidas no serían recuperables si al final los aranceles de Trump son ideológicos, estaría intentando revertir la globalización que en su segunda etapa se inició con la caída del Muro de Berlín en 1989, un contrasentido por los efectos, comparables con los que obtuvo el presidente Benjamín Harrison en 1890, con la Ley McKinley Tariffque aprobó elevando a 50% el arancel medio sobre la mayoría de los productos manufacturados importados, o con los d e 1930 cuando el presidente Herbert Hoover, en plena Gran Depresión, impuso los aranceles Smooth-Hawley que hundió el comercio y la economía de Estados Unidos. Un contrasentido porque Estados Unidos es de los países desarrollados ganadores con la globalización, multiplicó por 3.5 veces su PIB por habitante, entre 1960 (US$18,991.54) y 2023 (US$65,875.18), y por 1.6 veces hasta 1990 (US$40,574.36), República Dominicana multiplicó el suyo por 8.6 veces, entre 1991 (US$ 1,336,7) y 2024 (US$11.541,5).
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Trump apoya sus aranceles en hipótesis no sustentable por las estadísticas, culpa al resto del mundo del déficit comercial de Estados Unidos, y no es verdad, lo explica la brecha entre producción y demanda interna, Estados Unidos gasta más de lo que produce, practica el doble déficit o déficit gemelo de la época de Reagan de los ochenta. Si quiere reducir el déficit comercial la mejor política es adelgazar la brecha, porque como dijo Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, los efectos económicos de los aranceles son significativamente mayores de lo esperado, se traducirán en menor crecimiento y mayor inflación en Estados Unidos, y en el mundo.