El agua y la poesía
Parte 2/2
La poesía escrita por hombres la más de las veces se convierte en una búsqueda de sentido en un mundo incierto. Al abordar el tema del agua, el poeta busca conocerse y se produce un conflicto entre el ser y el mundo.
Iniciemos el viaje con Manuel del Cabral, Premio Nacional de Literatura 1992:
“Agua tan pura que casi/ no se ve en el vaso agua. /Del otro lado está el mundo. / De este lado, casi nada…/Un agua pura, tan limpia/que da trabajo mirarla. /Agua/La del río, ¡qué blanda! /Pero qué dura es ésta:/La que cae de los párpados/es un agua que piensa” (Del Cabral, 1999).
En un tono introspectivo y a través de un juego simbólico el poeta transforma algo cotidiano, el agua, en un vehículo de significado existencial y emocional. Muestra la fragilidad del agua y su capacidad para representar sentimientos, especialmente el dolor y la tristeza al tiempo que realiza contrastes entre la apariencia y la esencia, la transparencia y la opacidad, la suavidad y la dureza, llevando al lector a una meditación sobre la existencia y la emoción. El agua se convierte así en un espejo que refleja la ambigüedad de la vida y la existencia humana, que a menudo oscila entre lo que se percibe y lo que se oculta. El agua en el vaso simboliza lo que, a pesar de estar presente, es difícil de percibir plenamente. La separación entre el «mundo» y el «casi nada» sugiere una frontera entre lo tangible y lo intangible, lo externo y lo interno. El contraste entre el agua del río, y las lágrimas marca una diferencia entre lo natural y lo emocional. Las lágrimas son descritas como un «agua que piensa», lo que sugiere una profunda carga emocional y reflexiva, como si este tipo de agua tuviera conciencia.
Franklin Mieses Burgos en su poema «De espaldas a las sombras» utiliza el agua como un elemento central para explorar temas de pérdida, nostalgia y la inevitabilidad del paso del tiempo. A través de imágenes acuáticas y marinas, el poeta evoca sentimientos de desesperación, desolación y búsqueda.
«¿Quién ahora, llorando, /te alzará desde el fondo solitario del mar, /para sólo pensar desesperadamente/en el vidrio desnudo de tu limpia sonrisa, /en aquella tu carne color de azúcar parda, después que los peces hambrientos se comieron/el último paisaje de sol que había en tus ojos? (…)/ ¿Traslúcida y radiante como un cristal muy fino deambulará tu sombra en torno de estas islas/caribes que te dieron/ ese estupor de cielo mojado de aguardiente? (…)» (Burgos, 1940).
El mar como símbolo de la soledad y el olvido, lugar profundo e inaccesible, un espacio donde las cosas se pierden para siempre y quedan sumergidas en la oscuridad. El mar como abismo de la memoria y el desconsuelo. Los peces que devoran la imagen del sol reflejada en los ojos son una metáfora de cómo el tiempo, como el agua, puede erosionar y consumir todo rastro de vida y luz, dejando solo la oscuridad y el vacío. El agua lleva a la figura a un estado fantasmal, casi espiritual, convirtiéndose en una sombra que «deambulará» por las islas caribeñas. El agua no solo con poder destructor, sino que también tiene el poder de transformar y trascender la realidad física. El poeta utiliza el agua para evocar la belleza, la tragedia y la inevitabilidad del destino humano.
Pedro Mir, Premio Nacional de Literatura 1993 en “Hay un país en el mundo” devela realidades soterradas. Veamos un fragmento…
[…] Miro un brusco tropel de raíles son del ingenio sus soportes de verde aborigen son del ingenio y las mansas montañas de origen son del ingenio y la caña y la yerba y el mimbre son del ingenio y los muelles y el agua y el liquen son del ingenio y el camino y sus dos cicatrices son del ingenio y los pueblos pequeños y vírgenes son del ingenio. Es verdad que, en el tránsito del río, cordilleras de miel, desfiladeros de azúcar y cristales marineros disfrutan de un metálico albedrío, y que al pie del esfuerzo solidario aparece el instinto proletario” (Mir, 1949).
Estos versos presentan al agua como parte integral del paisaje dominicano, en un contexto marcado por la colonización, la explotación y la influencia del ingenio azucarero. El agua ya no es un recurso libre, sino que está bajo el control y explotación de esta maquinaria económica que representa la caña de azúcar, simbolizando la colonización de la naturaleza y el sometimiento de los elementos a los intereses del poder económico. La mención de «el tránsito del río» sugiere que el agua se ha convertido en parte del proceso de producción del ingenio. El río, que en muchas culturas es un símbolo de vida y libertad, aquí está ligado a la explotación y al trabajo forzado. Se asocia con «cordilleras de miel» y «desfiladeros de azúcar y cristales marineros», imágenes que ilustran el proceso de producción del azúcar. El río, en este sentido, se convierte en un reflejo del sudor y del trabajo de aquellos que son explotados. Al mencionar «cristales marineros» y «esfuerzo solidario», el agua también se convierte en un símbolo de la resiliencia y la solidaridad del pueblo dominicano frente a la explotación y el control.
Mateo Morrison, Premio Nacional de Literatura 2010, en “Espacios que nos ofrece el mar”, el bardo canta…
“Las puertas que cruzamos/antes del deterioro de las naves/no advirtieron el cansancio/Seguimos sin tiempo/ por los espacios que nos ofrecía el mar./Un conjunto de senderos nos recordó que otras dimensiones existían. /A veces, en estos estadios, /miramos la tierra con desdén. / ¿Será el mar nuestro hábitat preferido?” (Morrison, s.f.).
El poema escruta la relación entre el ser humano y el mar como símbolo de libertad, trascendencia y posibilidades infinitas. El mar actúa como un espacio de escape y expansión frente a la tierra, vista con desdén. La metáfora del viaje sugiere un recorrido tanto físico como espiritual, con imágenes como el deterioro de las naves representando la fragilidad humana. El tiempo es abordado de forma no lineal, eliminando las restricciones tradicionales. Con un tono contemplativo y versos libres, el poema invita a reflexionar sobre la vida, la búsqueda de sentido, y la posibilidad de que el mar sea nuestro hábitat preferido, más allá de lo conocido y lo terrenal.
José Enrique García en “Puerto” explora en viva voz la relación entre el agua y el paso del tiempo, pero desde una perspectiva de transición y separación.
“El barco, lento de humedad y distancia, / se mueve entre las aguas y las nieblas. /Atrás oscurecen los techos y los muros, /las luces una a una se apagan/y las últimas estrellas caen a la arena. /El mar despierta en las alas de los/primeros pájaros, /y en el puerto una mujer, / todavía sucia/ del amor, maldice las distancias” (García, 1978).
En sus versos el agua juega un papel crucial, funcionando como un símbolo que refleja el viaje y el despertar de la realidad. Evoca una atmósfera cargada de melancolía y soledad, donde el mar y el puerto sirven como escenarios para la contemplación de los temas de la distancia, el tiempo y la pérdida. La lentitud del barco y la humedad simbolizan el peso de la distancia y la tristeza que acompaña a la partida. La relación entre el agua y la oscuridad representa el misterio del viaje, lo desconocido al enfrentar nuevas etapas de la vida, donde las certezas (las luces) van desapareciendo lentamente. La mujer que maldice refleja la frustración y el dolor de la separación. Con el agua como símbolo de conexión y desconexión explora las complejidades de la experiencia humana, desde el amor y el deseo hasta la separación y la renovación.
Concluimos con la esperanza de que este viaje por las aguas cristalinas del comienzo les haya provocado una experiencia estética inolvidable a través de los versos de grandes poetas dominicanos.