R. El pichoneo es la captura de los pichones de cotorra, durante la temporada de anidamiento y reproducción de esta especie emblemática de la avifauna dominicana, la cual tradicionalmente hemos domesticado, enjaulado o convertida en mascota, aunque su procedencia se encuentra en lugares muy remotos de las zonas cordilleranas.
La importancia de la cotorra (Amazona ventralis), no solo reside en su estatus de especie amenazada, endémica, que evolucionó en los abrigos boscosos más antiguos que históricamente han poblado la superficie de La Hispaniola, si no, en la belleza, la singularidad y su facultad de articular palabras, repitiendo textualmente lo que escucha.
Estos atributos naturales únicos o pocos comunes en el Reino Animalia, le dan una fama y un linaje especial, haciéndola muy apetecible para personas que prefieren llevarlas a su casa, domesticarlas y hasta comercializarlas, tanto internamente como para trasladarla a distintos países, modalidad que se ha hecho muy popular a pesar de que su tráfico está regulado por Acuerdos y Protocolos ampliamente conocidos.
Todos los años, durante los meses de mayo, junio y julio, movidos esencialmente por la falta de trabajo y el desconocimiento del gran impacto negativo que sus acciones encierran, decenas y decenas de dominicanos de los campos y zonas rurales de la cordillera Central (Manabao – Jarabacoa, Mata Grande – San José de las Matas, La Vega, El Rubio, Los Ramones, Cenoví, Monción, Santiago Rodríguez, Río Limpio – Loma de Cabrera, San Juan de la Maguana, Padre las Casas…), se adentran a los Parques Nacionales Armando Bermúdez, José del Carmen Ramírez, Nalga de Maco y el antiguo Manolo Tavares, para colocar trampas especiales en los sitios de anidamiento de la cotorra, para capturar los pichones, alimentarlos durante su crecimiento, para luego venderlos en diferentes puntos del país.
Esta actividad es ampliamente conocida por los guardaparques y el personal de campo del Ministerio de Medio Ambiente, particularmente por los técnicos y especialistas de la Dirección de Biodiversidad y Vida Silvestre, quienes tienen una programación que se renueva anualmente, pero no siempre se dispone de la logística necesaria para controlarla, muy especialmente en el caso de los guardaparques de servicio en el corazón de la cordillera (a días de distancia del pueblo más próximo), quienes siempre cargan con la responsabilidad de enfrentar (desarmados) a los pichoneros, que si van preparados a ejercer su oficio.