Cristóbal Colón y el mundo real-maravilloso
en El arpa y la sombra

Cristóbal Colón y el mundo real-maravilloso<br>en El arpa y la sombra

En carta a su madre, luego de marchar intempestivamente a París huyendo a la represión del dictador Gerardo Machado, le pide el joven Alejo Carpentier le remita unos libros que tratan del tema de la magia. Allí refiere las investigaciones de Fernando Ortiz sobre la cultura negra. También pidió láminas sobre representaciones de la santería cubana. Estos hechos nos ayudan a pensar la inclinación temprana del autor por los temas maravillosos.

“El arpa y la sombra” es un buen texto para conectar lo que se convertirá en una teoría de la realidad de América en el prólogo a “El reino de este mundo” en el que propone la idea de una realidad maravillosa americana. Y qué mejor para fundamentar la teoría de 1949 que este libro de 1979 sobre el navegante genovés. Colón viene a ser una especie de descubridor para los europeos de esa realidad.

El mundo fabuloso del Almirante se encuentra, en principios, en las fantasías de los marineros. En su interés de descubrir. Pero también en su vocación de viajeros. “El libro de las maravillas» (o “El millón”) de Marco Polo es uno de los textos en que se despliega esa imaginación. Hallazgo que contrató la realidad con la fantasía y la letra con lo tangible.

La novela expone la idea de un viaje a América que seguirá con la otra fábula de la canonización del Almirante de la Mar Océano. Este vieje es otro, tan deseado por Carpentier de retornar a las profundidades de América, que no pudo darse en una empresa carpenteriana durante su estada en París, pero que, sin embargo, se logra en “Los pasos perdidos” (1953). Ahora se da como un complemento del viaje del indiano y el negro de “Concierto barroco” (1974). Carpentier coloca una vez más a sus personajes en el viaje como remedando el argumento de la novela bizantina y a Cervantes en “El Licenciado vidriera” (1613).

Le puede interesar: En el Centro Cultural Perelló: El universo mágico de Clara Ledesma

Al igual que en el “Concierto barroco’‘, Carpentier describe las ciudades donde llegan sus personajes. Estas permiten que expongan su particular mirada. Su mirada europeísta de América. De la forma en que el indiano nos deja su visión sobre una Europa que no decía tanto para uno venido de la Nueva España, forrado de plata.

Al pasar por Montevideo nos cuenta la impresión que le deja la ciudad. Masaï (elfuturo Papa Pío IX) le pareció Montevideo un enorme establo: “porque allí no había edificios importantes ni hermosos. Todo era rústico, como de un cortijo y los caballos y las reses recobraban, en la vida cotidiana, una importancia olvidada en Europa desde los tiempos merovingios” (32). Mientras que Buenos Aires del siglo XIX ni siquiera tenía puerto, sino una mala bahía, desde donde había de alcanzarse la ciudad en una carreta tirada por caballos”. Había negros, muchos negros, entregados a los ancilares oficios y modestas artesanías…” Y añade una interrogación humorística de la pregunta de Mastaï que si “con el culto de Asado, el Filete, el Lomo, el Solomillo… el Matadero no resultaría, en la vida urbana, un edificio más importante que la misma Catedral” (33). Pero, al lado de esto florecía una auténtica aristocracia, de vida abundosa y refinada, vestida la última de París” (Ibid.).

Con la cita de “Medea” y “El millón”, Colón es un fabulador que se ha inventado un nuevo camino. Intenta convencer en la corte portuguesa y, más tarde lo consigue con la reina de Castilla. En las Capitulaciones de Santa Fe, inscriben los reyes los títulos que le depararía el éxito de su empresa. Carpentier, a través de una voz homodiegética, narra las peripecias del genovés para lograr su cometido. No sin antes desmitificar el personaje. La lujuria, el gusto por el vino y las mujeres (63).

Colón se inventa su empresa: “por lo mismo, me hice de un tinglado de maravillas, como lo paseaban los goliardos en las ferias de Italia. “Alzaba una cortina de palabras , y al punto aparecía, en deslumbrante desfile el gran antruejo del Oro, el Diamante, las Perlas, y, sobre todo, de las especias” (87). A la espera de un Gobierno que le apoyara, Colón juega con la realidad y el sueño. Su mujer vizcaína le prometía: “en las noches de su intimidad Columba… me prometía tres carabelas, diez carabelas, cincuenta carabelas, cien carabelas, todas las carabelas que quisiera: pero en cuanto amanecía, se esfumaban las carabelas y quedaba yo solo andando con las luces del alba…” (103).

El desencuentro del Almirante no fue entre un mundo y otro mundo. Esa es otra narrativa. Sino en la idea que las fábulas propias y la del mundo que hicieran Marco Polo y Pierre d’Aillyen “Imago Mundi”; o el mismo Séneca en su tragedia, no podía encajaren la realidad de encontrarse con sus majestades desnudas, los hombres jefes de las Indias. Aunque hay que anotar, además de darnos las noticias de que comían carne humana, como apunta en la carta a los Reyes de marzo de 1493. El cacique que le recibió en La Española tenía por costumbre lavarse las manos. Acto civilizatorio que Colón destacó a favor de convencer a los de Juan de la Cosa, a los reyes y a los prestamistas como el señor Luis de Santángel.

Las maravillas de Marco Polo no condujeron a Cristóbal Colón a los lugares visitados por Marco Polo, como Cipango. Sufábula contada en forma de empresa tuvo su altura cuando La Española, “transfigurada por mi música interior, dejó de parecerse a Castilla y Andalucía, creció, se hinchó, hasta montarse en las cumbres fabulosas de Tarsis, de Ofir y de Ofar, haciéndose el límite, por fin hallado –Sí, hallado…– del prodigioso reino de Cipango” (151).

El descubrimiento estaba escrito en los libros de los viajeros, en visionarios como Séneca, en cosmógrafos, y en Las Escrituras. Colón unió a sufábula la idea de que había descubierto ese espacio perdido para todos los cristianos: el Paraíso terrenal: “un lugar donde crecían finitas clases de árboles, hermosos de ver, cuyas frutas eran sabrosas al gusto, de donde salía de un enorme río cuyas aguas contorneaban ‘una comarca rica en oro’…y sostengo que allí yace en enorme abundancia”, (175).

En fin, Colón sacó maravilla de los libros leídos, como si América y el destino propio estuvieran ya escritos. El Almirante formuló su ruta y, equivocado como estaba, realizó la empresa más grande para un reino cristiano. Su figura se agigantó, a pesar de todos los inconvenientes que tuvo que afrontar. Aún después de muerto, cuando su hijo tuvo que ir a los fueros de la Justicia a pedir que cumplieran Las capitulaciones de Santa fe. No hizo milagros, pero frente a Jamaica, engañó a unos indios pronosticando un eclipse de Sol.

Dos pontífices del siglo pasado, Pío Nono y León XIII, pidieron su beatificación. Decenas de obispos lo apoyaron. Pero no pudo pasar el cedazo de la Sacra Congregación de los Ritos ni los argumentos del Camarlengo fueron suficientemente rechazados. Poetas y oradores lo han alabado. Solo quiso vender unos indios en Sevilla. Se le sublevaron las huestes de Roldán, y prisionero, lo condujo a España Bobadilla. En La Española hizo pasar hambre a los indios y a los cristianos por igual, con tal de abastecer de yuca, algodón y oro a la Corona.