Para alcanzarlo, debe estar atento a la evolución de la lengua y tener un diálogo con el editor que, en última instancia, es el aliado que le ayuda a mejorar su creación.
Las consideraciones fueron emitidas por Daniel García Santos, un consagrado intelectual cubano que ha dedicado su vida a la edición de libros, el estudio del lenguaje, la docencia universitaria. Es crítico literario, traductor del francés al español, maestro de literatura, redacción, estilo, gramática, apreciación literaria, pero su pasión es editar libros, estar atento a las actualizaciones en la palabra escrita e incorporarse a las nuevas modalidades para convertir en correcto, agradable y cautivante un relato mal logrado.
Ha ganado fama en Santo Domingo no solo por su labor como encargado del área de Publicaciones del Archivo General de la Nación sino también porque pone magia en cada ejemplar que toca, ya que pocos combinan todos los aspectos del oficio de escribir que él domina.
Es en extremo sencillo, humilde. No alardea de sus conocimientos ni pone obstáculos para compartir sus avanzadas experiencias. Los cursos de edición y ortografía que imparte tienen tal demanda que los cupos se agotan seguido los anuncian.
La gramática ha cambiado en los últimos años pero escritores y periodistas, algunos laureados y otros tenidos por muy versados, se mantienen atados a las viejas normas. Daniel conversa sobre las variaciones en la lengua, la necesidad de que los libros cuenten con un editor y la obligación de escribir bien que precisan los comunicadores sociales porque, a su juicio, “la prensa, de alguna manera contribuye a la educación de las personas”.
“Si el periodista comete alguna falta puede que esté legitimando esa falta, puesto que la ha escrito un redactor que tiene un nivel de credibilidad ante los lectores”, expresa el exdirector de la Editorial Letras Cubanas, la mayor de Cuba.
Aconseja a los reporteros revisar sus textos “no obstante la dinámica de la prensa, porque un error cometido o inadvertido se reproduce tantas miles de veces como ejemplares se tiran del periódico. Imagínate qué amplitud alcanza ese error. Que eso no ocurra es parte de la responsabilidad del que escribe”.
Su apodo, Danielito, contrasta con la sabiduría que posee. Quizá lo llamen así por su baja estatura, la contextura física, su dulzura o la facilidad con que se desliza de uno a otro despacho del AGN.
Se muestra sorprendido por la proliferación de diagramadores existentes en la República Dominicana, comparada con la escasez de editores. “En la medida en que se ha fomentado el oficio de diagramador debería fomentarse el de editor o corrector de estilo porque la diagramación es un servicio pero quien determina la manera en que va a salir un libro, la calidad del texto, es el corrector de estilo o editor”, significa el habanero nacido el 20 de abril de 1953.
“Aquí hay pocos editores, la tendencia es a ser diagramador, pero no noto mucha preocupación en cuanto al trabajo de corrección de estilo y de edición”, manifestó el escritor.
“Democratizando el léxico”. “La gramática es parte inseparable del desarrollo de la lengua y en consecuencia, es impactada por el habla, que es un cuerpo viviente. La lengua es un organismo que vive, se transforma, evoluciona, sufre modificaciones a lo largo del tiempo. La Academia de la Lengua, como institución que le da coherencia a nuestro idioma común, a veces se ha caracterizado por su rigidez y por no asumir esas manifestaciones que se producen en el habla”, razona Daniel García Santos.
Agrega que los hablantes “somos los que a fin de cuentas construimos la lengua, y la Academia ha tenido que ir incorporando paulatinamente algunas de esas modificaciones, ha ido democratizando su léxico, su canon, y flexibilizando el uso del lenguaje y la forma de escribir”.
Añade que el diccionario, por tanto, ha estado incluyendo localismos, regionalismos, neologismos, “muchas palabras que son propias de determinadas regiones, hasta la asimilación de términos en otros idiomas, españolizándolos, en especial los provenientes de las tecnologías de la información”.
De esta manera, añade, “se contribuye a hacer más afectiva la comunicación, tanto mediante el habla como mediante la escritura”.
En el caso de la gramática, la Academia introdujo en 2010 una serie de cambios que simplifican la manera de escribir, exclamó.
Entre las normas que más han impactado Daniel cita la supresión del acento en solo. Antes se colocaba cuando equivalía a solamente, para diferenciarlo de alguien aislado. Hoy, explica, “el contexto es lo que dice al lector cuándo se trata de adverbio o cuando es solo, de soledad”.
Tampoco llevan acento los pronombres demostrativos en función de sujeto: este, ese y aquel y los plurales correspondientes.
Otro cambio es el de los prefijos, que se usaban por lo general separados de la palabra que determinaban, ahora deben ir junto a esa palabra: expresidente, exesposa, antimperialista… “La expresión está cuando la base léxica es pluriverbal: ex primer ministro, pro derechos humanos”.
Se suprimieron los dígrafos formados por letras ya incluidas: ch, ll, rr, “de modo que el alfabeto se reduce a 27 letras” y se españolizaron muchos términos procedentes del inglés. A la palabra guion se le suprimió el acento, considerando que los diptongos no se acentúan cuando el acento recae en las vocales a, e, o; las palabras mayúsculas que lo requieran deben acentuarse.
Daniel señala, además, que la tendencia es a escribir los cardinales complejos en una sola palabra: dieciséis, veintiún, y que debe aceptarse la fusión a partir de treinta: treintaiséis, cuarentaitrés. “Queda abierta la opción de continuar escribiéndolos separados”.
En otra entrega habla de cuál debe ser el tratamiento para las citas, las comillas, en qué ayudan las normativas de la Academia y se refiere, además, a las licencias concedidas al que crea la obra.
“Con frecuencia enfrentamos textos que nos parecen no han sido suficientemente revisados por sus autores: están plagados de redundancias, párrafos largos que hacen ininteligibles las ideas, uso excesivo de las mayúsculas, citas cuyas fuentes no se consignan, faltas de concordancia, signos de puntuación mal o excesivamente usados”.
Enfatiza: “A veces nos da la sensación de que el autor lo que quiere es ver su libro publicado y no piensa que el objetivo no es solo la publicación sino que lo escrito sea leído y comprendido… De lo contrario, el resultado es un libro que puede satisfacer la vanidad del escritor pero no cumple su función de transmisión de ideas, de valores, de contenidos”.