El discurso educativo como puntal de las Humanidades críticas

El discurso educativo como puntal de las Humanidades críticas

El discurso educativo es una elaboración lingüística y pedagógica multidimensional encaminada a desarrollar la autosuficiencia.  Crea y afirma valores éticos y morales a través del proceso de enseñanza-aprendizaje. Despierta el liderazgo de aquellos seres carismáticos dotados de un sentido de responsabilidad social, orientación al servicio y humanidad. Este tipo de discurso amplia el horizonte del estudiante y desarrolla la seguridad proveniente de un pensamiento propio que impactará su presente, futuro y, al mismo tiempo,  la sociedad a la que servirá con su profesión.  Le muestra al educando las posibilidades de desarrollar sus potencialidades y para ello se desplaza entre las dimensiones de lo individual y lo colectivo.  Un discurso educativo bien realizado provocará ansias de conocimiento y tras la adquisición del mismo, abrirá las puertas de la libertad.

¿Cómo puede el discurso educativo impulsar el pensamiento crítico y hacer posible el que la Educación de hoy pueda desarrollar la capacidad estudiantil para detectar y diagnosticar los grandes problemas de su país y de la humanidad como puntal de las “Humanidades críticas? ¿Cómo desarrollar la facultad de  descubrir las posibles soluciones y entre ellas elegir la más adecuada? ¿Qué hacer y que decidir frente a un dilema ético?  ¿Cómo puede el discurso educativo sensibilizar a los jóvenes que han nacido en la posmodernidad?  Jóvenes de la generación Z (“centennials”) que viven en las redes y son influidos por discursos encontrados en su búsqueda rápida (zapeo) en la internet. Generación que piensa que nada de lo que sucede en el mundo les atañe porque los discursos sociales de las élites los han convencido de que no está en sus manos cambiar o mejorar el mundo. Juventudes del mundo tecnológico, emprendedores amantes de las conexiones ultrarrápidas, individualistas, paradójicamente empáticos (hacen amistades con facilidad), pero piensan que las cosas son como son y no hay nada que hacer.  ¿Cómo puede el docente hacerles ver que las apariencias no son la realidad? ¿Cómo hacer para que entiendan por experiencia propia que los signos (iconos, índices y símbolos) muchas veces esconden en su seno significados inimaginables, con frecuencia, totalmente contrario a lo aparente?  ¿Qué decir sobre la importante integración o desintegración entre el texto, el contexto y la cognición (conocimiento)? ¿Cómo enseñarles que deben conocer su identidad para afirmar y entender su idiosincrasia?

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¿Cómo hacerles ver que el lenguaje refleja las experiencias y formas de ver el mundo de los hablantes, que es uno de los artefactos culturales más relevantes y que el hecho de compartir una lengua es decisivo para hablar de una cultura específica? El discurso educativo facilita la lectura de la cultura de masas, las coerciones escondidas, la semiótica del día a día para decodificar los artefactos de los mensajes sociales expuestos y ocultos.  El estudiante debe ser capaz de leer y entender lo que hay detrás de los discursos politizados que crean mitos; además, de diferenciar   lo aparente de lo real. El alumno que ha sido objeto de buenos discursos educativos está capacitado para ver donde otros no ven porque busca la coherencia del sistema social. Puede desglosar o descomponer la realidad, el sí mismo fragmentado. Se trata no solo de un estudiante competente sino, y, sobre todo, de un estudiante despierto.

Pero hay algo importante que debemos tener pendiente: cada país tiene su propio discurso educativo, lo transmite a través de sus políticas y reglamentos. El mismo, muestra las intenciones educativas del país y es expresión del proyecto educativo del mismo. Tiene como fin promover el desarrollo y la socialización de las nuevas generaciones y en general de todos sus miembros.  Señala cómo proceder para hacer realidad estas intenciones y comprobar que efectivamente se han alcanzado. Asimismo, cada universidad tiene su propio discurso que se traduce en el perfil de egreso y las correspondientes competencias que permiten a los estudiantes desarrollarse conceptual, procedimental y actitudinalmente dentro de su proceso formativo. El discurso de las universidades modernas y actualizadas, flexible, innovador y solido teóricamente, permite que los estudiantes accedan y resuelvan problemas, dentro de contextos prácticos, así como cada docente el suyo. El docente con su discurso educativo tiene como objetivo preparar al individuo para la observación consciente del mundo que lo rodea, el análisis crítico, la detección de necesidades, situaciones problemáticas y la toma de decisiones en busca de soluciones, según las competencias desarrolladas.  El estudiante es el objetivo del proceso, pero el fin último incluye al país y el mundo.

El discurso educativo le muestra y enseña al estudiante a diferenciar entre la realidad y la mentira; entre el bien y el mal; entre lo justo y lo injusto… Un buen discurso educativo lo despierta, sin que pierda la fe en la humanidad. Lo mantiene alerta, porque debe darse cuenta que un objeto, una idea o cualquier cosa pueden significar absolutamente cualquier otra cosa (evocando a Barthes). Además, le permite reconocer que la antigua estrategia de manipulación y ocultamiento para la construcción de los mitos aún sigue vigente. Mitos perversos que hacen que todo luzca natural y permitido. El discurso educativo debe estimular el conocimiento sensible, la intuición y el raciocinio. Ello hará posible que pueda detectar todo aquello que pueda hacerle daño a la humanidad. Este tipo de discurso aspira a crear un ciudadano consciente de que existen “humanidades críticas” y que se deben estudiar los casos y explorar soluciones a los problemas que afectan a las sociedades locales o internacionales. Se espera que estos discursos provoquen la necesidad de explicar los significados de nuestra vida cotidiana; conocer la forma en que las personas experimentan y perciben el mundo; estudiar casos de carácter grupal que permitan obtener conclusiones de fenómenos reales.

El discurso educativo es mucho más que un método o una técnica. Se trata de un arte. El arte de enseñar a los estudiantes a utilizar su intelecto y libertad creativa para realizar su propia interpretación del mundo; a estar abiertos a escuchar ideas ajenas en un dialogo constructivo (para convencer o dejarse convencer) en un mundo cambiante; vivir a plenitud y con responsabilidad la vida en el rol o los roles que les ha tocado vivir para finalmente, ser feliz.  ¿Pero que es la felicidad en última instancia? ¿Una familia armoniosa, mucho dinero, salud, un amor pleno?  Como respuesta, recordemos los consejos que Aristóteles transmitió a su hijo en la “Ética para Nicómaco” (349 a.C.), verdadero ejemplo de discurso educativo: “Para alcanzar la verdadera felicidad, el ser humano necesita basar su vida en acciones virtuosas, sustentadas en el pensamiento, la justicia y la razón.”

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